Por Carlos Benítez Cabrera
Investigador postdoctoral. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Descentrados. Des-centrados. Des-centra-dos. Sin el centro. El barroco, corriente artística que se caracteriza por ser descentralizada —con múltiples focos de atención y puntos de fuga—, tuvo un correlato científico/social en sus principios. Apunta el historiador, que esta corriente acusa el impacto de la revolución que significó pasar del geocentrismo ptolomeico —la tierra en el centro del universo— a un modelo heliocentrista —el sol en el centro del universo—. Es decir: de un plumazo, el hombre pasó de estar en el centro del universo a ser uno más en la marginalidad. El hombre, su ‘autopercepción’, se ego, fueron descentrados.


La ilustración 1 es el detalle de un ánfora griega. En ella se ve representada una escena por todos conocida: La esfinge dándole el acertijo a Edipo; aquel acertijo que tiene la respuesta a muchas de las preguntas del futuro: El hombre. Cuando menciono “hombre” en este texto, y en general, lo hago en el sentido más genérico de humanidad: Anthropos (ἄνθρωπος). No en el sentido del genitivo Andrós (ανδρός), es decir Varón, lo opuesto a mujer. Prontamente nos fijamos que el pasaje ocupa toda la escena. Es estática, pero nada más está representada en ella. La imagen central es única y el fondo aporta solamente el contraste para aquello central. Esto es lo clásico, la forma artística que nos sirve para mostrar cómo se percibía el hombre —por extensión lógica: el mundo— en relación con el universo en la antigüedad y el medioevo. Copérnico y la duda heliocentrista. Pero, como anunciaba antes, la ciencia quebró ese sentido de centralidad al imponer la postura de que el sol ocupaba el núcleo de todo; y el mundo –por extensión el hombre– gravitaba en torno a él. Es esto lo que se refleja en el barroco. En esta corriente, como da cuenta la figura dos, ya no existe una figura central, una nuclealidad, cuan grande el lienzo se expande en múltiples focos. El sentido mismo de totalidad, la posibilidad de lo total se pierde, se recurre a los fragmentos para mostrar esa idea de totalidad, de completitud que regía en lo clásico: Por fin el hombre, por extensión su lenguaje, por extensión su historia y por extensión el mundo, fueron des-centrados.
Ese cambio de consciencia que surge desde el paradigma científico contiene un desdoblamiento en el correlato: específicamente en lo biológico-social, La peste negra. Europa se vio asolada desde el medioevo en adelante, por lo menos hasta el ochocientos, por la peste negra o peste bubónica. Enfermedad desconocida anteriormente en el continente europeo. La peste, sumada al descentramiento del hombre, se manifiesta en el barroco, por ejemplo, con el tropos de vanitas: la vanidad, lo futíl y frágil de la vida del humano. Cada vez más aparecen representadas en la pintura la putrefacción, espectros fantasmales, la muerte –la parca con cegadora–, la enfermedad, la ancianitud –acaso decrepitud– se contrasta a la magnificencia del senator, del senex –anciano venerable– de barbas blancas colmado de sabiduría de lo clásico. En otras palabras: el anthropos modifica su relación ecuménica con la muerta y la acoge en su espacio cotidiano.
Pero ¿a cuenta de qué toda esta perorata sobre el arte? A lo que apunto con todo este diálogo –unipersonal– es a dar cuenta de cómo un cambio de paradigma científico y una pandemia global –global en el sentido de lo que se entendía como mundo en ese entonces, es decir: Europa– modificó la autopercepción que de sí tenía el hombre; la forma de pensar y con ello de vivir. Igualmente, apunto a cómo estos quiebres en la continuidad histórica, o desvío –si así se prefiere–, reformula la misma idea de sentido y de producción de sentidos. El arte que en esta instancia se mantenía mimético –que imita la vida– se abstrae lo suficiente como para dar cuenta del futuro desconocido. EL COVID 19. La pandemia de COVID 19 ha ‘declinado’ su peligrosidad, no así la extensión de los contagios; pero al principio de la pandemia, allá por marzo de 2019, el mundo se impactó con la clausura de los sujetos en sus casas en aras de sobrevivir.
Y sin embargo… y sin embargo, hasta ahora, 3 años después de “concluida” la pandemia –con una guerra en proceso–, el conocimiento y los procesos de producción de conocimientos de la contemporaneidad no ha sufrido, en lo sensible, un cambio tan radical como el barroco. El COVID- 19 ha impactado a los cimientos de la racionalidad moderna: la idea de libertad, la democracia, la libre circulación; el modo de trabajo –en concordancia a la tecnología— todo se modificó; todo quedó suspendido; todo menos la producción de conocimiento o la forma de creación artística. Bocaccio produjo el Decameron después de la peste de 1348, nuestra generación se conformará con heredarle a la posteridad los memes. Y este es el punto de mi reflexión: ¿a raíz de qué se mantiene el estado del conocimiento, como si dijéramos, prepandémico?
Tomemos un ejemplo: se publicó un tomo con la mayoría de las reflexiones de los filósofos contemporáneos, llamado Sopa de Wuhan. Entre los textos que recoge el tomo, está el publicado por Byung-Chul Han en el periódico El país, en fecha 22 de marzo de 2020 titulado “La emergencia viral y el mundo de mañana”. Han establece una comparativa entre la forma en que la pandemia ha sido encarada por los distintos gobiernos de Europa y Asia (97-8). Plantea el deseo de las personas asiáticas –chinos y coreanos– para regresar a sus países de origen (98). Han atribuye esto a una mentalidad autoritaria (99) y la predisposición de los asiáticos a sentirse cobijados por estructuras autocráticas. Han en sí mismo es una paradoja; siendo oriental es más orientalista que todo el romanticismo europeo; pero eso es harina de otro costal. Lo que me interesa de este desvío es que en vez de pensar el ‘filósofo’ una forma de reinvención de la epísteme, del saber en estos tiempos cambiantes, sobreideologiza una percepción de mundo que la única función que cumple es rubricar su propio pensamiento.
Esto último es entonces lo que me produce dudas. ¿Por qué el conocimiento se consuela con decir: ‘Estoy en lo correcto’? ¿con reafirmarse? En esa lógica que se instala el pensamiento ‘crítico’ de nuestro tiempo ciertamente que no se podrá renovar los paradigmas científicos, los cambios sociales tan necesarios. Cabría preguntarse, además, si esto no es al fin y al cabo de una reafirmación del modelo: Por fin esa dicotomía entre vivir como se piensa, o pensar como se vive, sería resuelta por un tercer punto: Pensamos como nos dicen y vivimos como podemos.
Referencias
-Han, Byung-Chul. “La emergencia viral y el mundo de mañana”. VV.AA. Sopa de Wuhan. Editorial: ASPO, 2020. Pp 97-111.