Por Felipe Valdebenito Leiva
Periodista, cientista social y habitante del Wallmapu
La prensa como actor político. Es una frase algo provocadora para comenzar una columna de opinión, pero es una afirmación cargada de realidad, pues bien, el rol de los medios es influir en las decisiones de las personas, determinar cómo mirar un hecho concreto, pero tengamos claro, que siempre hay una intención, una carga política en el mensaje, ya que los medios de comunicación son un camino para dotar de sentido la realidad y está mediado por quienes controlan los medios, delimitan su línea editorial y tienen la legitimidad para dar explicación a la realidad de las personas.
Chile es un país donde los medios de comunicación públicos no existen. La información, tal como otras áreas donde se produce la vida en Chile, también se tranza en el mercado, por tanto, al igual que en otros derechos (derecho a la información) la competencia es muy desigual. En nuestro país el 90% de diarios y lectores están en Grupo El Mercurio y Grupo Copesa (Cadena La Tercera); y no es necesario evidenciar la posición política de estos medios y a qué sectores de la sociedad representan. Por esto, la información en Chile se mueve en función de las élites, de su forma de contar las cosas y son el vehículo para que transite el sentido de quienes ostentan el poder político y económico.
La comunicación es un derecho y debe ser de igual acceso para todas y todos, sin distinguir pueblos, ni territorios. Algo así, quizás, debería ser el “espíritu” de una nueva ley de medios de comunicación en Chile, que debe ser, además, una parte de la implementación del derecho a la comunicación; debate que sería interesante se dé en el marco de la elección presidencial. ¡Seamos optimistas! De todas formas, esta nueva ley de medios debería permitir que la producción de información se produzca en la mayor igualdad de condiciones, que su difusión tenga lugar de manera igualitaria en tiempo y amplitud, que garantice más y mejores condiciones laborales, que incorpore todas las miradas de un territorio. En fin, democratizar la producción y difusión de la información solo mejora y amplía nuestra democracia.
Una producción democrática de la información garantiza la posibilidad de que ésta deje de ser una mercancía que se transa en el mercado y que su alcance está dado por la materialidad de las personas. Como ciudadanos(as), tenemos derecho a acceder a la mayor cantidad posible de información sobre un mismo hecho. La posición individual y/o colectiva sobre ese hecho estará determinada por el capital cultural y conciencia, por su posición para interpretar la realidad. Es en ese momento, donde la ciudadanía podría optar por buscar otras miradas sobre un hecho y es aquí donde los proyectos transformadores no han logrado construir una alternativa, en este caso, informativa; o medios de comunicación que transmitan mensajes en un nuevo marco ético e ideario de sociedad, para abrir camino a una disputa del sentido que consolide bases para nuevos proyectos de sociedad.
La historia oficial, más que oficial es el relato de quienes vencieron. O en otra afirmación, un hecho siempre tiene dos miradas (al menos). La presentación de la información está cargada de subjetividad, la mentira de la objetividad es una pantalla que sólo ha servido para darle legitimidad a quienes promueven que todo quede igual. Una reivindicación social, el asesinato de un Mapuche, dirigente social o cualquier sujeto que exija reivindicación que mejore la calidad de vida, es manejada por los medios de comunicación en el marco de su propia línea editorial, su subjetividad, y ejemplos de esto hay varios en Chile y siempre el relato termina validando su propia mirada.
Hoy el mundo, incluido nuestro continente y país, está enfrentando una oleada conservadora tanto en la producción de contenido que nos presentan los medios de comunicación formal, como en la lucha política de cada pueblo. En este marco, es urgente que aquellas posiciones políticas, intentos de ideario de sociedad o atisbos de proyectos políticos de largo aliento puedan construir también sus alternativas informativas. Un proyecto político no puede olvidar la batalla cultural y entregar, sin disputar, la producción de sentido de la sociedad a aquellos que promueven la restauración fascista.
Es también necesario que aquellas voces de cambio que rondan la institucionalidad chilena busquen, en alianza con actores sociales, nuevas leyes para democratizar la producción y difusión de la información. Una nueva ley de medios es una arista olvidada, pero que es tremendamente necesaria para disputar el sentido de la sociedad. El sentido hay que disputarlo en todos los campos, correr el fascismo de nuestras vidas y sistemas de producción es un desafío histórico.