Por Amanda Sánchez Vega
Socióloga y docente universitaria
Hay sucesos que calan hondo en la memoria de los pueblos, configurando una suerte de trauma histórico. Se inscriben entre estos acontecimientos aquellos perpetrados en tiempos de dictadura, donde la violencia, el miedo y la incertidumbre dejaron secuelas imborrables que perduran en los imaginarios sociales. El cine latinoamericano ha repercutido en la difusión de historias que funcionan como antídoto a la amnesia, al olvido, convirtiendo la gran pantalla en vehículo de la memoria. Sin dudas situar el escenario de un filme durante la dictadura permite explotar potencialidades dramáticas al explorar los intersticios más aterradores de la condición humana; sin embargo, no son pocos los realizadores que también han explorado -sin dejar a un lado las vejaciones cometidas en nombre del “orden”- las redes de hermandad y solidaridad que florecieron ante la adversidad y ante la búsqueda de la libertad como un horizonte común.
En 2012 el realizador chileno Pablo Larraín dirigió sus cámaras hacia un hito en la historia de su nación: el plebiscito celebrado el 5 de octubre de 1988. La película fue titulada NO, en alusión a la campaña comunicativa desplegada por la concertación de partidos opositores. Con un guión basado en la obra teatral El plebiscito, del escritor Antonio Skármeta, este filme ofrece a los cinéfilos una acertada disección del proceso de concepción de la estrategia publicitaria que influiría en la salida del dictador Augusto Pinochet Ugarte del gobierno. Sin embargo, el filme de Larraín evoca el contexto en el que se produce el tránsito a la democracia. Va más allá de la necesidad de concebir un mensaje eficaz, capaz de captar electores, apuntando hacia la relevancia que tuvo la acción colectiva para poner fin a diecisiete años de opresión.
El espectador ingenuo podría pensar que bastó una franja televisiva de 15 minutos diarios durante 27 días previos al referéndum, para que la magia de la propaganda en pantalla chica dirigiera el destino de un país. Es cierto que el filme se centra sobre todo en las vicisitudes del publicista René Saavedra (interpretado por el actor Gael García Bernal) durante la construcción de la campaña opositora a la postura oficialista, pero no prescinde de la situación nacional e internacional en la que tuvo lugar el plebiscito.
Se debe recordar que según lo dispuesto en la Constitución Política de la República de Chile (1980) una consulta popular decidiría si extender o no la presidencia de Pinochet por 8 años, esta tendría lugar en 1988. Tanto diálogos como imágenes en NO dan cuenta del descontento social acumulado para la fecha, a lo que se unía un panorama internacional signado por el declive de la Guerra Fría y una ola de democratización en América Latina. Son estos algunos de los factores que explican que el régimen militar se viese obligado a reconocer como válidos los resultados del referéndum.
Al ser el gobierno responsable de la organización del plebiscito, gran parte de la población se encontraba envuelta en un estado de incertidumbre, pues se ponía en duda la veracidad de los resultados que se obtendrían. No solo se temía al fraude, sino también a la posibilidad de que el régimen no reconociera el triunfo de la oposición en caso de que ocurriera, o a que el país atravesara otro golpe de Estado. Los estudios de opinión pública del Centro de Investigaciones Sociales apuntaban en junio de 1988 que un 30% de los futuros votantes estaban indecisos (Makuc, 2014). En la película se hacen referencias a estadísticas que arrojaban información sobre las abstenciones, y una de las participantes en la coordinación de la campaña comenta a sus compañeros: El miedo aumenta significativamente el número de los indecisos.
La campaña por el No debía hacer frente al escepticismo de una audiencia muy heterogénea, con posicionamientos ideológicos diversos. Por ello su eslogan, Chile, la alegría ya viene, no sugería el seguimiento de un programa político común, sino que llamaba a la unidad con el optimismo y la esperanza de construir un futuro sin lugar para la violencia y el autoritarismo, un futuro sin dictadores. La imagen del arcoíris (utilizada en los posters promocionales de la película) se adoptó como un símbolo que condensaba al conjunto de las fuerzas políticas opositoras, que en febrero de 1988 habían constituido la Concertación de partidos por el No[i]. Se trataba de una “concertación pragmática más que una unidad ideológica o programática” (Makuc, 2014, p. 42), bajo la convicción de que solo unidos, a pesar de las diferencias, podían vencer “en la lucha por la dignidad y contra el miedo” (Arriaga, 1995, p. 19).
Hasta el momento las acciones de rechazo al régimen se habían organizado desde movilizaciones sociales y estrategias de lucha armada[ii]. Ante la posibilidad de aprovechar la coyuntura propiciada por el plebiscito para transitar hacia la democracia, la oposición política se enfocó en la campaña por el No. La necesidad de la participación popular articula un eje central de la narrativa de la película, el ciudadano tenía en sus manos la libertad de decir mediante el voto No+: No más Pinocho, no más dictadura, no más tortura, no más muerte, no más censura, no más abuso (en el filme Saavedra y un grupo de compañeros coinciden en adoptar el No+ para concebir el contenido de la campaña).
Aunque la participación electoral tuvo una función fundamental para poner fin a la dictadura de Pinochet, pecaríamos al simplificar el análisis de un hecho tan complejo. María Elena Makuc (2014) advierte, tomando como referencia la obra de Jean L. Cohen. Y Andrew Arato Sociedad civil y teoría política, que la transición a la democracia en Chile debe ser comprendida como un proceso en el que influyeron tres factores: (1) la protesta, la movilización y la (re)emergencia de la sociedad civil; (2) el acercamiento entre posturas políticas antagónicas y (3) la negociación para el cambio de régimen político.
Entre 1973 y 1981 el gobierno militar instauró un estado represivo en el que no había cabida para la participación social. Nadie quedaba exento de peligro si era percibido como enemigo del “orden”, si ponía en juego la “cohesión” y “estabilidad social”. La violencia extrema y el autoritarismo buscaban la aniquilación de la voluntad colectiva de transformar la sociedad. La Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación en 1996 estimaba que la dictadura dejó a su paso un saldo de 3197 muertos. Mientras, los torturados y prisioneros políticos ascendían a 28 457, según la Comisión Valech (2003). Informes más recientes continúan sumando víctimas a estas estadísticas (Sahueza, 2013).
La crisis económica en la que se encontraba inmerso el país en 1982 provocó la (re)emergencia de una sociedad civil que protagonizó intensas jornadas de protestas masivas entre 1983 y 1984. Estas provocaron una radicalización de la represión, pero a su vez, obligaron al régimen a liberalizar la política. Ello explica la conformación de una oposición que paulatinamente fue acercándose, a pesar de sus diferencias políticas, con el objetivo de articularse en pos de retornar a la democracia por vías pacíficas (Lagos, 1995).
La oposición presentó al voto como un arma de desestabilización y posible superación del régimen. Mientras, la propaganda oficialista del gobierno alababa la administración de Pinochet, alejando la mira de sus sanguinarios procederes y violaciones de los Derechos Humanos. La contienda llevó a un número inédito de electores a las urnas. Varios estudios se refieren a la alta tasa de participación electoral lograda en el plebiscito de 1988 como una “anomalía”, teniendo en cuenta las tendencias históricas del país en cuanto al comportamiento de los votantes (Navia, 2004). El No obtuvo la ansiada victoria con un 54.71 % ante el Sí, con un 43.01 % (Tagle, 1995). Pinochet se vio obligado a reconocer su derrota.
Cerca del final, las escenas del filme transmiten la alegría de las masas enardecidas ante el triunfo del No. Sin embargo, el tiempo demostró que lejos estaba la superación de la institucionalidad legada por la dictadura y el castigo a los crímenes cometidos. El estudio La alegría ya viene… Las representaciones sociales acerca del Plebiscito de 1988 en Chile, ofrece una recopilación y análisis de los testimonios de un grupo de opositores de la dictadura que colaboraron o contribuyeron con la opción No. Prevalecen entre las ideas sobre el camino que debía tomar la transición las expectativas de cambio social y la necesidad de actos de justicia. Estos anhelos contrastan con una realidad donde las transformaciones alcanzadas fueron paulatinas y deficientes en términos de reconciliación.
Tras el plebiscito la Constitución impuesta en 1980 solo fue modificada parcialmente, por lo que se conservó la institucionalidad del régimen y el Decreto Ley de Amnistía (1978) que favorecía a los criminales de la dictadura[iii]. A ello se suma que Pinochet continuó sus funciones como presidente hasta 1990, fue Comandante en Jefe del Ejército hasta 1998, y asumió el cargo de Senador Vitalicio de 1998 a 2002. María Soledad Sanhueza, investigadora de la Universidad de Chile, apunta a algunos de estos elementos como residuos que no permitieron la reconciliación en el país. En sus palabras “la falta de castigo, responsabilidad, comprensión y enjuiciamiento nos habla de una carencia en las políticas destinadas a fomentar la reconciliación en la ciudadanía” (Sahueza, 2013, p. 146). Chile mantuvo (y aun hoy mantiene) herencias de su pasado autoritario.
Más allá del curso tomado por la historia en los años posteriores al plebiscito, no se puede negar la relevancia de la participación social para la interrupción de la continuidad del régimen. El entramado de acciones colectivas que se fraguaron durante diecisiete años de dictadura demuestra la permanencia de formas de participación, de la que el sufragio es solo una manifestación, hasta en los momentos más adversos.
Para concluir, si de plebiscitos enmarcados en guerras mediáticas se trata no se debe obviar la historia reciente de Chile. El triunfo del No en 1988 significó el fin de la dictadura, por el contrario, el No de 2022 significó el rechazo a un texto constitucional que sustituiría la aún vigente Constitución de 1980. La carta magna propuesta, por primera vez construida de forma democrática, fue objeto de una campaña de descrédito que se valió de la desinformación y fake news. En una entrevista realizada a pocos meses del referéndum la historiadora chilena Claudia Zapata intenta analizar lo ocurrido y concluye que “la propuesta de la Nueva Constitución finalmente fracasó porque la campaña en contra fue terrorífica, porque el texto efectivamente trastocaba intereses (…)” (Zapata, 2022, p. 364). Sin embargo, reconoce que en el plebiscito de entrada quedó la voluntad de romper de una vez con la constitución legada por la dictadura, condición necesaria para las trasformaciones que demandan diversos sectores del país.
Los resultados del plebiscito de 2022 aun generan arduos debates. También continúan corriendo ríos de tinta que intentan explicar la transición chilena a la democracia. Sin embargo, tanto en el escenario desplegado en la película de Larraín como el plebiscito constituyente del pasado año, es posible identificar un tema común: la complejidad de la participación social como un proceso en el que intervienen múltiples factores de diversa naturaleza. Por tanto, su comprensión no debe restringirse a las alusiones a la voluntad o al grado de conciencia del sujeto sin tener en cuenta el contexto en el que se inscribe, el tejido social que representa su marco de acción.
Referencias
Arriaga, G. (1995). “Tres lecciones del 5 de octubre”. En M. Tagle, El plebiscito del 5 de octubre de 1988 (pp. 19-26). Santiago: Corporación Justicia y Democracia.
Lagos, R. (1995). “El Plebiscito de 1988: una jornada inconclusa”. En M. Tagle, El Plebiscito del 5 de Octubre de 1988 (pp. 46-54). Santiago: Corporación Justicia y Democracia.
Makuc, M. E. (2014). La alegría ya viene… Las representaciones sociales acerca del Plebiscito de 1988 en Chile. México, D.F: Tesis de Maestría en Ciencias Sociales, FLACSO México.
Navia, P. (2004). “Participación electoral en Chile, 1988-2001”. Revista de Ciencia Política, pp. 81-103.
Sahueza, M. S. (2013). “Dictadura y reconciliación: una revisión del caso chileno desde el pensamiento de Hannah Arendt”. En-claves del pensamiento, pp. 137-147.
Tagle, M. (1995). Introducción. In M. Tagle, El plebiscito del 5 de octubre de 1988 (pp. 7-10). Santiago: Corporación Justicia y Democracia.
Zapata, C. (2022, Octubre 17). “Una carta de navegación para el Chile del futuro: el proceso constituyente chileno en la visión de la historiadora Claudia Zapata”. Entrevistada por: Â. Meirelles de Olivera & C. Checchia, Revista Electrônica da ANPHLAC, pp. 358-373.
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[i] Formaban parte de esta los partidos Demócrata Cristiano, Socialista (Almeyda), Movimiento de Acción Popular Unitario Obrero Campesino (MAPU OC), Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), Partido Radical (Luengo), Partido Radical (Silva Cirnma), Izquierda Cristiana, Socialdemocracia, Socialista (Núñez), Partido Democrático Nacional, Partido Humanista, Unión Socialista Popular y Unión Liberal Republicana. Luego de su constitución se incorporarían el partido Socialista (Mandujano) y el Partido Socialista Histórico (Tagle, 1995).
[ii] Tras las cruentas represiones acontecidas durante las Jornadas Nacionales de Protesta (1983-1986), el fracaso del atentado a Pinochet en 1986 y la incautación de armas destinadas a apoyar la resistencia se produce un declive en las movilizaciones sociales y las acciones de núcleos de lucha armada (Makuc, 2014).
[iii] Cuando Patricio Aylwin asumió la presidencia en 1990 creó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, que investigó los crímenes de la dictadura. La Comisión presentó en 1991 el conocido Informe Retting, valioso documento para el enjuiciamiento, en años posteriores, de algunos de los implicados en el régimen cívico-militar. En 1998 la Corte Suprema de Chile resolvió que las violaciones a los derechos humanos no debían ser contemplados en la amnistía. Pinochet, alegando problemas de salud, nunca fue condenado.