Por Carolina Gajardo Caro
Mujer, chilena, trabajadora, madre añosa de Emilia 6ª y Santino 6 meses.
Psicóloga / Terapeuta Floral.
Creo que podríamos coincidir en lo gratificante que es compartir con un hijo/a su crecimiento y su maravillosa presencia, y experimentar ese amor incomparable que se gesta en su despertar a diario, sin embargo “decidirse a maternar” -al menos a la manera que yo he escogido-, es y será siempre un acto de coraje, pues nos atrapa en una paradoja en la que se valora y castiga simultáneamente a las mujeres.
Primero es relevante señalar que antes de ser madre, ni siquiera se vislumbra todo el movimiento que empieza a terremotear la vida, un movimiento que supera cualquier expectativa, y que sacude todas nuestras dimensiones. En lo físico transmutamos hacia nuevas cicatrices, delantales y senos caídos, y tenemos la no menos compleja tarea de volver a habitarnos, reconocernos y ojalá, reencantarnos con nuestra nueva apariencia. Esto sin considerar las voces internas y los comentarios ajenos respecto a la validación estética del cuerpo, que tienden a dificultar aún más la propia aceptación.
Otro de los cambios que se experimentan tienen que ver con la aparición de “superpoderes” como dormir profundamente en tiempos muy breves y a pesar de eso estar siempre alerta a cualquier pequeño ruido, además de nuevas capacidades para resistir altos niveles de cansancio, sueño y malestar, superpoder que, la verdad, tiene bastante más que ver con perder individualidad, apagar la conciencia sobre nuestro propio cuerpo, y desatender muchas veces nuestro bienestar.
Por otra parte, en la dimensión del pensamiento, y el llamado baby brain, que se traduce en los cambios cognitivos, incluso a nivel estructural, en las mujeres durante el embarazo y puerperio (Carrizo et al., 2020), existen un montón de funciones urgentes de atender para mantener a nuestros hijos/as con vida, y esto muchas veces lleva a perder la capacidad de atención/concentración en aspectos que no implican supervivencia.
Lo que parte con la creencia de que maternar es cuidar de una nueva vida, se devela señalando que es eso, más cuidar de una nueva forma de ser una misma.
Paralelamente a los propios cambios vividos interna y externamente, con el nacimiento de un/a hijo/a, nacen un montón de ideas sobre cómo debiera ser la crianza esperada y saludable, la presión de ser una “buena madre”, con toda la historia aprendida y pegoteada de estilos de interacción de las madres de la propia familia, con sus modelos parentales (2016, Infante A. & Martínez J.), sus nudos y patrones, pasa a ser una gran interferencia en nuestras expectativas e idealizaciones, profundizando aún más la paradoja, haciendo surgir a borbotones las culpas y autoexigencias, que complejizan el desarrollo de una crianza sana y tranquila. Me he encontrado transitando en las sombras, dándome cuenta de aspectos de mi vida que no había reconocido, recordando mi propia crianza, deseando abrazar a esa niña que fui. Alguna vez leí un relato en el que una mujer comentaba que, si volviera a nacer, le gustaría ser la madre de su madre, para darle todo el amor que le hizo falta, y es tan cierto, venimos de abuelas muy dañadas, que habitaban un tiempo de patriarcado que no se cuestionaba, con un dolor resignado. Somos hijas reivindicando a nuestras abuelas, y eso pesa años.
Continuando con la paradoja, al escoger el camino de la crianza respetuosa y la disciplina positiva , nos encontramos con grandes barreras relacionadas con el deseo de permanecer disponibles y presentes para acompañar en las necesidades de nuestros/as hijos/as, versus la imposibilidad de permanecer disponibles y presentes para acompañar en dichas necesidades. Me parece urgente recordar que estamos determinadas por un modelo socioeconómico castigador con las mujeres, más aún con las que deciden ser madres, forzando al retorno laboral que en este contexto es incompatible con los cuidados “respetuosos” de un hijo/a, debiendo optar entre favorecer el desarrollo profesional, entregando a nuestros/as hijos/as al cuidado de otras personas, o conseguir, con tremenda dificultad, extensión de licencias médicas absolutamente cuestionadas por los empleadores, para poder continuar con nuestro estilo de crianza, considerando que desde el mundo laboral, la crianza pasa a ser un tiempo perdido.
Por esta misma razón y en base a todas sus implicancias, las maternidades se han ido postergando a nivel etario, siendo cada vez más mujeres añosas las que nos sentimos medianamente capacitadas para tomar esta decisión. La estadística dice que hoy el 25% de la población de mujeres chilenas se embaraza después de los 35 años, mientras que en los años setenta este grupo alcanzaba solo un 5%, lo que quiere decir que actualmente hay cinco veces más mujeres mayores de esa edad gestando que hace cuatro décadas (Parra, 2017).
¿Y qué hacer frente a este panorama adverso y paradojal que da ganas de repensarse bien la decisión de maternar? En lo personal se me ocurren algunas alternativas:
A nivel de políticas públicas, fortalecer programas de salud mental perinatal, ligados al control de “Niño/a Sano”, profundizando las intervenciones ya existentes como en el Programa Chile Crece Contigo, Taller “Nadie es Perfecto” u otras intervenciones en el sistema privado, que visibilicen y complementen las propias estrategias de crianza, velando conjuntamente por la salud del Recién Nacido y por la salud integral de la madre, con un trato digno y respetuoso al significado que cada una le otorga a la experiencia de la maternidad.
Además, parece relevante favorecer el desarrollo de políticas públicas que posibiliten flexibilidad laboral compatible con la crianza respetuosa, con extensión mínima de 1 año del reposo laboral post natal, y con protección económica a las madres, independientemente de su calidad contractual. Desarraigar la idea de que sólo con un hijo/a enfermo existe la opción de seguir cuidándolo.
Finalmente entre nuestras competencias para favorecer la propia salud mental, es muy necesario volver a hacer comunidad, contactarnos con otras mujeres madres para poder sostenernos mutuamente, desde la misma vereda, formando por ejemplo, grupos de Crianza Compartida (2017, Christel Keller G.), con los contactos del mismo equipo tratante y acompañante del parto, para resolver dudas y cuestionamientos, organizar actividades que favorezcan el bienestar emocional, desvanecer la soledad y regalar una pausa en la crianza que nos ayude a sentir nuestra vida “bajo control”.
Sanar nuestra maternidad integrando a nivel individual y social, la ambivalencia entre la crianza y la profesión, el autocuidado y el cuidado de un hijo/a, probablemente sea un paso para convertirnos en las futuras bisabuelas trascendidas y evolucionadas y que ya no es necesario reivindicar.
_______
Referencias:
Carrizo, Eugenia et al. (2020) Variaciones del estado cognitivo en el puerperio y sus determinantes: una revisión narrativa. Ciência & Saúde Coletiva [online]. v. 25, n. 8, pp. 3321-3334. Disponible en: <https://doi.org/10.1590/1413-81232020258.26232018>. ISSN 1678-4561.
Infante Blanco, Alejandra, & Martínez Licona, José Francisco. (2016). Concepciones sobre la crianza: El pensamiento de madres y padres de familia. Liberabit, 22(1), 31-41. Recuperado en 18 de abril de 2022, de http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1729-48272016000100003&lng=es&tlng=es.
Keller Garganté, Christel. «Grupos de Crianza Compartida: una alternativa comunitaria en la organización del cuidado en la primera infancia». Quaderns-e de l’Institut Català d’Antropologia, [en línia], 2017, Núm. 22 (2), p. 167-82, https://raco.cat/index.php/QuadernseICA/article/view/333127 [Consulta: 19-04-2022].
Parra, M. (2017). Postergación del embarazo en Chile: Los riesgos y cuidados de esta tendencia. Universidad de Chile. Noticia rescatada de https://www.uchile.cl/noticias/132178/postergacion-del-embarazo-en-chile-riesgos-y- cuidados#:~:text=La%20estad%C3%ADstica%20dice%20que%20hoy,gestando%20que%20hace%20cuatro%20d%C3%A9cadas.