Por Natalia Alvarado Gattas
Licenciada en lengua y literatura.
“Y en este mapa ultracontrolado del modernismo, las fisuras se detectan y se parchan con el mismo cemento, con la misma mezcla de cadáveres y sueños que yacen bajo los andamios de la pirámide neoliberal” (Pedro Lemebel)
Hace 27 años, las crónicas urbanas de Pedro Lemebel en Loco Afán. Crónicas de sidario (1996), tomaban el color mortuorio de la marginalidad travesti, durante la dictadura cívico-militar y la transición al neoliberalismo democrático. Desde esta perspectiva narrativa, se generan diversas entradas a una realidad social degradada, que perfecciona el ejercicio de poder en distintos niveles bajo el dominio del nuevo sistema económico, que recae con mayor violencia en las identidades fuera de norma que nos presenta el autor. A través de esto, pone el foco de su enunciación en una memoria oscurecida que se enmarca en el contexto de censura sistemática, precarizando mayormente las vidas travestis.
Lejos de resumir sus crónicas a relatos mortuorios, Lemebel articuló una enunciación inexorablemente combativa que cataliza la sensibilidad y el imaginario de una comunidad marginal, a partir de un lenguaje que expresa la resistencia vital de las identidades empobrecidas, racializadas y perseguidas por la heteronorma estatal y por el rechazo del patriarcado revolucionario de la época; como también construye discursivamente la trascendencia de un cuerpo político colectivo que se revela en su enunciación, para sobrevivir a un ocultamiento que sirvió como mecanismo político de exterminio, tanto por la dictadura como por la democracia del capital.
Desde una enunciación descentrada, Lemebel le imprime un carácter político a la enunciación de la homosexualidad marica, que emerge entre el reducido espacio de una cultura dominante androcéntrica, fraccionándose de ella y, por tanto, adquiriendo una posición periférica, que le otorga el potencial para expresar a una comunidad-otra, configurada en el tránsito de lo individual a lo colectivo (Deleuze y Guattari 30).
En este sentido, la sexualidad, la enfermedad y la muerte son elementos que también cobran una categoría política sustancial, articulada como una prolongación del espíritu fúnebre que el golpe de Estado esparció en la sociedad de la época, tal como lo señala el autor, “el tufo mortuorio de la dictadura fue un adelanto del sida, que hizo su estreno a comienzos de los ochenta” (22). Por lo tanto, el VIH/SIDA se puede interpretar como una reacción punitivista ejercida sobre corporalidades que sobrepasan el marco de una estructura social disciplinaria (Foucault 360), y, por tanto, también es el espacio material en disputa, desde donde se teje la resistencia identitaria de esta colectividad. A raíz de esto, Lemebel nos habla de “una militancia corpórea que enfatiza desde el borde de la voz un discurso propio y fragmentado, cuyo nivel más desprotegido por su falta de retórica y orfandad política sea el travestismo homosexual que se acumula lumpen en los pliegues más oscuro de las capitales latinoamericanas” (167).
De este modo, la enfermedad se tensiona como una práctica estatal, que ejerce una política de exterminio a través de la indiferencia y el silenciamiento extremo, implicando la reproducción de una pandemia mortal sobre estas identidades contrahegemónicas, desajustadas a la comodidad del dominio. A raíz de esto, la precarización extrema de sus vidas y cuerpos travestis toma la forma del castigo biopolítico que significó el exterminio de la diferencia. La primera crónica que abre el libro, “La noche de los visones (O la última fiesta de la Unidad Popular)”, nos señala la escena que inaugura el “invierno seropositivo” en el primer amanecer del 73, estableciendo una metáfora social entre los huesos de pollo amontonados después de la fiesta de año nuevo, el fin del proyecto político de la Unidad Popular, y el comienzo de una realidad fatal: “Como si el huesario velado, erguido aún en medio de la mesa, fuera el altar de un devenir futuro, un pronóstico, un horóscopo anual que pestañeaba lágrimas negras en la cera de las velas a punto de apagarse, a punto de extinguir la última chispa social en la banderita de papel que coronaba la escena” (21-22).
Si bien, la muerte es un elemento central en estas crónicas, parece ser un fenómeno literario preñado de vida, que trae desde la oscuridad, la filosa experiencia política del travestismo empobrecido, tomando las formas y los referentes identitarios que construyen la alteridad de su lenguaje. En relación a la vitalidad, los mecanismos estéticos utilizados, tematizan una actitud irreductible que sobrepasa a la enfermedad, la violencia y la muerte, mediante la pervivencia de una comunidad carnavalizada, que Lemebel expresa con rasgos neobarrocos, proponiendo un lenguaje de sobreabundancia y extrañamiento, en sintonía con los cuerpos travestis indisciplinados que se encuentran en sus crónicas. La construcción de este lenguaje también responde a la experiencia histórica de una comunidad que ha sobrevivido aferrándose a su identidad disonante, creando claves culturales y estéticas propias para reivindicar su lugar social diferenciado, como se destaca en las palabras agonizantes de la Chimu: “Nada de misas, ni curas, ni prédicas latosas… Que me voy bien pagá, bien cumplida como toda cupletera… Mírenme por última vez, envidiosas, que ya no vuelvo. Por suerte no regreso. Siento la seda empapada de la muerte amordazando mis ojos, y digo fui feliz este último minuto. De aquí no me llevo nada, porque nunca tuve nada y hasta eso lo perdí” (30). De este modo, vemos a personajes que, lejos del victimismo, pero con la enfermedad y el rechazo a cuestas, no renuncian a su existencia incómoda, articulada en un lenguaje ambivalente que disfraza al proceso de muerte con rasgos carnavalescos. Tanto la Chimu como la mayoría de los personajes, se aferran a aquellos momentos donde el brillo artificial de su travestismo resistía a la clausura, como también se aferran a esa belleza propia que conforman y reconocen como comunidad.
Estamos en presencia de un discurso literario que emerge desde las fisuras de la cultura dominante, para interrumpir un silencio que se ha hecho histórico. La voz del narrador nos introduce en este espacio discursivo disidente que se autodefine en los siguientes términos: “Parodiando su verticalismo, oblicuándome una vez más desde las peluquerías y barriales de la hermandad travestí. Sacudiéndonos las plumas del derrumbe ideológico que jamás nos contuvo” (163). Esta enunciación altamente situada nos trae “el brillo de un mundo sumergido” (32), que reconoce la potencialidad política de estetizar lo negado y así transgredir los límites permitidos, en tanto moral patriarcal, imaginario popular y sexualidad combativa. En este sentido, las estrategias discursivas del autor direccionan las miradas hacia un cuerpo político colectivo devastado por la enfermedad, cobrando un carácter textual combativo, ya que desde ahí enfrenta y resiste a la violencia de la clausura social.
Lemebel repliega una voz problematizadora en cada rincón de su escritura. Configura una estética narrativa que no pretende adecuarse a la comodidad del Estado neoliberal ni a los principios epistemológicos del patriarcado. Por el contrario, es una enunciación que se levanta desde los intersticios de la sociedad neoliberal, “vadeando los géneros binarios, escurriéndose de la postal sepia de la familia y sobre todo escamoteando la vigilancia del discurso” (163).
En este sentido, el acto discursivo presente en Loco Afán… abre un espacio de confrontación política, donde florecen los colores de la realidad travesti sin victimismo, sino desde la resistencia ante la negación y el repudio. A partir de esto, confecciona el entramado histórico-social que abarca la trascendencia de un cuerpo político común violentado y enfermado, pero también revelado como espacio de discurso político, que expresa el imaginario, sensibilidad y lenguaje de una comunidad-otra.
Finalmente, parece interesante aplicar una mirada actual a la realidad que nos presentan las crónicas urbanas de Loco Afán…, donde se articula el inicio de un nuevo escenario social degradado y normativo, que se propició con la violencia de la dictadura y luego se consolidó con la democracia neoliberal, pues en lo concreto, la marginalidad del travestismo empobrecido, la violencia sistemática y las cifras del VIH/SIDA siguen incrementándose y sumando muertxs desde las penumbras del escenario social, que se oculta con el maquillaje mercantil de la inclusividad, tapando nuevamente el rostro de las identidades desajustadas a la cultura del dominio, como si hace 27 años, Lemebel nos hubiese anunciado una suerte de vaticinio fatal.
Referencias
Deleuze, Guilles, y Félix Guattari. “¿Qué es una literatura menor?”. Kafka. Por una literatura menor. México: Ediciones Era, 1978, pp. 28-44.
Foucault, Michel. Nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económico, 2007.
Lemebel, Pedro. Loco afán. Crónicas de sidario. Santiago: Seix Barral, 2015.
Sarduy, Severo. El barroco y el neobarroco. Buenos Aires, Cuadernos de plata, 2011.
