Descentrados Chile

“31 minutos” y los significados secretos de la “programación infantil” en la televisión chilena

Fotografía: Pinterest

Por Juan Pablo Correa Salinas

Psicólogo social. Analista del discurso. Investigador de las relaciones de reconocimiento, violencia y poder y sus efectos en los procesos de subjetivación.

 

La reaparición de “31 minutos” en un nuevo formato -concierto íntimo en una radio estadounidense, masificado a través de las redes sociales1– ha provocado en los últimos días el entusiasmo de una generación. No es cualquier generación. “31 minutos” se estrenó como un “programa para niños” en Televisión Nacional de Chile (TVN) el 15 de marzo de 2003. Muchos de sus primeros espectadores tienen hoy entre los 27 y los 37 años. Algunos de los más viejos de esa generación también forman parte del gobierno de Chile. El actual presidente de la República tenía 17 años en esa fecha. No había cumplido la mayoría de edad. El cantautor Nano Stern tiene un año más que Gabriel Boric y sigue cantando canciones para niños en sus conciertos2. El público de “31 minutos” es amplio. Incluye a la mayor parte de Latinoamérica y está presente en muchos países fuera del continente. 

El fenómeno “31 minutos” trasciende el programa de televisión en el que se originó y que duró cuatro temporadas (entre marzo de 2003 y diciembre de 2014). Su música se distribuye de manera independiente y ha derivado en espectáculos en vivo, con giras por Chile y otros países del continente. También han creado un museo y una película (y una segunda está en construcción).

Antes de “31 minutos” la televisión chilena desarrolló diversos programas para niños, algunos de los cuales incluían funciones de títeres. Uno de los más antiguos fue el programa “El volantín”, que durante el gobierno de la Unidad Popular puso en su programación el canal 9 de la Universidad de Chile. “El volantín” incluyó un muy buen teatro de marionetas, en el que un niño llamado Juanito recorría el país conversando con los personajes que se cruzaban en su camino. Pero los títeres más famosos de esa época fueron “El sapo y la culebra”. Estos doblaban canciones populares justo antes de las noticias de la noche, en el canal de la Universidad Católica de Valparaíso (UCV).

En abril de 1973, TVN estrenó “Plaza Sésamo”, la versión mexicana de “Sesame Street”. “Plaza Sésamo” incluía una variedad de títeres provenientes del show de los Muppets, creados en los Estados Unidos más de una década antes. El programa se realizaba en México, con actores que tenían el acento de ese país. Esto no impidió que tuviera una extraordinaria recepción en Chile. Su formato mezclaba la entretención y la educación en un estilo cercano, diverso y extremadamente creativo.

“31 minutos” no fue original en el uso de títeres, tampoco en la creación de un informativo para niños -ya se había realizado esa idea en el programa “Me lo contó un pajarito”- pero no cabe duda de que, su diseño tuvo un carácter completamente distinto a lo que se había realizado y emitido en Chile hasta ese momento. En especial, en los programas que lideraron la audiencia infantil en el periodo anterior a su aparición: “Cachureos” y “Los Bochincheros”.

La especificidad de “31 minutos” estuvo en su capacidad de situarse en las preocupaciones de los niños, abordándolas con una perspectiva que las validaba, dignificaba y apoyaba empáticamente. El programa construyó algo así como una épica de la infancia, en donde lo que hasta ese momento había parecido trivial era visto ahora con otros ojos. Asuntos como sacarle las rueditas de apoyo a la bicicleta, conversar en secreto con la muñeca, recuperar la pelota que se cayó en la casa de la vecina o seguir el viaje de la caca después de salir del baño de la casa, se convirtieron en tema de canciones y reportajes periodísticos protagonizados por los títeres del programa. Ya no se trataba de hacer un programa para niños con los escenarios que los adultos imaginaban para ellos: los cuentos de hadas, en el caso de “Masamigos” (del grupo musical Mazapán), el circo en la propuesta de “Los Bochincheros” o el desván repleto de objetos antiguos como proponía “Cachureos”. “31 minutos” hablaba de los temas y problemas de los niños en su vida cotidiana, con el lenguaje directo de la infancia, sin idealizaciones ni sustituciones. Y para hacerlo, empleó el estilo de los noticieros televisivos, con su retórica de realidad fundada en la “descripción verdadera de los hechos”.

Pero había algo más. Trece años antes del estreno de “31 minutos”, Chile había recuperado la democracia. Lo había hecho formalmente, a través de una nueva institucionalidad política que permitía a la ciudadanía elegir a sus gobernantes y adoptar decisiones sobre el destino del país. Sin embargo, Augusto Pinochet seguía vivo, aunque retirado de la política activa, pues había renunciado a su condición de “senador vitalicio” en junio de 2002. La crítica de la institucionalidad heredada de la dictadura, así como la reflexión sobre el papel de los medios de comunicación -en especial de la televisión- en el gobierno de Pinochet, aún no se había realizado en profundidad. Y en parte todavía continúa pendiente (especialmente en lo que respecta a la televisión). “31 minutos” se adelantó en esta tarea. Y lo hizo parodiando (y recuperando simbólicamente para la democracia) un género televisivo que la dictadura controló, censuró y administró a su gusto durante años. El nombre “31 minutos” alude directamente al noticiario televisivo emblemático del régimen de Pinochet: “60 minutos”.

“60 minutos” fue un noticiero creado en abril de 1975 en TVN, a la medida de Julio López Blanco, uno de los periodistas más serviles y lisonjeros con que contó la dictadura y, en particular, Augusto Pinochet. Julio López inventó y desarrolló la versión más lograda del periodista “cebollero” que hace llorar a sus entrevistados y al público que sintoniza el canal cuando está reporteando una catástrofe o un drama personal o familiar. Pero también fue el periodista que no dudó en esconder los crímenes de la dictadura, remplazándolos por versiones alternativas que le dictaba el propio gobierno, como los “enfrentamientos” entre “bandos extremistas”. 

“31 minutos” ofreció la autenticidad que la televisión de la dictadura no podía tener. Lo que en “60 minutos” era impostura, mentira y sublimación kitsch de los acontecimientos, en “31 minutos” era parodia, ironía y credibilidad informativa. Los títeres se enfrentaban directamente a las marionetas humanas que poco más de una década antes había instalado la dictadura narrando sus cuentos en formato de noticias. Ambos -los títeres de “31 minutos” y los locutores de “60 minutos”- compartían la curiosa característica de no mostrar más que la parte superior de su cuerpo. Existía una zona de opacidad, de encubrimiento que, en el caso de los títeres, ocultaba la “sala de máquinas”, esto es, a los actores encargados de darles vida a través del movimiento y de la voz. En el caso de los locutores de “60 minutos”, la sala de máquinas parecía esconder algo mucho más sórdido. La DINACOS (Dirección Nacional de Informaciones) fue el organismo que creó la dictadura para censurar y regular los medios de comunicación en Chile. En esos días, ella estaba detrás de todo lo que se podía y lo que no se podía decir en el país.

Antes de la aparición de “31 minutos”, la “programación infantil” de la televisión chilena había sido liderada por tres programas emblemáticos3: “Pipiripao” (1984 – 2003 y 2006 – 2009: UCV), “Los bochincheros” (1976 – 1982: canal 9 U de Chile y Teleonce por cambio en la frecuencia de la señal) y “Cachureos” (1983 – 2008: que se inicia en TVN y luego pasa por distintos canales). 

“Pipiripao”, programa conducido por Roberto Nicolini, aprovechaba el contacto que el animador lograba con los niños para presentar series de dibujos animados japonesas. En su segunda etapa (2006 – 2009) empleó títeres (influido, probablemente, por “31 minutos”). Entre los varios aciertos de Pipiripao estuvo el proponer (probablemente sin una intención expresa) una relectura del género a través de, al menos, dos elementos. El primero fue el particular estilo comunicacional de su animador, claramente distanciado de las formas hegemónicas de masculinidad. Curiosamente, compartía esta condición con otro animador del mismo canal: Sergio “pirincho” Cárcamo4. El segundo fue la trasmisión de la serie japonesa para adolescentes “Candy”. La serie presentaba los temas y problemas de la adolescencia desde una perspectiva femenina, algo poco habitual en esa época.

“Los bochincheros”, el más antiguo de los tres programas, mezcló con mucho éxito las formas del circo con la marcialidad militar y los gritos del recreo escolar. El “Tío Memo” (Domingo Sandoval) animaba el programa como un “señor Corales” de circo, pero vestido con un atuendo más cercano al de los tonys (o payasos). Lo acompañaba la “Tía Pucherito” (María Pastora Campos) quién era en esos días la esposa de Sandoval. La división de roles de género era absoluta y ponía de manifiesto las diferencias de poder entre ambos. Sandoval no soltaba el micrófono. Sólo él hablaba y, a veces, algún niño o niña al que Sandoval interrogaba por algunos segundos. Pero la tarea de los niños era gritar y el “Tío Memo” administraba esos gritos, los formateaba, los inducía y los cortaba a su gusto. La “Tía Pucherito” era silenciosa. Vestida de tony femenina (una rareza porque en Chile los tonys son siempre hombres) bailaba cuando el “Tío Memo” lo indicaba, siguiendo la música de la película “Fiebre de sábado por la noche”. Los niños estaban en graderías y desde ese lugar observaban la pista en la que se relacionaban los actores del programa. El referente directo de “Los Bochincheros” era “Sábados Gigantes”, el programa de Mario Kreutzberger (“Don Francisco”). Como Kreutzberger, pero de un modo menos grosero, Sandoval empleaba el doble sentido en algunas de sus intervenciones. 

Como pequeñas fieras de circo enjauladas en sus graderías, los niños gritaban y cantaban cuando su domador se los indicaba: “somos los bochincheros, sí señor, nos gusta meter bochinche que es mejor”. El tono era marcial, de marcha militar. A veces los niños acompañaban los gritos con sus pies, parados en sus puestos. Niños-masa, identificados con la figura que de sí mismos les ofrecía su líder: “somos los bochincheros, sí señor”. Era el estilo preferido del régimen en esos días. El acto de Chacarillas, la expresión máxima del ritual fascista de masas en dictadura, se realizó en julio de 1977. Fueron otros los bochincheros que asistieron al acto, portando antorchas y aplaudiendo al tirano. Varios de ellos, formaban parte de la programación adulta de la televisión chilena. El formato era el mismo de siempre: el inconsciente a punto de desbordar la situación con su violencia contenida. El rito empleado como dispositivo para administrar y controlar los impulsos de la masa. Los calabozos clandestinos escondidos metafóricamente detrás del escenario, invisibles, pero presentes en el miedo generalizado de la población. El ruido que las formas rituales del régimen todavía lograban contener, se hacía presente de manera sorda. Algunos años después se desbordaría en las protestas y cacerolazos que terminaron por derrocar a la dictadura.

“Cachureos” también es hijo de “Sábados Gigantes”. Marcelo Hernández había sido uno de los cantantes preferidos por Don Francisco, con quién había trabajado varios años antes de reinventarse como animador de un programa infantil. La primera idea de Marcelo fue desarrollar un programa en el que se explicara a los niños la historia de aquellos objetos viejos que se pueden encontrar en un desván. De ahí el nombre del programa. Pero “Cachureos” fue mutando a un programa cada vez menos conversacional, con más gritos y canciones simples capaces de activar la expresión maníaca de los niños. Los personajes que acompañaban a Marcelo estaban vestidos con corpóreos. Todos grotescos. Una mosca, un pollo, un hombre horrible llamado “Epidemia”, etc. Algo similar a “Los Bochincheros” pero con un componente adicional. Existía en “Cachureos” un aspecto que lo conectaba con las programaciones para adultos. Esas que se dan después de las 22:00 horas. La canción más famosa del programa se llama “A mover el pollo”. Su letra dice: 

 

Estábamos cocinando mi vecina y yo

El pollo se cocinaba en el asador

Como ella estaba ocupada haciendo yo no sé qué

Me pidió que la ayudara y me dijo oiga usted:

Muévame el pollo, por favor

Muévame el pollo que está en el asador

Y seguimos conversando, hay qué situación

Y yo no me carcajeaba por educación

En eso llegó Marcelo, ahí la cosa cambió

Porque me pidió lo mismo y eso sí no me gustó

 

Los significados sexuales no asumidos por la canción resultan evidentes para quién la escucha. Seguramente también lo son para muchos de los niños a los que “Cachureos” invitaba a cantar. El doble sentido, la homofobia, la pedofilia, el abuso sexual infantil. Todo depende de quien canta. Pero nadie parecía advertirlo. La declaración que etiquetaba a “Cachureos” como “programa infantil” impedía transparentar el sentido más evidente de la letra de su canción emblemática. Una cosa son los temas de niños y otra, muy distinta, son los temas de adultos en los que los niños son introducidos forzadamente.

La estética de la fealdad y de lo grotesco caracterizaron indistintamente a “Cachureos” y a “Los Bochincheros”. Sus formas circenses escondían la tristeza y la sordidez del período en el que se emitieron. La estrategia fue transformada en lema por el “Jappening con já” (1978 – 2004), programa “familiar” con características maníacas, similares a las de “Cachureos” y “Los Bochincheros”, que se emitía los domingos: “ríe cuando todos estén tristes, ríe solamente por reír”.   

“31 Minutos” cambió esta historia. Y sus telespectadores intentaron luego cambiar la otra, más grande y más significativa, en las marchas por la educación de los años 2011 y 2012, la revuelta de 2019, la Convención Constitucional e, incluso, el gobierno de Gabriel Boric. Como sabemos, es una empresa que aún no concluye.

  1. El programa radial se llama ‘Tiny Desk Concerts’ ↩︎
  2. Una de las canciones más conocidas de Stern es su versión del ‘Carnavalito del ciempiés’, del grupo ‘Mazapan’. ↩︎
  3. Por supuesto, no es posible desconocer el aporte de “Masamigos”, programa que el grupo musical Mazapán realizó en TVN el año 1985. Desgraciadamente -y a pesar de tener una audiencia entusiasta- el programa no alcanzó a durar un año en pantalla, debido a la decisión adoptada por sus autoras de no participar como grupo en una celebración de SEMA Chile a las que habían sido invitadas por Lucía Hiriart, directora de la institución y esposa del dictador. De cualquier manera, la música de Mazapán -como la de 31 minutos- sigue entusiasmando a los niños pequeños hasta el día de hoy. ↩︎
  4. Cárcamo animó el primer programa de videos de música rock y pop de la televisión chilena: “The Midnigth Special” (iniciado en 1977, estuvo a fines de los 70 y comienzos de los 80 y de nuevo en los 90 en el canal de la UCV). ↩︎