Por Agustín Enrique Ortiz Montalvo
Licenciado en Relaciones Internacionales. Especialista de la Dirección de Relaciones Internacionales y Productor de Casa de las Américas.
Los colonos, filme dirigido por el cineasta Felipe Gálvez, se exhibió en la 44 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, el pasado mes de diciembre. Durante el 2023, había realizado un periplo por espacios prestigiosos del séptimo arte en Europa, a partir de su estreno en Cannes, Francia. Como colofón, y en reconocimiento a uno de los aspectos que ciertamente destaca en el filme, recibió el premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica—FIPRESCI en la sección Un Certain Regard (Casa de América, 2024). En esta película, la fotografía deviene un componente fundamental para comprender la trama, para poner los sentidos en función de los paisajes de la geografía chilena, y su belleza, y entender el hambre de conquista que mueve a los personajes.
Si bien la película recoge hechos que tuvieron lugar a inicios del siglo XX, esa condición de colonos de los personajes principales resulta una metáfora poderosa, en tanto representa objetivos que movieron a otros antes que ellos, constituyendo un proceso que finalmente configuró la historia de América. Asimismo, para apreciar la magnitud del fenómeno, es importante definir el contexto geográfico, en los confines donde se encuentra la Isla Dawson, territorio de la Tierra del Fuego adonde llegaron estos colonos. De modo que el mercenario estadounidense y el oficial británico, parecen personajes anacrónicos, en un momento en el que ya pasaron los años de gloria colonial del Imperio británico, América se había removido de encima el yugo de España, y el imperialismo de Estados Unidos recién enseñaba sus dientes luego de la guerra hispano-cubano-norteamericana. Estos personajes solo existen para justificar la pervivencia del espíritu colonizador en aquellos hombres, su afán de conquistar un pedazo de tierra, a cualquier precio, quizás como fieles seguidores de sus antepasados, para darles sentido a su existencia.
Un tercer personaje le agrega complejidad a la trama: el mestizo chileno que se ve envuelto en el plan de los colonos. Es el encuentro entre diferentes visiones del mundo que, por supuesto, también se expresa en un modo diferente de ver la relación con esa tierra a conquistar, y con quienes la habitan. Mientras, por un lado, suceden conversaciones entre los personajes, que responden a un guión bien elaborado, profundo y efectivo, por otro lado, cabría señalar que el ritmo es lento en buena parte de la película. Quizás la fuerte influencia de la industria hollywoodense crea adicción por esa manera de construir las escenas unas tras otras, donde “pasan cosas”, a un ritmo frenético. Desde otra perspectiva, el filme casi podría adquirir el estilo de un falso documental, que está describiendo cómo era la vida en aquel entonces, y realmente: ¿a qué otro ritmo podría transcurrir la vida en esos parajes chilenos de inicios del siglo XX?
Otro de los puntos valiosos de la película es que recoge el genocidio al que fue sometido el pueblo selknam durante años. Ya sea porque los selknam fueron obligados a concentrarse en la Isla Dawson desde finales del siglo XIX, y luego fueron vistos por estos colonos como un obstáculo para el logro de sus propósitos. En este sentido, hay una escena de la película donde en medio de una niebla muy espesa y el suspenso, los tiros van y vienen y sorprenden a todos, y mueren muchos nativos, como máxima representación del despojo: de la vida y de la tierra. Esas imágenes crudas, tienen el valor de poner ante los ojos del espectador, la cara del colonialismo.
Al mostrar las acciones de estos colonos, coexistiendo con hombres y mujeres que ya estaban en estas tierras de América cuando ellos llegaron, reaparece cuestionado, de manera explícita, ese concepto de superioridad cultural de lo foráneo. El oficial inglés de notable trayectoria se comporta como el mandamás, es un hombre violento que va imponiendo las reglas de su juego en los territorios que ocupa. El estadounidense, invalidando los pares analíticos de Sarmiento y dándole la espalda a la estatua de la Libertad, se suma a esa barbarie de conquista. La fuerza como vehículo que garantiza y reproduce el poder, los actos sucediéndose en consonancia con una naturaleza primitiva.
A nivel cultural, se establece un nuevo sistema de relación entre los colonos que a golpe de fuerza habitan esas tierras, y los desplazados, antes dueños originarios de esos espacios. Es por eso la cara de extrañamiento de los personajes—miembros preteridos de los pueblos nativos—, ya en los momentos finales, cuando llegan a su casa los representantes del incipiente “gobierno nacional” de Chile, personas blancas que quieren hacerles creer que ellos pertenecen a ese proyecto, que ellos también son parte de algo, que participan de lo que anteriormente les fue arrebatado.
Llegado este punto, podemos analizar dos cuestiones importantes. La primera es esa función del cine de compartir el testimonio histórico fidedigno de lo que significó ese robo violento de tierras. La segunda, y ahí radica el poder del arte como generador de conciencia social, es cuestionar los mecanismos que subyacen en el proceso de colonización, buscando subvertir esa idea de nativos marginados y colonos usurpadores. Uno de los efectos de este fenómeno es la dislocación del sentido de pertinencia. En este sentido, la película sirve para reafirmar que la identidad es un terreno de pelea permanente, donde participamos todos, de enfrentamiento a esos discursos que pretenden alejarnos de lo propio.
De modo que esta película no solo tiene un valor histórico incuestionable, con una proyección hacia el futuro interesante, si pensamos que ese hilo de sangre y desplazamiento apreciado en la Isla Dawson de inicios del siglo XX, se reforzó en los años de dictadura militar, entre 1973 y 1974, en ese entonces con los prisioneros de Pinochet[1]. También nos invita a la actualización de esos códigos coloniales que han marcado la vida de este país andino, y trascienden sus fronteras, para ubicarnos en bandos diferentes, confundidos en cuanto a las nociones de quiénes éramos y quiénes llegaron. Eduardo Galeano lo resumió magistralmente: cuando abrimos los ojos, teníamos la Biblia en las manos, pero ya no teníamos dónde vivir[2].
La propuesta fílmica de Felipe Gálvez asume un tema de notable vigencia, se acerca al centro mismo de la conformación compleja de la nación chilena, que todavía es un proceso de luces reconocidas y sombras por revelar.
El buen cine de Chile siempre nos dejará pensando en los que ayer y hoy no hacen más que vernos como obstáculos, en el camino que supone saciar su hambre interminable de pedazos de tierra.
Referencias:
Casa de América. (s.f.). Recuperado el 24 de agosto de 2024, de Los colonos Felipe Gálvez: https://www.casamerica.es/cine/los-colonos
Galeano, E. (1992). Ser como ellos y otros artículos. Ciudad de México: Siglo XXI Editores.
WordPress.com. (12 de octubre de 2018). Recuperado el 26 de agosto de 2024, de Vinieron: https://emakbakea.wordpress.com/2018/10/12/vinieron/
[1] Entre los monumentos históricos que se encuentran en este territorio del archipiélago de la Tierra del Fuego, existe el segundo campo de concentración (los basamentos de las barracas ubicadas en el sector de Río Chico), dedicado a la persecución e internamiento de prisioneros políticos (entre ellos altos dirigentes de la Unidad Popular) durante los primeros tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet.
[2] La frase que cita Eduardo Galeano en Ser como ellos y otros artículos dice exactamente: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: Cierren los ojos y recen. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.