Por Hedilberto Aguilar
Académico. Universidad Arturo Prat.
Ernst Gellner (1988), filósofo y antropólogo que reflexionaba sobre la construcción de las naciones modernas, declaraba que los nacionalismos del siglo XX se exacerbaban con arengas contra el otro, porque tenían muy poco contenido social, cultural y político en sí mismos, a no ser cosas frívolas como el folclor y la música, sin una historia detrás qué contar. Hay distintos tipos de nacionalismos y no parece que todos sean perniciosos, pues los hay universales y particulares, según su clasificación. Los universales son los que aceptan a todos los habitantes dentro de un territorio con sus diferencias y los particulares que declaran que sólo un pueblo puede existir legítimamente dentro de un país (Gellner, 1988). Los nacionalismos particularistas no toleran las diferencias y ofrecen tres vías para tratar con ella: asimilación, expulsión o exterminio.
La consecuencia de estos particularismos va desde asumir que sólo la raza aria tenía el derecho de mandar, administrar y vivir en Alemania, expulsando o apresando a los enemigos (socialistas y liberales) y eliminando a los que no merecen existir (judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados, disidentes). Hoy en día, los nacionalistas particularistas, en muchos países, están en auge ante el fracaso del sistema tradicional representativo de partidos y todos los días brotan políticos que hablan de reestablecer una gran nación imaginaria del pasado. La memoria siempre es selectiva y las historias de las naciones están hechas del olvido, nos dice Anderson (1993) en sus “Comunidades imaginadas”, porque se construyen para crear un imaginario de nación unificada, “lo que somos”.
Aimé Césaire (2006), poeta y político martiniqués, en su “Discurso sobre el colonialismo” nos dice que la barbarie en Europa ocurrió porque ya la habían cometido los europeos en África y Asia, el escándalo sucedió cuando el crimen se cometió contra el hombre blanco. La humillación en otros continentes, a partir de la colonización, barbarizó al europeo pues para dominar tuvo que robar, expulsar y matar. Para justificar su codicia, el colonizador recurrió a la evangelización y a declarar la civilización, mientras no permitía que sus propios principios, por ejemplo, los de la Revolución Francesa, fueran una realidad en otros países: Fraternidad, Libertad, Igualdad.
Chile, a partir de una construcción actual de la opinión pública, se concibe como lo opuesto al Caribe. ¿Y qué es el Caribe en esta construcción política y mediática? Es ese territorio imaginado como bárbaro, atrae tanto como repele: Colombia, Venezuela, Republica Dominicana y Haití. Si, por un lado, el reguetón, la cumbia y la salsa atraen a multitudes que también buscan sus playas, por el otro, se le concibe como bullicioso, incivilizado, salvaje, de herencia afro irredimible. Y, ¿qué soluciones nacionalistas ofrecen los precandidatos a la presidencia, hoy? ¿Cómo ven a los migrantes caribeños, más allá de que sus propuestas no sean factibles?
Una buena medida para ver los discursos construidos sobre los migrantes “que no aportan”, es fijarse en las narrativas de los precandidatos presidenciales, desde las posiciones más extremas hasta las más moderadas, de derecha particularmente, pero también de izquierda, que se recargan sobre la idea de que hay un desborde, un exceso, una invasión de migrantes de ciertos orígenes, indeseados. Más que interesarme, aquí, en si de verdad creen en lo que dicen o si sus promesas son factibles, me preocupa la construcción narrativa que apela a los votantes hacia la idea del migrante “invasor” o “ilegal”. La única que hablado de una “regularización cautelosa” para los migrantes en situación irregular es Carolina Tohá. El resto pasan de la culpabilización a Bachelet y Piñera, “por traer” especialmente haitianos y venezolanos. Entonces parece que el problema de seguridad de un país son las personas por ser migrantes y no el crimen como un elemento transnacional que requiere de agentes externos e internos.
Se está apelando a dos elementos: asimilar y expulsar. Que, sin mediar nociones de convivencia establecidas en la Política Nacional de Migración y Extranjería, se sancione y se expulse a quienes cometan incivilidades, y se expulse de inmediato a quienes están en situación irregular. Las desigualdades de acceso a servicios públicos en salud, educación y vivienda afectan, efectivamente a las poblaciones de menos recursos, pero supongamos que se expulsa a todos los migrantes en situación irregular -técnicamente es imposible-, ¿estos accesos van a ser más equitativos o hay una estructura de distribución desigual de recursos que impide una mayor justicia al respecto? Entonces, como no es suficiente atribuir las carencias internas a agentes provenientes del exterior en una situación de vulneración de derechos, se moraliza su ingreso: exponen a sus hijos a una potencial muerte en el desierto, se saltaron la cerca, se metieron a la casa, se les da más privilegios que a los nacionales y una serie de discursos que no resisten los datos. Pero moralizar es sencillo: ellos los malos y nosotros los buenos que vamos “a poner orden” en el país.
Una vez que se ha deshumanizado a otras personas es más sencillo tratarlas como eso, menos que humanos que merecen el mismo respeto de nosotros. Las propuestas van desde dinamitar la frontera, un aparataje tecnológico al estilo de Hollywood en la frontera norte, campamentos de refugiados (eufemismo para llamarle a las jaulas y campos de concentración), hasta presionar a Bolivia a recibir a todos los que entraron por su país. Si un día, el problema son los venezolanos, al siguiente son los colombianos, dominicanos y haitianos. Esto quedó claramente constatado con la llegada de más de una decena de vuelos, hasta mediados de abril de 2025, procedentes de Haití, con una amplia proporción de niñas, niños y adolescentes. ¿Qué es lo primero que recorrió los grandes noticieros de televisión y radio? La opinión de políticos y “expertos” chilenos que asumen su opinión como una verdad constatada. Se dio poca apertura a las expresiones de los propios haitianos y cuando estas eran dichas no eran tomadas en serio, lo que seguía era la opinión de chilenos asumiendo que esto se trata de una conspiración porque claro, los negros no tienen dinero, los haitianos no pueden pagar esos viajes, los negros no tienen derecho de reunificación familiar, no hay forma de saber qué enfermedades traen los haitianos. Los haitianos, en suma, no son personas iguales a los chilenos, no tienen voz, cuando hablan no se les puede creer, alguien los manipula o ellos mismos funcionan como mafias. ¿Cuántos tiempo se les dio a los haitianos para hablar del tiempo que les tomó juntar la documentación y el dinero para traer a sus familiares? ¿Por qué, cuando en 2023, fueron devueltos 23 niños porque se habían pasado de la fecha de reunificación familiar, violando sus derechos, no se habló de ello? ¿Por qué no hablan de las deudas contraídas por familias haitianas en estos vuelos, con tal de reunirse con sus hijas e hijos? No, lo que importa es que son negros y lo que representa para un país cuyos políticos conciben como blanco, europeo. En este momento, Chile puede tener dos candidatos hijos de alemanes, ¿estará preparado en 20 años para tener un candidato hijo de haitianos?
El odio al extranjero está barbarizando a una parte de la población chilena, como decía Césaire (2006) sobre los europeos que cometían atrocidades contra aquellos que consideraban inferiores. Varios precandidatos plantean eliminar las visas de reunificación familiar, afirmando que no son responsables de las desgracias ajenas en otro país, olvidando que vivimos en un solo mundo, que los tratados y acuerdos en materia de derechos, surgieron en la posguerra como una forma de evitar una nueva guerra mundial. La negación a la diversidad en Chile, cuyos gobiernos responden a las diferencias políticas y sociales, militarizando, creando políticas de excepción que comienzan con migrantes y mapuches, pero después se extienden al resto de la población. Asimilar y expulsar es la negación de la diversidad del país, que se ha complejizado, sin duda, con la llegada de migrantes de muy diversos orígenes, pero cuyas vías de tratar con el conflicto deben partir del diálogo, la escucha mutua, la potenciación de una sociedad plural, la migración como una solución antes que como un problema.
Es normal atribuir a las personas de otro barrio, otra calle, otra comuna u otro país, características negativas, mientras que uno asume las positivas, lo que no significa que eso esté bien. La moral se forma por las costumbres, pero la ética es una reflexión de lo que está bien más allá de que algo sea o no una costumbre. No en todas las épocas de la historia se vio al extranjero como una anormalidad, una amenaza, un problema. Hubo tiempos en que se consideraba a un extraño, un extranjero como un enviado de los dioses y en la historia bíblica, pudieron ser enviados de Dios, ángeles. Al parecer, en la actualidad, no está entre los valores de nuestra sociedad el ser hospitalario, al menos no con aquellos que aprendimos que eran inferiores. Podríamos hablar de los venezolanos o los colombianos, de los peruanos o bolivianos, de los mapuches o los flaites, que un día cualquiera, uno se despierta con la noticia de que nunca dejaron de ser un peligro.
El racismo se ejerce porque se piensa que de acuerdo con su origen y su “sangre”, la gente tiene unas características u otras, y que algunas de ellas, son irremediables. Por ejemplo, el color de piel de la mayoría de los haitianos asociado a la esclavitud, al tráfico de personas, a un Estado fallido, a pobreza, a ignorancia, a incapacidad, a enfermedades. Y no basta con decir “yo tengo un amigo” o incluso, “me casé con un/una haitiana/o” para decir que no somos racistas. Si algo podemos aprender del método de Alcohólicos Anónimos es que debemos asumir que tenemos un problema con el racismo. Sí es racismo creerle al político chileno, sin investigar ni cuestionar si lo que dice de un haitiano o venezolano, por ejemplo, como si estuviera diciendo verdades porque las dijo un “experto”, un personaje reconocido, mientras que el migrante no es digno de confianza.
La deshumanización de los de afuera tiene un correlato de deshumanización con los de dentro. Se cree que hay bárbaros afuera que intentan destruir a un país imaginario de adentro, cuando la barbarización ha comenzado con quienes rebaja y tratan inhumanamente a un prójimo (próximo). Entonces se asume que “cerrar fronteras” es la opción más segura para cuidar lo que hay adentro. Y esas fronteras van más allá de un punto geográfico, se establecen en las ciudades, en las interacciones, en los prejuicios, que limitan la convivencia, el conocimiento mutuo, llevando a interacciones violentas, discriminadoras. No corresponde a un país civilizado como es Chile, el sospechar que una persona es “mala” sólo por tener ciertos orígenes étnicos, sociales o nacionales. No es justo que todos los días el venezolano tenga que sacar su carnet de buen comportamiento, de moralidad, para decirle a los demás que no es delincuente, que no viene a robar. Esas actitudes denigrantes, denigran y deshumanizan primero a quien las ejerce. Muchos políticos y medios tienen una deuda enorme con la sociedad si pretenden que esta sea democrática, equitativa y justa para todos los habitantes que están en ella. Por el contrario, si lo que pretenden, con o sin intenciones, es continuar fragmentando a la sociedad, pueden continuar barbarizándose con consecuencias nefastas para todos. Es la ética de la vida contra la barbarización y la degradación de ella. Concluyo con una frase de Césaire (2006: 41), cambiando Europa por Chile: “La verdad es que en esta política está inscrita la perdida de Chile mismo, y que Chile, si no toma precauciones, perecerá por el vado que creó alrededor de él”.
Referencias:
Anderson, Benedict. (1993). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo. México: FCE.
Césaire, Aimé. (2006). Discurso sobre el colonialismo. Madrid: Akal.
Gellner, Ernst. (1988). Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza.