Descentrados Chile

¿Qué nos dicen los dormidos?

Fotografía: Paz Errázuriz

Por Hamlet Fernández Díaz
Profesor, investigador, ensayista y crítico de arte

En el año 1979 Paz Errázuriz, una joven maestra que se iniciaba por entonces en la fotografía, salió a la calle para interrogar con su cámara la realidad de un país en dictadura, y tomó fotos de personas dormidas. En 2011, la coreógrafa y artista visual Bárbara Pinto Gimeno realizó un performance en el que se hizo fotografiar tendida en diferentes zonas de la ciudad, al lado de perros dormidos.

¿Es posible establecer alguna relación entre esas dos extraordinarias series fotográficas realizadas en momentos diferentes de la historia reciente de Chile? Esas curiosas imágenes que tienen como motivo a personas y animales dormidos bajo el cielo a pleno día, ¿nos permiten reflexionar sobre la pobreza, la desigualdad social? Ese es el propósito de esta columna, generar comprensión sobre fenómenos complejos mediante la interpretación de obras de arte.

 Dormidos, la serie de Paz Errázuriz tiene como statement una frase de Sigmund Freud (o al menos así se lee en su página web https://www.pazerrazuriz.com/dormidos.html): “Cualquiera que despierto se comportase como lo hiciera en sueños sería tomado por loco”.

La frase de Freud tiene el poder de condensar su teoría sobre el inconsciente, y las fotografías de Errázuriz tienen el poder de condensar una realidad social latente, la de un país en dictadura. ¿Pero cómo fotografías de personas dormidas en la calle, en las aceras, en bancos, a plena luz del día, pueden hablar de violencia, de represión, de desigualdad en todas sus dimensiones sociales? La clave está en el poder de la metáfora y la metonimia. En este caso la metáfora gira en torno al sueño; y el estado de soñolencia individual, o de un puñado de personas, puede convertirse en metonimia de un estado de soñolencia social, el símil de un país dormido.

Pero hay otra metáfora implícita en esta serie fotográfica: el arte es quizás de las pocas actividades humanas en las que, estando despiertos, nos podemos comportar como lo hiciéramos en sueños, con la desobediencia de los sueños. Porque, lo dijo Aristóteles, el arte es el reino de lo posible, y su mirada se mantiene activa y alerta ante aquello que la mayoría de las miradas prefieren ignorar. Eso hizo Paz Errázuriz en 1979. Salió a la calle con una cámara, siendo una joven sin formación artística, pero con la voluntad de abrir los ojos e interrogar una realidad compleja. Y se fijó en lo aparentemente intrascendente: personas dormidas.

¿Pero quiénes duermen en la calle, en la dureza del concreto, a plena luz del día? Está claro: los desposeídos, o los que están muy agotados porque el trabajo les destruye. En cualquiera de los casos son los que habitan, literalmente, en la superficie de la base de la pirámide social. Son el fondo de la pobreza, el lugar al que nadie quiere descender; y al mismo tiempo, la masa humana que crece y crece en la medida en que las jerarquías económicas y políticas producen la desigualdad social.

Pues una joven maestra, expulsada de la escuela en la que trabajaba, tuvo la audacia de fijar su mirara y de abrir el lente de su cámara a lo que era un símbolo de la desigualdad en un país donde una sangrienta dictadura sustituyó el metarrelato de la igualdad socialista, por el metarrelato del milagro económico del neoliberalismo capitalista. Por tanto, aquel régimen militar necesitaba de la legitimidad basaba en el progreso económico. De manera que lo aparentemente intrascendente captado por la cámara de una mujer en su deambular por la ciudad, hacía visible algo subversivo y peligroso para la estabilidad simbólica de la legitimidad pretendida por la dictadura. Pero era difícil percatarse de la herejía de aquellas imágenes, porque a veces el arte más político es aquel que no aparenta serlo. El poder censor está atento al dato explícito, entiende el panfleto desafiante, veleidoso, que se esgrime contra él, pero no ve, no entiende, la profundidad de una metáfora.

La fotografía documental es la huella de un instante, aunque se trate de un instante fijado por la intencionalidad del artista. Por eso, en esas imágenes tomadas por Paz Errázuriz podemos recrearnos en los detalles de la realidad histórica, en la materialidad física y humana de la desigualdad del país que era y que puede seguir siendo, porque los dormidos a cielo abierto no han dejado de existir. Las ropas: simples, toscas, sucias, raídas. Los rostros: con las marcas de la vida dura, con la sombra del cansancio, con las arrugas del envejecimiento precoz. Los cuerpos vencidos por el sueño: uno recostado contra una columna, otros a lo largo sobre el concreto, sentados o acostados en bancos, una pareja durmiendo sobre el césped en el rincón de sombra de un parque, otro que utiliza como cama su rústica carretilla, y el de los periódicos, el señor que duerme sobre los paquetes de periódicos.

Toda esa información documental tiene un valor intrínseco. Cada foto es una historia en sí, puede leerse en su propia singularidad. Pero la interpretación no se detiene ahí. Las escenas generan efectos de percepción que se traducen en sensaciones subjetivas. Los cuerpos en reposo, en pleno espacio público, son como un paréntesis que se abre en la realidad y detiene el tiempo, el movimiento, el ruido, la vida. Entonces, el inmovilismo y el silencio se hacen perceptibles, las fotos nos provocan también esa experiencia estética. Inmovilismo, silencio, sueño; estos son algunos de los significados connotados que nos permiten leer los “dormidos” de Errázuriz como metáfora de la sociedad chilena “dormida” bajo la dictadura. Por eso decía al comienzo que la metáfora en torno al sueño hace que el estado de soñolencia individual de esos personajes pueda ser proyectado como adormecimiento colectivo, como la traumática parálisis de la vida cívica que impuso el golpe de Estado.

Pero el sueño tiene también un poder reparador y subversivo, durante el sueño se incuba la locura; de ahí que escribiera “dormida” entre comillas para referirme a la sociedad chilena. Llega una hora en que la noche de la historia termina, y, parafraseando a Freud, los excluidos comienzan a comportarse despiertos con el protagonismo con el que de seguro nunca dejaron de comportarse en sus sueños.

Treinta y dos años después, en 2011, otra artista chilena volvió a fijar su atención en los dormidos en el espacio público; pero en este caso se trata de perros callejeros. Bárbara Pinto realizó una acción performática que consistió en deambular por la Región Metropolitana entre las 11:00 am y las 15:00 pm. El objetivo era encontrar perros vagabundos en el momento en que estos se encontraban tomando una siesta. La artista se acuesta al lado de los animales, imita su posición, cierra los ojos y documenta la acción con una fotografía. El performance resultó en una serie de 32 imágenes, la cual denominó Sin título I.

El texto que acompaña la serie en la página web de la artista (https://barbarapintogimeno.wordpress.com/obras/sin-titulo/) nos informa que en ese momento en la Región Metropolitana habitaban aproximadamente 214000 perros callejeros, lo que representaba un promedio de un animal por cada 32 ciudadanos. Esa relación estadística entre perros y personas es significativa, porque mientras más perros callejeros habitan una ciudad, se supone que más aumenta la pobreza. Entonces, en un primer nivel de lectura, los perros dormidos fotografiados por Bárbara Pinto son una manera de hablar de manera indirecta, como siempre lo hace la metáfora, de la desigualdad social.

Pero puede haber muchas más ideas involucradas en la lectura de este performance fotográfico. Una de las imágenes nos permite profundizar en una interpretación que de alguna manera puede hacerse extensiva a toda la serie. La artista ha captado a un perro negro que duerme al pie de una escalera. El animal se sitúa justo debajo del último peldaño, de manera que si alguien bajara por la escalera podría pisarlo, como si se tratara de un escalón más, el que se funde con la horizontalidad. La artista se sitúa a un costado, en línea horizontal con la base de la escalera. Su cabeza y la del animal quedan próximas.

Las coordenadas espaciales que estructuran la imagen hablan por sí solas. El animal y la artista en el plano horizontal son la base de la pirámide que la línea diagonal de la escalera nos hace imaginar. Pienso que aquí está muy bien representado a nivel puramente visual, esquemático, el concepto de la serie. El plano fotográfico no nos deja ver hacia dónde lleva esa escalera, pero eso no es importante, de ahí que esa información haya sido expulsada de la imagen. La escalera hay que leerla metafóricamente en el plano de la verticalidad. La secuencia de peldaños hacia la cima son el relato del progreso, de escalar en la sociedad, de situarse en algún punto de la jerarquía, económica, política, cultural. El éxito es llegar a la cima, o estar en camino a ella, en pleno viaje, en plena aventura, vencer todos los obstáculos, caer y levantarse, etc. Esa es la estructura profunda de una narrativa maestra que atraviesa todo el arte dramático occidental (literatura, teatro, cine), y que ha devenido en ideología masiva global.

Quedarse en el plano horizontal, estáticos, dormidos, es el mayor símbolo del fracaso en nuestras sociedades contemporáneas. Sumado a eso, habitar la horizontalidad en el espacio público urbano, que un rincón de la ciudad a cielo abierto sea tu hogar, como ocurre con los indigentes, es considerado el símbolo de la mayor degradación humana. Pienso que Bárbara Pinto se sirve de la metáfora del perro para expresar ese fenómeno. El perro vagabundo representa la manera en que los seres humanos situados en diferentes niveles de la escalera miran a los que han desistido de la lucha y han emprendido el camino horizontal de regreso a la animalidad.  Recuérdese que, a Diógenes de Sinope, el cínico, le comenzaron a llamar Diógenes el Perro. La historia de este filósofo griego es siempre aleccionadora, porque su vagabundeo por las calles de Atenas se convirtió en una doctrina que desenmascaraba todo lo que es artificial y superficial en la vida de los hombres. La libertad y la virtud, sostenía Diógenes, nada tienen que ver con los lujos, los honores y los falsos bienes adorados por los humanos.

Por último, el propio gesto performático de la artista tiene un significado profundo muy importante. Se trata de una metáfora puramente artística. Al involucrar su cuerpo en la acción, al situarse dentro de la imagen, al lado de los perros, Bárbara Pinto habla de solidaridad, y de responsabilidad. El arte debe ser responsable y solidario. Al colocar su cuerpo en el mismo plano horizontal en el que los perros duermen despreocupadamente en libertad absoluta, la artista no les cosifica como objeto de su mirada, no juzga lo que los vagabundos representan en la sociedad, sino que intenta experimentar la dureza del asfalto, la suciedad, el calor o el frío, en su propia piel. Se trata de un gesto, pero el arte es gesto, un juego de representaciones que generan comprensión.

Paz Errázuriz
Fotografía: Paz Errázuriz. De la serie “Dormidos”
Paz Errázuriz
Fotografía: Paz Errázuriz. De la serie “Dormidos”

Fotografía: Paz Errázuriz. De la serie “Dormidos”

Fotografía Bárbara Pinto. De la serie “Sin título I”