Por Nury Valentina Gajardo D.
Educadora. Orientadora Familiar. Magíster en Educación y Liderazgo. ACHNU.
El Sol quema nuestra piel y el sudor resbala por nuestras frentes, pero nada apaga la luz en nuestros ojos. Son las 4:30 de la tarde, enero del 2025, y una a una, las niñas llegan a la cancha con mochilas llenas de sueños y esperanzas. Aquí, entre risas y pelotas, construimos un espacio donde no solo hablamos de fútbol, sino también de nuestros desafíos, de las historias que nos inspiran y de la fuerza que nos une.
Pero el camino hacia el fútbol profesional no es fácil. Más del 70% de las jugadoras de primera división en Sudamérica han sufrido acoso sexual en algún momento de su carrera, y un 85% ha enfrentado discriminación de género. Estas cifras no son solo números: son la realidad dura y silenciosa que muchas enfrentamos cada día.
Voces desde la cancha
Según el Diagnóstico de percepción de niñas y adolescentes Campeona Achnu 2025, estas son algunas de las experiencias y testimonios que reflejan la realidad del fútbol femenino:
“Muchas veces nos dicen que el fútbol es solo para hombres, pero yo siento que cuando juego, soy libre y puedo ser quien quiero ser”, cuenta Camila, de 15 años, mientras ajusta sus zapatos antes del entrenamiento.
La falta de canchas adecuadas y de espacios seguros es una constante. “A veces tenemos que esperar horas para poder usar la cancha, y cuando lo logramos, no siempre está en buen estado. Nos gustaría tener un lugar limpio y seguro donde entrenar”, comparte Valentina, de 13 años.
El machismo y los prejuicios afectan la autoestima y la motivación de las jugadoras. “Me han gritado cosas feas desde la reja, o se han burlado porque jugamos fútbol. Eso duele, pero trato de no rendirme porque amo este deporte”, dice Francisca, de 16 años.
Además de los comentarios y gestos inapropiados, la falta de recursos es otro obstáculo. “No siempre tenemos balones o uniformes. A veces compartimos lo poco que hay, pero igual jugamos con ganas”, relata Sofía, de 14 años.
Lo que piden las jugadoras
A pesar de estas adversidades, salimos a la cancha con determinación y alegría. Cada gol es un triunfo colectivo, una afirmación de nuestro derecho a jugar, a ser visibles y reconocidas. La presencia entusiasta de madres y familias nos recuerda que este espacio es también un refugio de apoyo comunitario y construcción de identidad.
Las niñas tienen claro lo que necesitan para jugar en igualdad de condiciones:
“Queremos que las autoridades nos ayuden a tener más canchas, que estén en buen estado y tengan agua para hidratarnos. También soñamos con que haya entrenadores que nos respeten y nos enseñen, y que el fútbol femenino salga en la tele, para que más niñas se animen a jugar”, resume Camila.
Un llamado a la acción
Cuando la encargada de la cancha anuncia que es hora de irnos, sentimos tristeza por el final del encuentro, pero también alegría por el tiempo compartido y la convicción de que esta lucha apenas comienza. Sabemos que este es solo un capítulo en la búsqueda de igualdad y profesionalización del fútbol femenino, un camino que exige visibilizar y erradicar la violencia y discriminación que enfrentamos.
Este relato no es solo una experiencia personal, sino un llamado urgente a las instituciones deportivas, al Estado y a la sociedad para que garanticen nuestros derechos como niñas y adolescentes en el deporte. Solo así podremos construir un fútbol inclusivo, seguro y justo para todas.
Como dice el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos… y dotados como están de razón y de conciencia… deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”