Por Valentina Andrade Baldrich.
Estudiante de Lengua y Literatura, Universidad Alberto Hurtado.
Durante la adolescencia desarrollamos interés por el amor y el sexo. En un proceso de descubrimiento, no solo del mundo que habitamos, sino también de nosotras mismas, consumimos con particular voracidad series y películas que nos ofrezcan historias románticas y eróticas. Nos apegamos a ellas a la hora de establecer nuestras propias expectativas. En esta misma línea y, conscientes de que las representaciones poseen una importancia visceral en la formación del pensamiento colectivo e individual, las feministas hemos sometido al escrutinio y al debate las ficciones con las que crecimos y con las que, hasta el día de hoy, convivimos. Hemos problematizado los modelos hegemónicos, poniendo atención en, hasta qué punto, nos han permitido explorar nuestros deseos con libertad y también de qué forma nos han empujado a una inapetente vida amorosa y sexual.
Por desgracia, estas revisiones se han circunscrito, en términos generales, a representaciones heterosexuales, dejando de lado las relaciones sáficas. Aquello, que quisiera constatar como parte de una deuda histórica que el feminismo tiene con las lesbianas, no es azaroso. Considero que la omisión es parte de un intento por elidir discusiones para las que parecemos no estar preparadas ni interesadas. Dicho en términos simples: Nos conflictúa hablar sobre las lesbianas, porque es poco lo que sabemos de ellas, de cómo aman, de cómo desean, de cómo se vinculan. Y tal parece que queremos seguir habitando en dicha ignorancia.
Esta inadvertencia repercute de manera directa en miles de niñas, adolescentes y mujeres no heterosexuales: Hemos sido privadas de la posibilidad de crecer con referentes identificables que nos hagan sentir que en el mundo hay un espacio para nuestras historias. Por supuesto, no pretendo negar que existen representaciones lésbicas en el medio audiovisual, pero sí pongo al descubierto que son escasas, al punto de no poder conformar un corpus que pueda considerarse sólido o suficiente.
Por si fuera poco, muchas de las películas y series que incorporan representaciones de mujeres lesbianas y bisexuales, lo hacen desde el imaginario falogocéntrico, ocupándose más de satisfacer el morbo heterosexual que de entregar personajes e historias profundas. No se pone atención a la subjetividad sáfica ni a cómo el erotismo lesbiano se distancia del heterosexual. No se abarcan las relaciones lésbicas como un espacio de creación de nuevas maneras, sino como una reiteración (sometida apenas a pequeñas modificaciones) de las ya conocidas dinámicas hombre-mujer.
En el marco del presente marzo feminista, y ateniéndome a una postura crítica, pero también propositiva, quiero recomendar el visionado de la premiada película Retrato de una mujer en llamas (2019), dirigida por la francesa Céline Sciamma. La historia transcurre a finales del siglo XVIII y se centra en Marianne (Noémie Merlant), una pintora que es contratada para retratar a Héloïse (Adéle Haenel), una mujer que está a días de casarse contra su voluntad. Así, Marianne deberá observar con atención a Héloïse, quien, a su vez, también estará estudiándola con detenimiento. Aquello dará espacio a que ambas se conozcan con profundidad, en una dinámica amorosa, intensamente erótica, que logra captar los apasionados detalles que dan forma a la historia de estas dos amantes que sucumben ante el deseo de unirse en un vínculo con la única persona que ha logrado comprenderlas.
Retrato de una mujer en llamas está cargada de metáforas, simbologías y lecturas. Es una película que plantea una representación compleja de las relaciones lésbicas, que pone atención a las potencialidades del amor entre mujeres, por ejemplo, proponiendo instancias sexuales entre las protagonistas en las cuales se exploran partes del cuerpo olvidadas por el imaginario falocéntrico. Marianne y Héloïse logran compenetrarse porque comparten frustraciones, temores y esperanzas condicionadas por el hecho de ser mujeres, pese a sus diferencias de carácter y modo de vida. Además, en la película se exploran otros temas interesantes como el aborto y las redes de apoyo que, desde tiempos pretéritos, las mujeres hemos levantado con el fin de procurarnos cuidados entre nosotras. Una imagen sin duda estimulante es la de esta especie de isla de Lesbos donde las protagonistas experimentan una idílica existencia nutrida del arte, las risas, el deseo y la ternura.
En el marco de este marzo feminista, quisiera ofrecer una mirada crítica y esta recomendación, porque pienso en la adolescente que fui/fuimos y en lo mucho que me/nos hicieron falta modelos a los cuales atenerme/nos cuando comencé/zamos a descubrir mi/nuestra sexualidad. Pienso, también, en las que están/estarán buscando esos modelos y espero que tengan mejor suerte. Espero que en este filme encuentren algunos motivos por los cuales valga la pena insistir en nuestro derecho a existir y a reconocernos.