Por Shirley Ruiz
Artista, Costa Rica
Cuando era más joven esperaba con ansias cumplir 18 años porque dentro de las cosas que podría realizar al ser mayor de edad era votar. En febrero de 1998 Costa Rica vivía un ambiente electoral muy intenso. Los partidos con mayor fuerza eran La Unidad Social Cristiana y Liberación Nacional, ambos creados con principios socialistas de centroizquierda y centroderecha.
Ambos partidos como los más tradicionales del país se basaban en principios humanistas y sociales, donde sus fundadores fueron unos de los creadores de Las Garantías Sociales en los años 40 y la Abolición del Ejército en el 48.
Veintinueve años después de que ejercí mi primer voto, aquel acto ilusionante de votar se quedó opacado por la corrupción y la mediocridad de partidos y políticos que se encargaron de hacer de la “democracia” un circo lleno de pantomimas y falsas esperanzas, dejando a un lado los principios y poniendo sus intereses de primero y no los del país, debilitando la democracia y es que si esta no decide lo sustancial, si los que gobiernan –de izquierdas o de derechas- acaban haciendo la misma política, las clases subalternas pierden derechos y son obligadas a convivir con la precariedad, el desempleo y bajos salarios.
Lo que se pone en evidencia es que el tipo de democracia que hemos conocido ya no existe y entramos en una transición que aún no sabemos bien a donde nos lleva, que hoy son los mercados, los grandes poderes económicos, los que regulan y controlan a las democracias, definen las políticas y acaban capturando al Estado.
¿Quién tiene realmente el control?
“Si votar cambiara algo, sería ilegal”
Emma Goldman
A ver, retrocedamos un poquito el tiempo y pensemos en las mujeres anarco-feministas que eran socialistas e iban en contra del voto femenino.
No nos alarmemos, realmente ellas tenían bases fuertes. Decían: “Si a los hombres el votar no les ha servido de nada y más bien los ha oprimido, ¿Por qué pensamos que las mujeres queremos votar para tener una causa más de opresión?”.
Uno de los puntos de las anarco- feministas de 1931 era que las mujeres carecían en aquel momento de la suficiente preparación social y política como para votar responsablemente. Que estaban muy influenciadas por la Iglesia y su voto podía ir a parar a los partidos conservadores y el oportunismo político sería muy notable, además que había un alto grado de analfabetismo en las mujeres y habían sido eliminadas de los derechos políticos porque las leyes habían sido dictadas por hombres.
Y es interesante esa mirada, ya que no voy a negar que el derecho al voto ha sido un gran triunfo y avance para la historia y procesos de las mujeres, así que no puedo negar ese derecho y más bien lo aplaudo. Pero mi enfoque va por otro lado, y no sobre el derecho, sino sobre la opresión, manipulación y falsedad que hay detrás del voto.
La mirada y posición de los anarquistas en general (hombres y mujeres) de esos años era muy realista al decir que “votar es una idiotez” ya que creían que: “votar por un monarca absoluto, rey constitucional o simplemente presidente, el candidato que llevamos al trono, al gobierno o al parlamento siempre será nuestro señor y que son personas que colocamos «arriba» de todas las leyes, ya que son ellos que las hacen, cabiéndoles, además, a ellos mismos la tarea de verificar si están siendo obedecidas.”
Además, decían que “el poder ejerce una influencia enloquecedora sobre quien lo detenta y los parlamentos sólo diseminan la infelicidad”.
Entonces, ¿Votar nos hace libres o nos hace esclavos?
¡Vaya dilema!
Y es que hoy en día hasta por un pedazo de pan hacen que vendamos nuestro voto, y no, no podemos culpar al pueblo al intercambiar su voto por comida, por un pequeño diario, por un puesto laboral, por unas medicinas o por unos cuantos pesos, porque la dificultad de la vida con sus necesidades hace que los políticos se aprovechen y hagan trueque a cambio de un voto.
Y esto no es de ahorita, la historia nos cuenta que hace más de 2500 años en Atenas, los políticos hicieron su primer trueque y hasta el día de hoy han venido perfeccionando esta forma rudimentaria de la compra de votos.
No podemos generalizar que esto sucede en todos lados o con todas las personas. Normalmente, este intercambio se da en condiciones específicas y prospera en circunstancias de vulnerabilidad donde se escoge este camino por ambas partes, ya que los partidos políticos al no conseguir construir una marca que convenza a los votantes de que pueden confiar en sus promesas electorales, optan por “comprar” bajo cualquier forma sus votos, una práctica ilegal ejercida bajo presión y muchas veces bajo amenazas, donde deberían existir leyes y consecuencias más fuertes a quienes las promueven.
Necesitamos algo más que herramientas de denuncia o infiltración y visibilización de las cosas que están mal. En realidad, necesitamos construir las cosas que están bien. ¿A qué nos referimos con las cosas que están bien? Son aquellas nuevas formas de organizarnos, de crecer y multiplicarnos fuera del ritmo que esos Estados y organizaciones al servicio del capitalismo global intentan imponernos, proporcionar cambios en la cultura y en las mismas instituciones políticas y acabar con las ilegalidades que desvirtúan la voluntad popular.
Una esperanza: La historia no es como la han contado hasta ahora. La historia la están revisando los pueblos, los y las activistas en las calles y plazas del planeta entero. El discurso decolonial que parecía cosa de académicos e intelectuales contestatarios es ahora propiedad de los pueblos. Vendrán tiempos difíciles. Con vientos huracanados y olas que sacudirán al barco. Hay que amarrarse duro. Aguantar las tempestades. No dejar que la embarcación se hunda. El trabajo es colectivo. Todo mundo en su puesto. A los que les gusta vivir a costillas de otros, a pan y cuchillo, hay que bajarlos en el primer puerto para que se busquen la vida en otra parte. La distancia del cambio está corregida. Contra viento y marea. Hay que reformar el país para ponerlo al servicio de la mayoría social. La democracia está lista, sólo falta que estén listos los humanos.