“La primera tarea política e intelectual del científico
social consiste hoy en poner en claro los elementos del
malestar y la indiferencia contemporáneos.”
Charles Wright Mills
Por Daniel Castillo
Antropólogo social, estudiante del Doctorado en Sociología de la Universidad Alberto Hurtado.
En una trilogía de columnas de opinión publicadas recientemente en el diario “El País”, Alfredo Joignant aborda el estallido social chileno problematizando en torno a la responsabilidad que tienen los intelectuales públicos en la interpretación de los hechos de octubre: “a cinco años de ocurrido el estallido social, algo tendrán que decir sobre sí mismos y sobre el futuro deslumbrante que no ocurrió”.
En las mencionadas columnas, Joignant acusa a buena parte de la academia profesional de sucumbir al embrujo del estallido, así como de producir interpretaciones y sobre-interpretaciones de carácter ensayístico, “sin movilizar datos empíricos ni detenerse en la articulación entre estructura y agencia humana”. Este diagnóstico no tiene nada de novedoso: ya había sido planteado en noviembre de 2019 por Danilo Martuccelli, quien observó la producción de un “festival de representaciones” y advirtió que esta crisis, que supuestamente venía a transformarlo todo, no había modificado en un ápice la certidumbre de muchos universitarios, quienes simplemente ocuparon los hechos como argumento para demostrar sus interpretaciones previas.
Sin embargo, a casi 5 años de los hechos que remecieron al país, sí es posible constatar una voluminosa producción de investigaciones que buscan explicar las causas y los hechos del estallido a partir del levantamiento de datos empíricos. Estas investigaciones cuentan con el potencial de convertirse en relatos válidos sobre el estallido social en la medida en que sean reconocidos por sus pares, ya que no cuentan con la misma tribuna y difusión que los ensayos realizados por los mencionados intelectuales públicos. Lamentablemente, cuando éstos argumentan que “el estallido social constituye un verdadero enigma”, están contribuyendo –por omisión o desconocimiento- a la invisibilización de la producción científica de sus colegas, con lo cual el debate no se desarrolla, sino que se empobrece.
En un reciente trabajo, realicé el ejercicio de contrastar los argumentos planteados de forma ensayística con aquellos que son construidos a partir del levantamiento de información empírica, durante y después del estallido, abordando las publicaciones producidas desde las ciencias sociales en función de dos interrogantes: ¿cuáles son los motivos que llevaron a las personas a movilizarse?, y ¿por qué legitiman o deslegitiman el statu quo? Como resultado del ejercicio, aparecieron dos hallazgos centrales.
El primero de ellos consistió en identificar una serie de relatos que resultaron cuestionados por la evidencia, a saber: que la izquierda radical tuvo un rol central en el impulso de las movilizaciones; que el statu quo mantuvo su legitimidad intacta durante los hechos de octubre; y que existió una continuidad entre lo exigido durante el momento de movilización y el posterior proyecto elaborado por la Convención Constitucional.
El segundo hallazgo indica cuáles son los relatos que se consolidan: que fueron fundamentalmente las emociones las que movilizaron a las personas, siendo las negativas las que explican por qué salieron a la calle (el malestar, la frustración y la indignación), y las positivas las que sostienen su permanencia en las protestas (los afectos, el orgullo y la validación); que el estallido social tuvo un carácter estamental y antagónico, constituyendo una impugnación al sistema neoliberal y sus instituciones; pero que dicha deslegitimación del statu quo tuvo un carácter acotado y coyuntural, estrechamente relacionada con el tiempo de duración de las movilizaciones.
Estos relatos, junto con otros que vienen siendo planteados con anterioridad, aportan elementos relevantes para el análisis de los principales problemas de nuestro tiempo, pero no tienen como fin la predicción de eventos sociales tales como el estallido. Tomemos como ejemplo el relato del malestar social: como bien señala Joignant, éste ya había sido planteado en 1998 por el PNUD, sin embargo, fue objeto de diversos cuestionamientos por parte de intelectuales públicos que rechazaban la existencia del malestar en una población con mayor acceso al consumo y altas expectativas. No se trata entonces de criticar a Lechner (o a sus colaboradores) por no lograr predecir la ocurrencia de hechos como los de octubre, sino de cuestionar el rol de quienes deliberadamente construyen narrativas que omiten o niegan la existencia del malestar, lo cual deja en evidencia no sólo su falta de rigurosidad al no considerar la evidencia empírica que aportan las ciencias sociales, sino también su evidente distancia con la realidad popular. Eso es justamente lo que estamos viendo en algunos intelectuales públicos de derecha, que nuevamente cuestionan los resultados del reciente Informe del PNUD.
Uno de los aspectos que el estallido social vino a demostrar es justamente que aquellos malestares no fueron un invento producido en el escritorio de un sociólogo, sino una experiencia cotidiana generada por las duras condiciones de vida que enfrentan a diario las grandes mayorías de nuestro país. En este sentido, la responsabilidad que le cabe a los intelectuales consiste en aportar elementos que enriquezcan el debate y el análisis de nuestra sociedad, los cuales aparecerán en la medida en que ellos logren profundizar su contacto con el mundo popular, comprender las dimensiones del malestar y valorar en su justa medida los cambios que se producen en el escenario político nacional.
El estallido social no fue una tragedia ni un fracaso: es el fenómeno social ocurrido en Chile de mayor relevancia en los últimos 35 años, y como tal, precisa ser interpretado ciertamente con evidencia, pero también con elaboraciones teóricas que le den sentido. Sin embargo, mientras no se resuelva la forma en cómo se va a modificar el antiguo orden social, es probable que sigamos presenciando la producción de relatos irresponsables que sobre-interpretan los significados del estallido social, o bien de otros que intentan reducirlo a un mero problema delictual.
Referencias:
Joignant, A. (2014, 2 de septiembre). La responsabilidad de los intelectuales. Diario El País. https://elpais.com/chile/2024-09-02/la-responsabilidad-de-los-intelectuales.html
Joignant, A. (2014, 16 de septiembre). El estallido social chileno: un enigma. Diario El País. https://elpais.com/chile/2024-09-16/el-estallido-social-chileno-un-enigma.html
Joignant, A. (2014, 21 de octubre). ¿Qué sabemos sobre el estallido social chileno? Diario El País. https://elpais.com/chile/2024-10-21/que-sabemos-sobre-el-estallido-social-chileno.html
Martuccelli, D. (2019). El largo octubre chileno. Bitácora sociológica. En: Araujo, K. (Ed.): Hilos tensados: para leer el octubre chileno. Santiago: Editorial USACH, págs. 369-476.
Ramos, C. (2018). Relatos sociológicos y sociedad: La obra de Tomás Moulian, José Joaquín Brunner y Pedro Morandé, sus redes de producción y sus efectos (1965-2018). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.