Descentrados Chile

“Que no es lo mismo/pero es igual”.
Inmigrantes y Extranjeros en Chile.

Fotografía: mirsad sarajilic

Por Carlos Benítez Cabrera
Investigador postdoctoral DI. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

 Me gustan los rompecabezas –o puzles–, un poema, una canción, una novela –sobre todo el puzle por excelencia: la novela policial–, escribir son formas cambiantes de un rompecabezas. El rompecabezas es notable en el sentido de que desafía a la propia modernidad: Es, de cierta –y metafórica– manera, una fragmentación a través de la cual es posible conocer una totalidad, una compleción. Para poder completar el desafío, terminar la lectura del poema, hay que poder idear la completitud. Dicho de otra manera: las piezas del rompecabezas dan cuenta de lo que será al final, la imagen completa. En este gesto nos encontramos también con la operación básica desde la cual se funda todo goce estético: La resolución. Un objeto estético es una exploración que da cuenta de un problema, una instancia, una forma que plantea un predicamento no única y exclusivamente de-en-el contenido. El placer surge de la solución in-esperada que el artista, el creador, con-jura para resolver ese mismo predicamento que genera.

Hace meses vi un puzle que me encantó en el supermercado. Se trata de un rompecabezas de la estampa “La gran ola de Kanagawa” –o “La ola” o “La gran ola”– de Kutsushika Hokusai. Tal vez una de las piezas de arte más conocidas y re-conocibles de todos los tiempos. Es una obra curiosa porque se podría entender que es una pieza que rompe su temporalidad para “guardarse” para la época de reproductibilidad técnica. La lógica del arte oriental que renuncia a la desgastante idea de la “originalidad” que apesta la occidentalidad. Pero eso es una discusión para otra columna. Decía que había visto este puzle en el supermercado hace mucho tiempo. Por el precio tuve que esperar un tanto. No tan solo por el precio; también por el tiempo que lleva hacer un rompecabezas. Esto, hasta hace unos días. Tenía que hacer una gestión cerca y pensé: “si está, me lo compro”.

Fui, estaba y me lo compré. Cuando fui a pagarlo, estaba distraído lidiando con mi hijo y escuché –ya en la fila– que un sujeto la trataba con excesiva deferencia. Me extrañé, porque la gente del barrio alto no es muy amable con los trabajadores. Levanté la vista de la conversación con mi hijo y lo entendí todo. Claro, la deferencia del sujeto con la trabajadora es porque ella era una sujeta caucásica, con un español de sintaxis fracturada y de marcado acento europeo oriental. La mujer era de una belleza canónica: rasgos finos, cabello rubio ensortijado, ojos claros. Además de lo anterior, como pude comprobar, una persona muy amable.

En el camino a la casa recordé una experiencia que tuve hace tiempo. Era el primer trabajo remunerado como escritor-investigador que tuve acá en Chile. En ese momento no tenía la visa definitiva, apenas poseía la temporaria. Como decía, era el primer trabajo remunerado que tuve como escritor y el pago fue un monto importante. Me pagaron con un cheque y fui al banco a cambiarlo –ni cuenta vista tenía en ese entonces–. Llegué a la caja, se lo pasé a la cajera, lo vio y me miró. En primera instancia, me pidió el carné de identidad. Lo revisó, me comparó al carné. Luego llamó a la supervisora y después me dijo: “sabe que no le puedo pagar el cheque, es muy grande el monto”. Le expliqué que me lo gané trabajando y me dijo que el problema era mi estatuto migratorio –no con estas palabras, lo estoy arreglando yo–. Le pregunté qué podía hacer y me dijo que si no conocía a un chileno para depositárselo en la cuenta y que esa persona me diera el efectivo. Le dije entonces que esposa tenía cuenta en el mismo banco –la cajera me preguntó si ella era chilena– y se lo deposité. Ahora a la distancia, y ocho años después, me doy cuenta de que fue un trato discriminatorio.

Claro, yo disto mucho de ser una belleza hegemónica, tengo rasgos aindiados y pelo negro, soy de espalda anchas; mi sintaxis también es fracturada, pero es porque “pienso” en un idioma pre-colombino. Es decir, soy la antítesis misma de la cajera de Europa del Este. Y, sin embargo, los dos somos foráneos en este país; aunque en la mirada de la institucionalidad y la clase dominante de este país, somos lo mismo, pero jamás iguales, como la canción de Silvio Rodríguez. Esto no es culpa de ella y tanto menos mía. Esto solo tiene sentido en un país que se sueña blanco-caucásico y accidentalmente des-europeizado; como si dijéramos que se “cayó” del viejo continente. Lo que también tiene sentido –única y exclusivamente– en Chile es una sutil diferencia taxonómica. Acá los foráneos nos dividimos en Inmigrantes y Extranjeros.

Los inmigrantes somos los que la otrora primera dama designó como los alienígenas, los invasores, los que –siempre en el imaginario de la primera dama– venimos a por sus privilegios y a “robarles el trabajo a los chilenos”. Los inmigrantes somos los que tenemos prohibidas la añoranza y la melancolía, porque ante la mínima mención del “hogar” se escucha: “andate a tu país, entonces poh (sic)”. Nos-otros somos los ‘Otros’, así con mayúscula. Los extranjeros, no. Ellos son generalmente del norte global, no solo son asimilables, potables, ellos son los trabajadores, los esforzados, los que ayudan al país a ‘progresar’. Por más año que pasen, es lícito que mantengan su acento originario. Los Nos-otros somos una carga, ellos son un aporte.

Ojo, esto no se trata de un Nos-Otros contra Ellos, que no se entienda así. Todos somos iguales, los de acá, los de allá y los de más allá. El problema no está en nosotros “los invasores”, el problema es de quien pone en práctica esta absurda división, la pervertida percepción. En fin, no importa, esta experiencia no me cambió la vida, como otras tantas discriminaciones. Se trata de la ignorancia en algunos y de simple y llana maldad en otros, la insularidad entre el mar y la cordillera. Hablaba de los puzles, del armado de un objeto atisbando una totalidad posible . La idea de comunidad de Bien-Estar y Bien-Vivir, también es un rompecabezas; donde todas las piezas son iguales y necesarias. Es por esto anterior que, para terminar el puzle, se tiene que perder esa obsoleta taxonomía de Inmigrantes y Extranjeros.