Por Valeska Madriaga Flores
Antropóloga Social
El 17 de octubre de 2019 veía por televisión a estudiantes organizados y alegres saltando torniquetes, invitando a mayores y menores a “evadir” la situación general de nuestra sociedad, que nos tenía más que colmados.
Las autoridades de ese momento solo nos invitaban a denigrarnos. Nos pedían levantarnos “aún más” temprano para evitar el alza de pasajes del transporte público, o a aprovechar la caída del precio de los ramos de flores como una manera de aliviar la falta de recursos en buena parte de las familias de sectores populares. Desde el presidente de la República y su gabinete, nos invitaban a estas y otras formas de dar una mirada positiva a la precarizada situación de vida de miles y miles en nuestro país. Chile como un oasis era la visión a la que nos invitaba el expresidente acusado de violaciones a los DDHH y que luego fue declarado baluarte de la democracia, por quién lo sucedió en la presidencia.
El gobierno de la época ayudó mucho a que todo esto se desplegara como lo vimos. No tuvo capacidades para leer a una sociedad cansada, a poblaciones precarizadas y a estudiantes levantando las banderas de la dignidad con tanta fuerza. Luego del 2011 y las organizaciones de estudiantes universitarios que lucharon por el “fin al lucro”, nos encontramos con estudiantes escolares que mostraban un camino de descontento. En ese escenario teníamos un ministro de Educación que, ante la consulta sobre su opinión sobre poner dispensadores de condones en los baños de los centros educativos, expresaba que “sus hijos eran unos campeones” a propósito de que tres condones por persona podían ser muy poco para ciertos sectores de la sociedad. Entonces ¿Qué esperaban?
Finalmente, un ingenuo ministro de transportes sentenció con la peor salida de su carrera: “cabros, esto no prendió”. Y ahí es cuando nos fuimos a las calles y no la soltamos más hasta que llegó la Pandemia por COVID 19. Fueron 5 meses de “tomarnos las calles”, de “dignidad”, de “encontrarnos para no soltarnos más”, fueron 5 meses de eternidad para un pueblo que parecía dormido.
Nos acusaron de estar manejados por distintas “fuerzas”. Que lo cubanos, que Maduro, que el narco, que los extraterrestres…y así. El mundo político no entendía (y aún no entiende) que en la vida en sociedad existen más fuerzas que las de los poderes fácticos. Existen fuerzas movidas por la esperanza de mayor dignidad para todos y todas, movidas por el convencimiento ético de que este mundo nos da lo suficiente para que no haya gente sin recursos, sin casa, sin salud, sin educación. Esas fuerzas, que se han vuelto invisibles para los grupos privilegiados, fueron muy patentes para quienes nos reconocimos en la carencia.
Esas fuerzas nos llevaron a participar de un proceso constituyente feliz y fallido, en que votamos por representantes parecidas a nosotras mismas, sin tapujos. Recuerdo las caras del mundo político tradicional cuando veían a mi querida Ale con su torso desnudo y cicatrizado por un cáncer de mama o a los pueblos originarios discurseando en sus lenguas nativas. Verles sus caras de espanto fue un buen regalo para mi alma revolucionaria. Como dice el dicho del viejo Cohen: “A veces uno sabe de qué lado estar simplemente viendo quiénes están del otro lado”.
Hoy el 18-O es una efeméride que revuelve tripas de propios y ajenos, de quienes participamos del encuentro en la calle y de quienes querían huir del país porque pensaban que se venía el acabose. En cualquier caso, es el octubrismo que llevamos dentro el que hoy nos muestra el horizonte de transformación, nos muestra de lo que somos capaces y la fuerza y generosidad con que cuenta este pueblo precarizado. Veremos como cada cierto tiempo nos vestimos de calle y damos cara a la carencia con los sueños y la esperanza intacta.