Por Amanda Ahumada
Licenciada en Antropología Social de la Universidad de Chile. Interesada en investigaciones ligadas a migraciones, trabajo sexual y género. Amante del Reino Fungi.
En el año 2024 asistí a la presentación de un cortometraje, seguido a un conversatorio con Giuliana Furci, conocida micóloga chilena. En este, una niña, con un sombrero de Amanita Muscaria, le pregunta a la micóloga cuándo volverían a crecer los hongos donde ella vivía, zona afectada por incendios forestales. Aquel acto inocente de curiosidad medioambiental se incrusto en mi mente y mi pensamiento. Fue conmovedor y revelador; los hongos están siendo un puente para que la personas se interesen por la naturaleza y el cuidado de esta.
Es un mundo nuevo que se abre lentamente a aquellos curiosos que nos gusta explorar el bosque. La vida y la muerte se difuminan en el reino fungi, para que nazca el hongo algo debe morir, debe descomponerse. Se termina un ciclo para que comience el siguiente. Los hongos funcionan como ese intermediario que convierte la muerte en vida, manteniendo el ciclo vivo.
La belleza del mundo fungi radica en ese trabajo poco conocido e investigado. Allí es donde lo misterioso comienza a bañarse en el conocimiento. Se abre camino lentamente en distintas áreas de la ciencia, y aún más lento en las áreas de las Ciencias Sociales, donde estas se han tristemente limitado la investigación de sus usos psicodélicos. Cada vez más personas se dan cuenta de esta belleza poco conocida que nos ofrece el reino fungi, por lo que paulatinamente, tal vez desde la estética, tal vez desde lo recreativo o lo científico, las personas nos estamos acercando a este tercer reino.
Este año decidí asistir al FungiFest que se realizaría en la ciudad de Valdivia, ciudad privilegiada en lo que a hongos respecta, puesto que su clima la hace ideal para que estos crezcan. Allí tuve la oportunidad de ver el documental SIMBIONTE, por Bryan Mura T. Algo que me llamó la atención fue cómo, con este documental, se buscaba no contar la narrativa de los hongos en algo exclusivamente académico, sino que poder ejemplificar cómo distintas personas se acercan a ellos desde la micología amateur, gastronomía, artístico y medicinal. Un acercamiento, desde cualquier arista, te obliga a involucrarte con el ecosistema, si buscas un hongo en particular, debes saber con quién genera micorriza, es decir con qué planta el hongo genera una relación simbiótica mutua, entender el bosque en su totalidad para poder entender el funcionamiento del hongo, más allá de la seta.
Aquel acercamiento al hongo nos obliga como “fanáticos/as del reino fungi” a entender lo ecológico como un todo donde distintos actores interactúan entre sí. Donde no solo existe el animal y el árbol, sino que existen miles de organismos de distintos reinos, de distintas especies que viven y se conectan. Son pilares fundamentales para sostener un ecosistema saludable. Quitar un pilar significa el colapso de la vida, pero ¿cómo podemos cuidar la naturaleza si hemos ignorado por tanto tiempo a sus grandes recicladores? El hongo recicla materia orgánica y desechos tóxicos, gracias a la generación de micorrizas reciben de los árboles dióxido de carbono, manteniéndolo bajo tierra y no en la atmósfera.
Volviendo al inicio de esta reflexión, para mí fue increíble que una niña asistiera y preguntara en aquel conversatorio cuándo los hongos iban a volver. La icónica frase de David Attenborough viene a mi mente “If children don’t grow up knowing about nature and appreciating it, they will not understand it. And if they don’t understand it, they won’t protect it.” Es esperanzador ver a las generaciones más jóvenes activamente interesándose en su entorno natural. El reino fungi nos invita a entender la naturaleza desde otro punto de vista, un punto de vista cambiante, subterráneo, que nos enfrenta a la incómoda pregunta de qué pasa con nosotros cuando se muere.
Veo de forma optimista este acercamiento, entender la naturaleza no como un grupo de reinos que funciona de manera aparte, sino como una enorme y compleja red de vida, que coopera y existe en relación con otro. Dejar de ver la naturaleza desde lo que esta nos puede ofrecer a nosotros, seres humanos, y comenzar a entender y reflexionar quiénes somos en esta red de vida que queremos acaparar. Y entender quiénes son los otros actores que, al igual que nosotros, viven, piensan, sienten y entienden la vida bajo sus propios términos.