Descentrados Chile

Trilce —y América Latina— a sus 100 años.

Fotografía: libroschorcha.wordpress.com

Por Carlos Benítez Cabrera
Investigador postdoctoral DI. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

Trilce: “Tres veces dulce”, creo que fue mi papá quien me enseñó que ese era el significado de “Trilce”. Al menos, es lo que él entendía que significaba la palabra. Creo que lo escuchó alguna vez por ahí. Pero esta era una leyenda —otra más— que surgió de la crítica literaria y que nunca tuvo soporte en las declaraciones del vate peruano. La explicación del título —como la poesía de Vallejo— tiene que ver más con la palabra en acción, con la noción misma de aquello que es poesía. Ante la burla por el título original, el poeta quiso cambiarlo. El editor le comunicó que dicho cambio implicaría un sobrecosto al precio pactado con anterioridad, tres libras más. Masticando la noticia, Vallejo masculló “tres, tres, tres” poetizó el tres: le cambió letras, la forma, la duración, y en ceceo llegó a Trilce. Bendita fortuna. Esto pasó hace un siglo, octubre de 1922. Hace un siglo vio la luz el poemario Trilce de César Abraham Vallejo Mendoza (1892-1938), inmortalizado simplemente como César Vallejo.

Trilce es acaso la materialidad más aglutinante de lo que se entiende por vanguardia. Entendamos la vanguardia como la ruptura de una velocidad de la continuidad. La vanguardia es un quiebre de lo monótono, de lo siempre igual por parte de lo nuevo. Aquello nuevo que, por otro lado, y dialécticamente hablando, será eventualmente lo monótono, lo que una nueva vanguardia deberá romper. El poemario de Vallejo representó esto para la poesía; no solo la latinoamericana, para el concepto mismo de poesía, para la literatura, para la creación literaria. Es por esta razón que Trilce es texto tenido a la altura de los autores metropolitanos, a la par de James Joyce, por citar otro vanguardista.

¿Qué hace a la vanguardia? A la vanguardia se la puede pensar de muchas formas; sin embargo, su rasgo más definitorio y por tanto, el que mejor da cuenta de ello es la definición a través de su quehacer transformador. La vanguardia contiene la potencialidad de la transformación. Transforma sobre el mismo conocimiento de la gramática, la sintaxis de determinado lenguaje. Es decir, la vanguardia rompe y genera un nuevo lenguaje ahí donde aparece. El gesto vanguardista es capaz de subvertir el lenguaje para crear un objeto estético nuevo; cambia el significado a través del quiebre de la regla formal. Esto aplica a lo poético o la vida misma. Roland Barthes apuntaba por ahí que la lengua es fascista no por lo que impide decir, sino por lo que obliga a decir (96). Tomo este fragmento de Barthes porque me ayuda a ilustrar un punto importante del gesto vanguardista. Si la lengua y el lenguaje, en tanto ejecución de la lengua, son fascistas, las vanguardias son necesaria y lógicamente revolucionarias.

Entonces, decía 100 años de la publicación de Trilce, 100 años del nacimiento de la vanguardia latinoamericana. El impacto de esta vanguardia, en el mundo de la literatura, será unos años después con la primera edición española de Trilce. La historia ciertamente que es cíclica, dialéctica. Hoy, nuevamente América Latina está huérfana y necesitada de una vanguardia. Precisamos de una vanguardia que está en gestación y que pueda modificar el lenguaje de la dominación que nos amenaza cada vez más con la pobreza y el hambre. La figura de Vallejo, la figura del vanguardista latinoamericano, del revulsivo rupturista que cambia todo acabando con las viejas formas es tanto o más necesario. Por nuestra siempre necesidad vallejiana, salud por Trilce y su siglo de vida.