Por Francisco Rivas
Vive en La Paloma, Rocha, Uruguay. Trabajó en radios y agencias de publicidad de Uruguay y Argentina. Realizó campañas políticas y publicitarias en Montevideo y Buenos Aires. Estudió Publicidad, Periodismo, Ciencias Políticas, Análisis Crítico del Discurso entre otras. Actualmente desde el tranquilo balneario en la costa atlántica se dedica a la Comunicación desde varias de sus aristas. Militante de izquierda no se identifica con ningún partido.
El 13 de mayo de 2025, el mundo perdió a José “Pepe” Mujica y Uruguay lo lloró como no hubiera imaginado. Fue más que la despedida de un expresidente, fue la de un líder histórico de la izquierda latinoamericana. Líder del partido político más votado dentro del Frente Amplio desde 2004 y actualmente el más votado del país. La izquierda nunca hubiera llegado al poder sin los votos del MPP de Mujica.
Con Mujica enterramos una parte muy profunda y ancestral de nosotros y nosotras. Una fibra invisible que nos unía con la esperanza de que un mundo mejor era posible. Por eso lloramos. Lloramos porque sentimos que con él también se murió una de las últimas oportunidades de cumplir nuestros sueños. ¿Quién va a defender la utopía mejor que él?
Cada lágrima que cae cuenta historias de desilusión, de desesperanza, porque, así como sabemos que no habrá otro Allende; sabemos que no habrá otro viejo como Mujica. Ni Fidel, ni Lula (cuando llegue el momento, que ojalá sea dentro de mil años). Y no es por capricho, es la certeza de saber que sus “reemplazos”, si acaso se me permite usar ese término, son apenas sombras difusas. Ni siquiera son un plan B.
Se fue uno de los últimos soñadores de la política latinoamericana. Y quienes soñamos con un mundo más justo, más humano, más equitativo, perdimos un faro. “Murió Mujica”, murmuramos sin querer creerlo.
Murió Mujica y aunque queremos pensar que las ideas sobreviven a las personas. Que lo importante trasciende. Que las frases se quedan. En el fondo sabemos que nadie va a tener la incidencia que tenía él.
Mujica era discurso, pero también era vivencia. Era coherente. Era la posibilidad de que la política no nos diera asco. Su capacidad de hablarle a los más humildes o a un jefe de Estado con la misma voz; de citar a Séneca en un Congreso de la ONU o regalar una metáfora sobre la vida mientras tomaba mate en chancletas; su forma de plantarse y con él plantar al pueblo frente al poder, también se fue con él.
No quiero repasar hoy las críticas que en Uruguay supimos hacerle. Que fueron muchas y se las hicimos en vida. Los trapitos sucios se lavan en casa. Y el viejo fue mucho más inmenso que un puñado de quejas.
La izquierda uruguaya perdió a un tipo que podía sentarse a conversar con casi todos. Incluso con la extrema derecha. Y eso es un montón.
Más allá de lugares comunes y hasta funcionales a la derecha, que toda la prensa del mundo repite: “se fue el expresidente austero, el exguerrillero que eligió la democracia, el filósofo popular”; para nosotros se fue quien puso a Uruguay en el mapa mundial por legalizar el matrimonio igualitario, por permitir decidir sobre el propio cuerpo, por regular la compra, venta y cultivo de marihuana donde otros prohíben y dejan el negocio a los narcos.
Ahora, solo nos quedará volver una y otra vez al recuerdo de sus frases, para reír, para pensar, para conmovernos y asentir tanta profundidad y simpleza; quizás para argumentar, para defender una idea. “Como decía Mujica” pasará a formar parte del lunfardo uruguayo, de los debates políticos en los sindicatos, en las aulas, en los bares, en las esquinas de un Uruguay que hace unos días está un poco más triste, un poco más solo, un poco más huérfano.
Gracias viejo, descansa en paz.