Descentrados Chile

Perro Bomba: un reflejo de los (sin)derechos

Fotografía: Filmaffinity (https://www.filmaffinity.com/es)

Por Ana Niria Albo Díaz
Socióloga y profesora universitaria.

Migrar es un derecho, un derecho humano. La migración es casi consustancial a la identidad humana. Movernos, desplazarnos, viajar, aventurarnos. Como casi todas las políticas sociales encaminadas a este fenómeno, el foco de atención por lo general se dirige, más que a las causas y dimensiones provocadoras en la ciudad de partida, a lo que ocurre en el país de destino y el consabido proceso de integración/asimilación. Los procesos migratorios del siglo XXI se distinguen por características como: una creciente globalización, pues cada vez más países se ven involucrados en migraciones; una aceleración, que se refleja en el aumento de la cantidad de migrantes; una heterogeneización, ya que muchos países tienen diversos tipos de migración (política, económica, permanente, temporal); y una creciente feminización de las mismas. Por tanto, estamos ante un fenómeno que demandará mayor interés de las agendas sociales y políticas nacionales, regionales e internacionales.

En los últimos años a pesar de que el cuidado de las fronteras y la selectividad siguen siendo prácticas sustanciales de las gobernanzas migratorias, ha ocurrido un desplazamiento hacia posturas en las que el respeto de los Derechos Humanos y el carácter universal de estos (Derecho Internacional) comienzan a prevalecer. Esta última concepción universalista se ha expresado en una serie de instrumentos internacionales que han pretendido regularla bajo la óptica de los Derechos Humanos, siendo sus instrumentos más destacados: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948); la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados (1951); la Convención contra la Delincuencia Organizada Transnacional (2000) con los Protocolos de Palermo contra la trata de personas (2000), y la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus familiares (2003) (Polo, 2020).

Steevens un joven haitiano después de algún tiempo viviendo en Chile en una aparente calma, ve transformada su paz con la llegada de un amigo coterráneo. Ambos padecen los abusos y las expresiones racistas del jefe de la empresa en la que trabajan. Poco a poco Steevens  —protagonizado por el joven afro-haitiano Steevens Benjamin, inmigrante caribeño residente en Chile— estalla y lo hace gradualmente con el patrón, con las autoridades migratorias chilenas, con sus relaciones amorosas y hasta con su comunidad de haitianos residentes para los cuales esta nueva faceta rebelde de Steevens es totalmente ajena a la pasividad y resignación colectiva.

La oleada migratoria de población haitiana a las principales ciudades chilenas se inicia en 2010 justo tras el destructor terremoto en el país caribeño que agudizó la crisis económica y social por la que venía atravesando Haití. En disímiles fuentes se afirma que entre 2010 y 2017 la entrada de haitianos a Chile aumentó de apenas 988 personas al año a 110.166, según cifras recopiladas por el Servicio Jesuita de Migrantes (SJM) con información de la Policía de Investigaciones (PDI) (Paú, 2021).

La comunidad haitiana, junto a la colombiana y la dominicana constituyen la llamada comunidad emergente en el Chile actual.  Se compone de 200 000 miembros y sin dudas, es la de mayor impacto social debido a la fuerte presencia de un componente etnoracial diferente, al mismo tiempo que un idioma diverso. No debemos olvidar el papel que el falso concepto de raza ha jugado en el establecimiento de las jerarquías sociales.

Los 500 años del mal llamado descubrimiento de América provocaron en los estudios sobre esta región del mundo la toma de conciencia del legado de la colonialidad. Teóricos como Aníbal Quijano e Inmanuel Wallerstein llamaron la atención acerca de la noción conceptual de la colonialidad del poder (Quijano y Wallerstein, 1992). Cuando se lee críticamente este concepto, se advierte que la colonialidad, por tanto, es un signo similar a la americanidad y ambos resultaron agentes de creación de la clasificación étnica y por tanto, del racismo.

Llamemos a las cosas por su nombre. En Perro Bomba se está mostrando, más que lo difícil del proceso de integración de cualquier inmigrante en una sociedad diferente, las relaciones raciales, religiosas, las tradiciones y costumbres, también están presentes. La sociedad chilena más rancia, como buena hija de la colonización, se siente incómoda ante lo diferente. Cualquiera que violente la heteronormatividad blanca puede ser considerado incómodo para estos sectores tradicionalistas. Sin embargo, aquí se trata de demostrar que no es únicamente una cuestión de las clases medias y altas, sino una cuestión sociocultural y de xenofobia.

El propio Juan Cáceres lo expresa al explicar su motivación para realizar el filme: “fue la llegada, en particular a partir del 2016 de muchos haitianos a Chile que históricamente registraba inmigración europea o de países vecinos, pero no caribeña. Dado la diferencia de idioma y de color comenzó a incomodar a ciertos sectores de la sociedad chilena”. Tal vez por eso la idea de un filme que tiene mucho de documental.

Apostaron por la construcción de un cine que no tiene miedo a ser llamado bajo el apellido de social. Dicho significante implicará denuncia y a la par, la constante de ser criticado por “politizar el arte cinematográfico”. Y es que Perro Bomba da cuenta de un cine que se hace desde abajo, desde el Chile que devela la real cara de una sociedad aparentemente exitosa. “Cuestionando a fondo ese mismo modelo que se nos vendía, autoconvocándose, desde los barrios, desde las bases, organizándose territorialmente, con mucha influencia del feminismo cuestionador de este modelo patriarcal del gobierno”, explica el director de Perro bomba (Ferrari, 2019 ).

Otros elementos cinematográficos a destacar son la música y la fotografía. De este último hay que mencionar la idea de representación de la marginalidad, la vulnerabilidad y la pobreza desde planos y enfoques que también lo son. Hay una cámara en movimiento casi siempre frente a otras que parecen escondidas (como el plano medio desde un contrapicado realizado en la escena del aeropuerto en el que Steevens recibe a su amigo). Se trata de una cámara que se mete por el hueco de una aguja, que parece que llega a lugares que los otros no han llegado.

Pero volviendo al trasfondo social de Perro Bomba, creo que también hay una especie de intención por parte de Cáceres de remarcar los choques identitarios. Cuando se habla de identidad se refiere al conjunto de aquellos rasgos psico-sociales (subjetivos y objetivos) que identifican a un grupo de individuos como tal, haciéndolos a la vez distintos de otra colectividad y heterogéneos como comunidad; rasgos que al identificarlos y diferenciarlos los ubican en posiciones de comunidad y diferencia, determinando su posición social y pertenencia grupal, y que se modifican en el tiempo sin hacer perder la continuidad que hace al grupo comparable con otros. En su conformación intervienen la conciencia y el sentimiento compartido de grupo, pero también la distintividad biológica y de las prácticas sociales. Se incluyen en ese caso la definición que los actores sociales hacen de sí mismos en cuanto que grupo étnico, género, nación, en términos de un conjunto de rasgos compartidos por todos sus miembros y que se presentan, por tanto, objetivados (Rodríguez Soriano, 2003, p. 4).

Como proceso social, la identidad tiene un sentido histórico definido por las interacciones que le dan origen en su individualidad y/o colectividad. Sus fronteras determinan a la vez, los elementos que unen y los que separan, (re)produciendo las asimetrías y las desigualdades. Al emigrar las personas se sitúan en un espacio de tensión entre lo que eran y lo que serán. En ese momento entra en conflicto el sentido de pertenencia a una colectividad, a un sector social o un grupo específico de referencia que puede ser la nación, la comunidad y/o la familia que se deja en los países de origen. Unas personas logran negociar las identidades llevadas de sus sitios de origen con las que se adquirirán en el nuevo territorio, mientras otras, no, pues esa conflictividad no ocurre en iguales niveles de intensidad. Sin embargo, en las actuales condiciones de globalización de la información y el desarrollo gradual de las tecnologías, la migración se vuelve cada vez más, un fenómeno que no requiere obligatoriamente de desprendimientos de la sociedad y el territorio de origen. En Perro Bomba estas disyuntivas están presentes de manera bien clara en la relación de Steevens con su comunidad haitiana.

La identidad es un proceso en el cual el migrante se auto-define e identifica con símbolos y significados propios de expresiones como el lenguaje, la religión y las tradiciones populares como la música, las danzas, el folclore más autóctono y la gastronomía (elementos que en la película se muestran desde lo documental). Su conformación pasa por prácticas e interacciones de pertenencia y desarraigo, inclusión y exclusión. Está marcada por la apropiación de múltiples normas, reglas de comportamiento, códigos y roles sociales que distinguen las interacciones al interior y exterior del grupo en el que se inserta el migrante. Y será a partir de esas negociaciones que el migrante y su contexto construyen “el sueño”.

Perro Bomba es una película donde el sueño chileno parafraseando al “americano” se desvanece. Esto no es fortuito: desde 2019 se vienen dando cifras de mayor salida de haitianos que entradas. Desde 2010 cifras como estas se reportan 10.478 emigrantes haitianos frente a los 7.515 que llegaron a las ciudades chilenas. Pero el camino migrante de la población haitiana continúa. Por estos meses hemos visto las imágenes horrorosas de unos 13 mil migrantes haitianos en situaciones precarias, acampando bajo puentes a la espera de procesamiento en ciudades mexicanas como Acuña y estadounidenses como Del Río en Texas. Lo siniestro es que se sabe que no provienen de su país natal, sino en su mayoría de Chile u otros países del Cono Sur Latinoamericano. Han salido huyendo de la xenofobia y la falta de oportunidades sin saber que este otro sueño puede convertirse en pesadilla.

Referencias

Ferrari, Sergio. Perro Bomba y el malestar social chileno. 27 Noviembre 2019 . 3 diciembre 2022. < https://www.swissinfo.ch/spa/-perro-bomba–y-el-malestar-social-chileno/45393430

Paú, Fernanda. “¿Por qué tantos haitianos se van de Chile?” bbc.com 24 septiembre 2021.

Polo, Felipe Rivera. Situación de la Migración en Chile: datos recientes y tramitación del proyecto de ley de migración. Serie Informe Nº 31-20. Santiago: Biblioteca Nacional del Congreso, 2020.

Quijano e Wallerstein, Aníbal e Inmanuel. “La americanidad como concepto, o América en el moderno sistema mundial.” América 1492-1992. Trayectorias históricas y elementos del desarrollo XLIV.4 (1992): 583-591.

Rodríguez Soriano, María Ofelia. “Aproximación sociológica a la identidad y el feminismo en las comunidades de origen latinoamericano en Estados Unidos. XXIV Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA).” abril 2003. XXIV Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). 2012. <lasa.international.pitt.edu/Lasa2003/RodriguezSorianoMariaOfelia.pdf. >.