Por:
Amanda Sánchez Vega
Socióloga y docente universitaria
Ana Niria Albo Díaz
Socióloga y docente universitaria
El 11 de septiembre de 1973 es recordado como un parteaguas en la historia de la América Latina. Chile entraría, a manos de un régimen militar liderado por Augusto Pinochet, en una etapa sanguinaria. Han sido muchas y diversas las aproximaciones al golpe y la dictadura desde el arte; la literatura, el teatro, las artes plásticas y la música usaron —como afirma Jacqueline Mouesca (1988)— el símbolo y la alegoría como vía de escape a la censura. Por supuesto, el cine también se convirtió en medio eficaz para la denuncia de la violencia y el retrato de la resistencia.
Hoy, a cincuenta años de aquel lamentable y nunca suficiente denunciado hecho, se trata de preguntarnos en relación con las narrativas que se han tejido en la construcción de la memoria. El ejercicio de recordar socialmente debe ser un ejercicio responsable. Aunque cuando decimos responsables para nada queremos soslayar el importante sentido contra hegemónico que muchas veces contienen estos relatos, estas narrativas. Todo lo contrario.
El lenguaje cinematográfico, como otras artes, permite a quien crea, la posibilidad de ordenar coherentemente y construir un sentido de pasado. Ahora ese sentido es único. Aun cuando sea social, colectivo, siempre será una historia única. Lo que se dice, lo que se cuenta, siempre estará bajo la lupa de otros, en una especie de disputa colectiva sobre los escenarios, los sentidos, los actores…
En esto, la noción de lucha es central. Y de esto se desprende una idea que puede ir contra un cierto sentido común: nunca podemos decir que algún acontecimiento o proceso del pasado está saldado, cerrado. Aquellos y aquellas que pensaron que algún tema estaba resuelto, que había una hegemonía de pensamiento —de tipo A o B— se equivocan. El mundo no es así; siempre hay disputas y visiones contrahegemónicas. De estas nociones básicas —que hay una lucha por el pasado, que el sentido de ese pasado se construye, que no está cristalizado y que nunca está acabado— se desprende una nota de optimismo: el futuro no está acabado o escrito; es la acción humana la que lo impulsa (Jelin, 2020).
Precisamente, el cine fue un lugar de contingencia en torno al golpe y sus hechos sucesivos. La dictadura se propuso desde fechas tempranas desmantelar la institucionalidad del campo cinematográfico[i]. La derogación de leyes que concedían presupuestos dirigidos a este medio, junto al cierre de las escuelas y salas de cine y la intensificación de los mecanismos de censura, dejaban claro el posicionamiento del gobierno ante el potencial subversivo y movilizador del séptimo arte. “El cine no era una actividad cualquiera. El mismo 11 de septiembre de 1973 tropas militares llegaron a los estudios de Chile Films y quemaron miles de metros de película. De las disciplinas artísticas, quizás el cine es el más perjudicado a partir del golpe de Estado (…) Ocurría que gran parte del gremio cinematográfico era partidario del gobierno de la Unidad Popular, llegando a firmar un Manifiesto de los cineastas de la Unidad Popular”[ii].
Aunque las exhibiciones y producciones cinematográficas fueron considerablemente diezmadas en este periodo, no pocos cineastas hicieron frente a los riesgos que suponía adoptar la realización desde una perspectiva crítica, legando evidencia visual y testimonial de los horrores vividos. No fue hasta el retorno a la democracia que el cine —y su institucionalidad perdida— se restablece paulatinamente. El golpe y sus secuelas se erigen como constantes en la cinematografía chilena que se mantienen hasta la actualidad, confirmando que el olvido y desconocimiento del pasado no se contempla como opción. A 50 años del golpe, proponemos un breve repaso por una pequeña muestra de los filmes que se inscriben en este canon. Nuestro objetivo no es ahondar en las tramas ni en el contexto de concepción de estas películas, sino ofrecer algunas coordenadas para adentrarse en las memorias del golpe y la dictadura pinochetista desde el lente de realizadores chilenos de diversas generaciones.
Reconocidos nombres del cine chileno vivieron en carne propia los horrores de la dictadura, así lo demuestra su aparición en listas de detenidos y desaparecidos. En consonancia con este hecho, la fecha en la que se conmemora el Día del cine chileno rinde tributo a los realizadores Jorge Müller y Carmen Bueno, detenidos y desaparecidos el 29 de noviembre de 1974. A pesar del ambiente hostil, cineastas que permanecieron dentro de las fronteras nacionales evadieron el peligro para realizar obras de denuncia al régimen militar. Aparece en este contexto el documental Recado de Chile (1978), un filme colectivo realizado de forma clandestina donde se recopilan testimonios de la Agrupación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos. Destacan también entre los documentales filmados en dictadura en territorio chileno el cortometraje No olvidar (1982), rodado entre 1979 y 1982 por el director Ignacio Agüero —presentado bajo el seudónimo Pedro Meneses—, con el que se comprobó por primera vez las implicaciones del Estado en la detención y asesinato de un desaparecido[iii]; por otra parte Acta General de Chile (1986), denuncia la represión dictatorial desde la dirección de Miguel Littín, quien tras permanecer doce años en el exilio ingresa al país con una identidad falsa[iv]. Desde la ficción, es relevante el largometraje Imagen latente (1988), de Pablo Perelman, historia inspirada en la vida de su hermano desaparecido. Aunque la película terminó de rodarse en 1987 la censura no permitió su estreno en Chile hasta 1990.
El recrudecimiento de la represión y las persecuciones hizo que muchos cineastas se vieran obligados a dejar el país. Sin embargo, la lejanía no implicó el abandono de temas sociales y políticos acuciantes para la sociedad chilena, por el contrario, la crítica a la dictadura fue abundante desde el exilio. Directores como Sergio Castillo (Prisioneros desaparecidos, 1979), Patricio Guzmán (En nombre de Dios, 1986), Helvio Soto (Llueve sobre Santiago, 1975) y Gastón Ancelovici (fundador de la Cinemateca Chilena del Exilio) gestaron filmes y proyectos desde el exterior. Merece especial mención Chile, no invoco tu nombre en vano, dirigido por Gastón Ancelovici junto al Colectivo Cine Ojo, un grupo de jóvenes que desde el anonimato registraron protestas en 1983. La película fue estrenada en París ante una audiencia conformada por exiliados chilenos, dando inicio a una cinematografía donde “se prefiere mostrar, antes que el sufrimiento o el martirio la protesta” (Mouesca, 1988, p. 170). El cine del exilio fue prolífico y algunas de las memorias que guarda están permeadas por las experiencias de aquellos que, como sus creadores, tuvieron que abandonar su país.
Con el retorno a la democracia la producción cinematográfica tuvo una mayor apertura, y poco a poco su institucionalidad recupera la vitalidad mutilada por la represión. Comienzan a estrenarse y exhibirse películas censuradas durante el régimen, a las que se suman nuevas realizaciones que, desde la ficción —Archipiélago (Pablo Perelman, 1992) y Los náufragos (Miguel Littín, 1994) — y el documental —Cien niños esperando un tren (Ignacio Agüero, 1988) y Chile, la memoria obstinada (Patricio Guzmán, 1997)— dirigen su mirada a la historia reciente.
Entrado el siglo XXI aparecen documentales que juegan con los límites entre pasado y presente (es el caso de Estadio Nacional, Carmen Luz Parot, 2001 y Actores secundarios, Jorge Leiva y Pachi Bustos 2004) o indagan en la interpretación de la discursividad histórica (así ocurre en el polémico El astuto mono Pinochet contra La Moneda de los cerdos, Bettina Perut e Ivan Osnovikoff, 2004)[v]. Mientras, desde la ficción se ha configurado un universo cinematográfico donde la dictadura es el telón de fondo para adentrar al espectador en historias de vida o retratos familiares, donde la amistad y solidaridad puede compartir escenario con el temor y la violencia. En películas como Machuca (Andrés Wood, 2004); la trilogía de Pablo Larraín (Tony Manero, 2008; Post mortem, 2010; No, 2012); y más recientemente Los perros (Marcela Saïd, 2017) y 1976 (Manuela Martelli, 2022) se observan los vínculos entre dictadura y conflictos de diversa naturaleza.
Es notable la emergencia de un corpus de animados dedicado a rememorar la vida tras el golpe, realizado sobre todo por jóvenes: Golpe de espejo (Claudio Díaz, 2008); Trazos de memoria (Valentina Armstrong, Carolina Churruca, Helios Lara, Paloma Rodríguez, María José Santibáñez y Oscar Sheihing, 2012); Bear Story (Gabriel Osorio, 2014). Además, la animación puede complementar un filme al insertarse, por ejemplo, como segmento de un documental: Los últimos días de Víctor Jara (Christian Rojas, 2016) (Fenoll, 2018).
El investigador y director de la Cineteca Nacional de Chile, Marcelo Morales, llama la atención sobre el mito de la presencia del golpe y la dictadura en el cine chileno. Para el análisis considera filmes estrenados de 2001 a 2022, dando cuenta de que no son pocos los casos en los que este contexto solo se muestra de forma tangencial (Morales, 2021). No obstante, si bien el cine chileno diversifica sus temáticas, abarcando un espectro cada vez más amplio, el tratamiento del golpe y la dictadura —ya sea desde la denuncia explícita del documental o como trasfondo situacional de la ficción— está lejos de ser agotado por los cineastas como recientemente ha demostrado Manuela Martelli con su exitosa 1976 (2022).
Lo interesante de esas voces que parecen venir del pasado, es que realmente están construyendo una narrativa otra que se abre paso en el presente. Se trata de publicitar proyecciones a un futuro que no debe repetirse en esencia. La dictadura chilena fue un hecho que impactó la esencia misma de la chilenidad. Se trata de la irrupción de la violencia extrema, de los silencios, de los dejar de ser, a la par que la expresión de una resiliencia y una resistencia de la que el cine fue y es testigo. La pantalla grande ha sido asidero de esa reconfiguración entre lo público y lo privado, entre ese cuestionamiento al status quo político, militar y de privación casi total de derechos y ese posicionamiento de los sentidos y sentimientos más profundos que la macro situación generó y continúa generando.
La historicidad de las memorias se trata de ello. De confrontación, de exposición. Entonces, el cine chileno en su representación de los hechos relacionados con la dictadura ha sido un cine diverso que entreteje memorias. Se ponen entonces sobre la pantalla interpretaciones y reinterpretaciones (solo debemos tener en cuenta que muchos de las y los más connotados realizadores del actual siglo chileno no vivieron la dictadura). Todas disidencias de una historia oficial. Todas subliminales narrativas en las que el yo y el nosotros chileno se trastoca.
Referencias
Cine chileno en el exilio (1973-1983). Disponible en: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3336.html
Cristiá, M. (2019). Imágenes robadas a la represión chilena. Redes transnacionales de denuncia y cine contrainformacional durante la dictadura de Augusto Pinochet. Revista Historia y Sociedad, 173-200.
Fenoll, V. (2018). Animación, documental y memoria. La representación animada de la dictadura chilena. Cuadernos Info, 45-56.
Jelin, E. (2020). La historicidad de las memorias. Mélanges de la Casa de Velázquez, 1(50), 285-290.
Morales, M. (2021, abril 18). El cine chileno NO habla mucho del golpe y la dictadura. Películas estrenadas entre 2001-2022. Retrieved from Cine Chile. Enciclopedia del cine chileno: https://cinechile.cl/el-cine-chileno-no-habla-mucho-del-golpe-y-la-dictadura-peliculas-estrenadas-entre-2001-2022/
Mouesca, J. (1988). Plano secuencia de la memoria de Chile. Veintinco años de cine chileno (1960-1985). Madrid: Ediciones del litoral.
Pinto, I. (2009, 12 18). Cine, política, memoria. Nuevos entramados en el documental chileno. Retrieved from La Fuga: https://www.lafuga.cl/cine-politica-memoria/341
[i] Para un análisis de las etapas del desmantelamiento del cine chileno consultar: Mouesca, J. (1988). Plano secuencia de la memoria de Chile. Veinticinco años de cine chileno (1960-1985). Madrid: Ediciones del litoral.
[ii] En Cine chileno en el exilio (1973-1983): : http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3336.html
[iii] Tomado de: https://cinechile.cl/pelicula/no-olvidar/
[iv] Sobre el proceso de rodaje de ambos films ver: Cristiá, M. (2019). Imágenes robadas a la represión chilena. Redes transnacionales de denuncia y cine contrainformacional durante la dictadura de Augusto Pinochet. Revista Historia y Sociedad, 173-200.
[v] Un análisis sobre este documental se encuentra en: https://www.lafuga.cl/cine-politica-memoria/341