Por Ana Niria Albo Díaz
Socióloga y profesora universitaria
Escuchar “Mi Verdad” de Anita Tijoux te sobrecoge. Sabes que, si esta es la banda sonora, lo que se avecina te moverá el piso. Y si además la serie que estás viendo se desarrolla en los contextos de la educación secundaria pública en un Chile en la entrada al segundo decenio del siglo XXI, tienes que estar consciente de que el corazón se te estrujará. Aquí el protagonista no es quien parece ser. La adolescencia chilena es quien pone las pautas.
Y es que la televisión es un aparato poderoso. Martín-Barbero expresa que, en América Latina, la ficción seriada constituye trinchera en la que las identidades propias puedan resistir: “Mientras los noticieros se llenan de fantasía tecnológica y se espectacularizan a sí mismos hasta volverse increíbles, es en las novelas y los seriados donde el país se relata y se deja ver” (Barbero, 2002, 172).
El Reemplazante es una serie de televisión que fue lanzada en 2012, justo a un año del movimiento estudiantil de 2011. Es el resultado de una clase de guión de la carrera de periodismo de quien fuera su hacedor principal Javier Bertossi, junto a su profesor de taller de guión, Ignacio Arnold y el productor, director y guionista Nimrod Amitai. Todos los que han visto la serie coinciden en que hay una fuerte inspiración en Merlí, Rita o incluso las películas del estilo de Escritores de la Libertad (2007) o Mentes Peligrosas (1995). Cada una aborda la escuela como institución con poder transformador y la educación como herramienta de progreso social. El Reemplazante visibiliza el papel de la política como importante herramienta macrosistémica para apoyar ese rol de formador activo que debe tener la educación. Sin embargo, esta serie va más allá, es “un relato dramático concomitante a los conflictos sociopolíticos que tienen lugar en el Chile actual, y en el contexto socioespacial determinado” (Mujica, 2022).
Aunque hoy intentaremos visibilizar sobre todo el papel de la educación en esta serie, El Reemplazante tiene tela por donde cortar. Quiero pensar que el escenario educativo es un pretexto para denunciar/mostrar la precariedad y el olvido al que está sometido cierta franja social de la adolescencia chilena. Cuando Carlos Valdivia pasa de ser un exitoso empresario a ser el reemplazo del profe de matemáticas, desarrolla un viaje geoespacial que es un viaje de movilidad social descendente. El Sur de Santiago al que llega es el fin del principio de un viaje cuya metáfora avisa que hay de todo en la viña del Señor: sobre todo exclusiones y vulnerabilidades. Cada uno de sus alumnos es una muestra de los problemas sociales de ese Chile invisibilizado que saldría a las calles tras el Estallido social de 2019, que protagonizaría la constituyente y que votara por un cambio social en la figura de Gabriel Boric.
De hecho, en noviembre de 2019, dos de los actores que son estudiantes en la serie, Sebastián Ayala (Maicol) y Karla Melo (Flavia) grabaron un cortometraje en apoyo al Movimiento Social. En este se ve la represión de la policía de Sebastián Piñera hacia los personajes de la serie. Hacen un flashback al 2012 cuando Maicol (Ayala) y Flavia (Melo) hablaban de la situación acontecida en el país durante esos años. Maicol soñaba con un Chile un poco más justo: “Ojalá que a la Toya no le pase lo mismo que a nosotros (…) que salgan a la calle, que griten, pa’ que cambie la huea”. Flavia está desesperanzada, y Maicol le hace una apuesta: si Chile cambia en unos cuantos años, ella tendrá que darle un beso. Hacen un salto temporal al Estallido Social del 2019 con ambos ya adultos participando de las marchas. En medio de todo esto, Flavia cumple con la apuesta del 2012 dándole un beso a Maicol al ver que Chile parece haber cambiado. Este video se convirtió en viral.
Pero volvamos a la serie. El profe Charlie llega al colegio Príncipe Carlos y descubre no solo un ambiente precario para sostener procesos educativos en este nivel secundario de la enseñanza, sino un rosario de problemáticas sociales que a la postre funcionan como catalizadores de la acción social de sus estudiantes: tráfico de drogas, tenencia de armas, embarazo juvenil, discriminación sexual, exclusión étnica y un paradigma neoliberal en el sistema de educación escolar, son solo una muestra de una acertada intención narrativa, cargada de la crudeza y la realidad del Chile que muchos no quieren ver. Y es que El reemplazante mostraba parte de las demandas de ese 2019: el fin de la brecha educativa, la condonación del CAE, una educación no sexista, entre otras. (Fernández, 2022).
Las instituciones de educación siempre han sido parte de los agentes de socialización y control social. El entendimiento de las mismas como agentes liberadores y formadores de sujetos activos, capaces agentes del cambio, pudiera ser entendida como una perspectiva relativamente nueva. El colegio Príncipe Carlos, escenario principal, es propiedad de Raúl Jorquera, empresario educacional e inmobiliario y es el claro ejemplo de cómo aun cuando el personal educativo se empeñe en cambiarlo, el sistema se impone. Este es de esos colegios creados para ‘los que sobran’, y cuyo único objetivo es lograr la recepción hasta cuarto medio y evitar que los jóvenes no estén en las calles delinquiendo. A todo esto, se suma la precariedad del establecimiento educativo, las tensiones que genera y el clímax por la muerte de un estudiante debido a las deficiencias en la electricidad.
Las razones de que esto ocurra pasan por la política educativa heredada de la dictadura a partir de la municipalización que proyectó un sistema ineficiente y segregacionado (González, 2017) socioeconómicamente. La educación pública no solo vería disminuida su matrícula si no que la percepción social entorno a ella se convertiría en pésima. Aunque el colegio de la serie sea ‘privado’ con subsidio estatal, realmente a los efectos viene siendo público porque:
“En un comienzo pensábamos en el colegio como una escuela municipal, pero luego vimos que el colegio particular subvencionado era lo que se adecuaba a lo que imaginábamos, porque ahí aparece la figura del sostenedor”, planteó en una entrevista Amitai, uno de los creadores. Por sostenedor se refiere al dueño y gestor del colegio que, en verdad, termina siendo financiado por el Estado vía subsidios ya que este no invierte un peso (Titto, 2022).
Y se suman entonces las crisis financieras de carácter estructural y la consiguiente incapacidad de ofrecer un servicio educativo de calidad. Toda una resultante del ascenso y consolidación de la sociedad y políticas neoliberales.
Es importante tener en cuenta esta última idea para comprender cómo a pesar de que Carlos, la profe Ana y en general, el claustro del colegio Príncipe Carlos, intenta subvertir la realidad, esta se impone porque las problemáticas terminan siendo resultantes del sistema, y ese no cambia desde el accionar de dos maestros. Los adolescentes de estos centros educacionales siguen siendo víctimas del sistema (véase sobre todo la temporada dos) y por tanto de otras problemáticas como la inmigración, la xenofobia, la homofobia incluso dentro del colegio que se encuentra en lo que se denomina una zona de riesgo social.
Pensemos en las funciones que tiene la educación: adaptación del individuo, asegurar la reproducción social, introducir el cambio, capacitación profesional, económica, política, control social y promover un progreso humano. De todas estas pareciera que el sistema ha pensado en estos colegios de la franja de riesgo social como hacedores del control social. La brecha educativa respecto a los privados es evidente en la serie. Y aunque han transcurrido ya varios años el contexto pandémico señala que la realidad no ha cambiado mucho: “Según un estudio realizado por el Mineduc en agosto del 2021, en Las Condes un 1% de los alumnos presentó dificultades para participar de las clases remotas, mientras que en La Pintana la cifra llegó a un 47% respectivamente” (Fernández, 2022).
La serie, además, muestra sin tapujos los altos niveles de corrupción que sostienen o más bien destruyen el sistema educativo chileno que se basa en un modelo de mercado. La figura del Sr. Jorquera es el referente fundamental de tal corrupción. Ante esto los estudiantes toman el colegio y son apoyados por varios profes, entre ellos Carlos. La metáfora es evidente. La toma del colegio es como el estallido que se avecinaba. Los pacos llegan, la represión parece avanzar, pero esta vez Jorquera les detiene. Francisco, hermano de Carlos, es nombrado director. Entonces se inicia un camino en la serie que pretende denunciar la lógica de un modelo educacional que se asocia al mercado y al control. La función social de la educación de generar ciudadanos para el cambio social se ve soslayada ante la preocupación de potenciar una ciudadanía adaptable y capacitada que se pueda manejar dentro de las normas sociales del momento. La educación entonces es vista como un bien de consumo y no como un bien público, como debería ser.
En tiempos de la pedagogía del aburrimiento (Corea, 2004), tal como el Merlí catalán, Carlos emplaza (y de ahí un feliz juego de palabras) a sus estudiantes a luchar por un futuro mejor. El maestro se va dando cuenta que para lograr frutos ha de introducir otros elementos en su modelo educativo: el afecto, la empatía y el desarrollo personal. Sin embargo, se advierte cierto empuje meritocrático desde el primer capítulo cuando el profe Charlie entra por primera vez y les habla de que ellos pueden construir un futuro mejor, o cuando al final en la segunda temporada son los propios padres del colegio quienes, tras la guía del maestro, salvan el colegio formando una cooperativa. En ambos casos, se deja la posible solución a las problemáticas de la institución educativa en manos de los ciudadanos.
En este contexto, no hay una interpelación al gobierno ni a las autoridades educativas, sino a los sostenedores particulares y a sus malas prácticas. No se hace referencia a que dichas malas prácticas son consecuencia directa de la legislación y las políticas económicas que las avalan y que, además, forman parte de la herencia de la dictadura militar. (Corea, 2004, p. 11).
Pese a esto, hay algo hermoso en El Reemplazante. La serie, que inicia todo su proceso de creación antes del Movimiento de 2011, no solo hace explícito muchas de las formas de este movimiento como son las tomas, la organización de los estudiantes en asambleas, las protestas creativas; sino que visualmente la estética del grafiti, el arte callejero y la utilización del hip hop como banda sonora, hacen un acompañamiento que sintoniza con ese Chile en transformación que emana precisamente, de los protagonistas de los procesos educativos, los estudiantes.
En medio de todo esto recuerdo cuando en septiembre de 2016 llegaba a La Habana un grupo de jóvenes chilenos al I Taller Casa Tomada. Juventud y espacio público en las Américas. Llegaron con la ilusión de homenajear aquel movimiento de 2006 con la exposición grafica A la calle nuevamente. Se trataba de una acción que desde Casa de las Américas pretendía apoyar la construcción de la memoria reciente de Chile. Una “memoria colectiva que para nada anula las subjetividades individuales sino la puesta en marcha de consensos en los que se recupera el tejido social” (Albo, 2016, p.8). La expresión estética, artística y mediática de estas movilizaciones, como es el caso de esta serie, constituyen disputas y reconfiguraciones de lo público (en este caso el modelo educativo secundario chileno).
Los recuerdo al ver El Reemplazante. Recuerdo sobre todo aquella idea de Matías Marambio sobre “la marca indeleble de la juventud en el cambiante espacio público y (que) abren perspectivas en el esfuerzo estudiantil por construir un nuevo tipo de sociedad” (Marambio, 2016, p. 109). Esa sociedad parece estar a las puertas de las chilenas y los chilenos. Pero para lograrlo será imprescindible mover las cimientes de la sociedad y esas están en la educación. Chile tendrá educación pública, gratuita y de calidad o no se tendrá esa sociedad más justa.
Referencias
Albo, Ana Niria y Camila Valdés León (2016). Juventud y espacio público en las Américas. I Taller Casa Tomada. La Habana: Casa de las Américas y Rosa Luxemburgo Stiftung.
Barbero, Jesús Martín (2002). “El melodrama en televisión o los avatares de la identidad industrializada. Herlinghaus, H. Narraciones anacrónicas de la modernidad. Melodrama e intermedialidad en América Latina. Santiago de Chile: Cuarto Propio.
Corea, C. y Lewkowicz, I (2004). Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas. Buenos Aires: Paidós.
Fernández, Vanessa. “«El reemplazante»: la serie que catapultó al próximo jefe de comunicaciones de Boric” 22 febrero 2022. eldesconcierto.cl. 23 junio 2022. https://www.eldesconcierto.cl/tipos-moviles/pantalla/2022/02/22/el-reemplazante-la-serie-que-catapulto-al-proximo-jefe-de-comunicaciones-de-boric.html
Gonzalez, R (2017). “Segregación educativa en el sistema chileno desde una perspectiva comparada.” S. Molina, R. Schurch, J. Castillo, M. Holz & C. Medel. El primer gran debate de la Reforma Educacional: Ley de Inclusión Escolar. Santiago: Ministerio de Educación de Chile.
Marambio, Matías (2016). “Movimiento estudiantil: jóvenes y espacio público.” En: León, Ana Niria Albo y Camila Valdés. Juventud y espacio público en las Américas. I Taller Casa Tomada. La Habana: Casa de las Américas y Rosa Luxemburg Stiftung,
Mujica, Sharun Uttamchandani. “El Reemplazante entre la exclusión y la resistencia en el espacio urbano.” 30 enero 2020. Revista Planeo Nº 42 Ciudades Rebeldes. 25 junio 2022. http://revistaplaneo.cl/2020/01/08/el-reemplazante-entre-la-exclusion-y-la-resistencia-en-el-espacio-urbano/
Titto, Julia de. “El reemplazante: una excelente serie chilena con foco en la educación.” 29 mayo 2017. notasperiodismopopular.com.ar. 3 junio 2022. https://www.notasperiodismopopular.com.ar/2017/05/29/reemplazante-excelente-serie-chilena-foco-educacion/