Por Leticia Contreras Candia
Profesora de Estado en Castellano y académica de la Universidad de Santiago de Chile
“La humanidad se niega a reflexionar
desde la diferencia. Ese es el inmenso
aporte que ha hecho el feminismo,
aunque no consigue todavía ser
realmente escuchado” (Otro logos)
A propósito de la publicación de La calle del viento norte (1963) de Armonía Somers, el diario uruguayo Época (1962-1967) redactó una reseña periodística sobre este interesante libro de relatos. Además, como se acostumbra en este tipo de espacios periodísticos, los redactores se refirieron a su impronta como escritora profesional. Época titulaba en esa oportunidad: “Armonía Somers: una autora singular”, destacando de entrada en este encabezado su particularidad, extrañeza y fundamentalmente su diferencia de género sexual y literaria. Tras avanzar en la lectura de esta semblanza crítica a los lectores(as) se nos ofrece una interesante advertencia: la producción literaria de esta peculiar narradora uruguaya rodea los insondables abismos de la ininteligibilidad inherente al universo creativo femenino, pues “sus cuentos parecen independizados no del artista que los construye sino de la criatura, en este caso una mujer que los alimenta” (“Armonía…”). Se desprende de esta observación que el ejercicio de autonomía en el arte literario desplegado por Somers tendría visos de monstruosidad o anomalía, considerando que ha infringido “los principios, nunca violados antes entre nosotros, que exigían para la literatura femenina indeclinables elementos de candor, de comedimiento, y de elipsis”.
Resulta significativa esta última afirmación, dado que el libro de Somers reseñado por el diario Época se publicó en 1963 y “los principios [de la denominada literatura femenina sustentados en las virtudes del eterno femenino], nunca violados antes entre nosotros” ya habían sido cuestionados, vulnerados y hasta desestimados por un número importante de escritoras latinoamericanas. Sin ir más lejos, ya en 1950 Armonía Somers había escandalizado la escena literaria montevideana con la aparición de su novela La mujer desnuda en revista Clima. Por esta razón, considero que el falso desconocimiento -esgrimido por los redactores del diario Época– de una tradición de escritoras que representaron en sus obras la experiencia del sujeto femenino en clara resistencia a las imágenes convencionales articuladas desde la imaginación patriarcal, sólo pone en evidencia el profundo menosprecio masculino a las autorías femeninas, o ¿podrá ser posible que no hayan tenido noticias sobre los textos de Delmira Agustini, Teresa de la Parra, María Luisa Bombal o Beatriz Guido? No, lo más probable es que el diario Época una vez más haya reproducido lógicas androcéntricas de exclusión u objeción a las fabulaciones “excéntricas” de escritoras desobedientes al encuadre formal y temático de las preceptivas literarias en boga.
Sin embargo, podríamos pensar que desde el momento en que Armonía Somers desarrollaba su carrera de escritora hasta el actual contexto, principalmente desde que la agenda feminista ha marcado la pauta del debate público a través, por ejemplo, de los movimientos Ni una menos (Argentina 2015), Mee too (Estados Unidos 2017) o el Mayo feminista (Chile 2018), valoraciones críticas de corte sexista o derechamente misóginas como las elaboradas por el diario Época estarían completamente erradicadas del campo cultural. Lamentablemente, por el contrario, el reconocimiento pleno de las autorías femenino/feministas mediante una robusta aproximación crítica despatriarcalizada continúa en una posición minoritaria respecto a la aplastante sistematización teórico-crítica de sus pares varones. Como acertadamente indicaba Hannah Arendt, “uno de los motivos de la eficacia y peligrosidad de los prejuicios es que siempre ocultan un pedazo de pasado. Bien mirado, un prejuicio auténtico se reconoce además en que encierra un juicio que en su día tuvo un fundamento legítimo en la experiencia; sólo se convirtió en prejuicio al ser arrastrado sin el menor reparo ni revisión a través de los tiempos” (53). Por otra parte, durante los últimos quince años en el Cono Sur hemos sido testigos de un importante ejercicio fetichista por parte del mercado editorial sobre textos escritos por mujeres, pero especialmente por aquellas obras que explotan contenidos pretendidamente feministas (Weona tú podí; Brilla, weona, ¡brilla!; o, Mujer power) instalándose como un nuevo producto de consumo.
En ese sentido, no sería insustancial organizar genealogías de autoras que consoliden la tradición literaria subversiva articulada por mujeres, poniendo especial atención en la escritura de creadoras que elaboran producciones de sentido (in)dóciles y disidentes a los registros estético/políticos de la cultura oficial, dado que “afirmar que la escritura es in/diferente a la diferencia genérico-sexual equivale a complicitarse con las maniobras de generalización del poder establecido que consisten, precisamente, en llevar la masculinidad hegemónica a valerse de lo neutro, de lo im/personal, para ocultar sus exclusiones de género tras la metafísica de lo humano universal” (Richard 14-15). Por lo tanto, el volver la mirada a obras escritas por mujeres no opera el deseo de establecer una tradición literaria de orden separatista, desvinculada del sistema literario latinoamericano y comprendida como un apacible edén desprovisto de disputas o polémicas. Por el contrario, el objetivo primordial debería sustentarse en rastrear los itinerarios particulares suscitados por textos escritos por mujeres en las bases misma de la institución literaria, con la intención de revisar críticamente las (dis)continuidades, (dis)tensiones y propuestas alternativas respecto a las obras consagradas por la hegemonía androcéntrica.
Asimismo, es innegable que en los últimos cuarenta años un notable grupo de académicas, críticas literarias, profesoras y escritoras han proporcionado notables trabajos genealógicos en el cual revisan, interrogan y reconsideran el pasado literario de importantes autoras que a la luz de su contexto fueron obliteradas por una crítica eminentemente androcéntrica, la cual descartó sus especificidades estéticas/éticas o su diferencia respecto a las singulares condiciones de producción y lectura. Entre algunos de los estudios que instalan dispositivos analíticos que problematizan la inscripción de la crítica literaria feminista en el campo cultural latinoamericano, además de estimular mi preocupación por la producción escritural de mujeres, se encuentran; Ojos imperiales: literatura de viajes y transculturación (1992) de Mary Louise Pratt, Entre civilización y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina moderna (1997) de Francine Masiello; Lengua víbora: producciones de lo femenino en la escritura de mujeres chilenas (1998) y Variaciones. Ensayos sobre literatura y otras escrituras (2019) de Raquel Olea; Mujer y escritura: fundamentos teóricos de la crítica feminista (2007) de Lucía Guerra; y, Feminismos, género y diferencia(s) (2008) de Nelly Richard, quien en el primer apartado de este libro inicia su obertura apostando por la recuperación de un enfoque epistémico claramente contrahegemónico, además de recobrar el termino feminista que desde la obtención del sufragio femenino en varios países del Cono Sur había sido eludido por la crítica y las escritoras.
A pesar de que, como plantea Richard, el feminismo –concretamente a través de las mediaciones ejercidas por la crítica literaria feminista que reubica “el texto de las mujeres como una parte activa de la tradición cultural con la que ésta dialoga y cuya autoridad interpela– permite entender mejor la relación continuidad/ruptura que puede llevar a la “diferencia” a interrumpir los sistemas de identidad” (21), un amplio número de autoras durante el siglo XX y en el transcurso de la centuria actual, han declarado enfáticamente que no comulgan con la idea de que su producción literaria sea catalogada como femenina o feminista. Este gesto de distanciamiento configura un peculiar antecedente de las discusiones recientes en la plaza pública feminista contemporánea, sobre todo en el debate Amaro/Meruane en torno a la propuesta de Diamela Eltit de desbiologizar la letra. Lo curioso es que este distanciamiento ocurre incluso cuando en sus obras claramente se adviertan evidentes representaciones de alcance feminista, tales como desestabilizaciones a la matriz discursiva heterocapitalista, resignificaciones de los géneros sexuales/literarios o la fundación de relatos alternativos a los procesos de modernización latinoamericanos. Así, por ejemplo, la narradora chilena Elena Aldunate, al ser consultada por la revista Cosas sobre el feminismo, responde que odia el sufragismo; “encuentro que la mujer perdió mucho con él porque, por desafiar al hombre, se ha puesto muy dura, muy amachada” (41). Por otra parte, la argentina Silvina Ocampo en conversaciones con Noemí Ulla declara: “si me explicaran contestaría que soy feminista en esto sí y en esto no. No me gusta la posición que adoptan porque me parece que se perjudican, es como si pretendieran ser menos de lo que son. En el fondo, no conviene luchar contra las injusticias de una manera que no sea completamente justa” (citado en Enriquez 153). La uruguaya Armonía Somers, la “autora singular” según el diario Época, anotaba en una carta dirigida a Evelyn Picón Garfield, una de las principales estudiosas de su obra, lo siguiente: “veo que logré se pusieran en contacto tú y la colombiana, Helena Araújo, que es una gran trabajadora de la crítica, también de la narrativa, y una feminista recalcitrante” (3).
No obstante, la búsqueda interpretativa desde la crítica literaria feminista puede aportar a la discusión sobre la pretendida unificación territorial y homogenización de la población que ha predominado a lo largo de toda la historia del pensamiento latinoamericano y, en cambio, promueve la instalación de un corpus discursivo compuesto por textos escritos por mujeres, que exponga las diferentes respuestas que las escritoras han elaborado para cuestionar las instrumentalizaciones y exclusiones que el discurso político dominante ha ejercido sobre sus relatos.
Referencias
- Drucaroff, Elsa. Otro logos. Signos, discursos, política. Buenos Aires: Edhasa, 2016.
- Somers, Armonía. Todos los cuentos. Tomo I [1967], Montevideo: Arca, 2007.
- Richard, Nelly. Feminismo, género y diferencia(s). Chile: Palinodia, 2008.
- Enriquez, Mariana. La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo. Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2014.