Por Ricardo Álvarez
Sociólogo y docente voluntario en el preuniversitario José Carrasco Tapia, de la Universidad de Chile.
A partir de una mirada crítica sobre los procesos electorales que se desarrollan en Chile y la desafección ciudadana, esta columna examina cómo la democracia chilena ha transitado desde la promesa de participación hacia un modelo simbólico que legitima las desigualdades existentes y produce apatía política en el tejido social contemporáneo.
Durante las últimas décadas, las campañas, los debates televisivos y las encuestas prometen deliberación democrática, pero la experiencia cotidiana revela un desencanto profundo. Lo que alguna vez simbolizó la soberanía del pueblo se ha transformado en un espectáculo repetitivo donde los ciudadanos participan sin convicción, y el voto —más que una herramienta de cambio— actúa como un ritual que preserva el orden existente.
Esa distancia entre el ideal y la práctica no surge de la apatía, sino del cansancio. Durante décadas, la política institucional ha funcionado como un espacio administrado por los mismos grupos que concentran poder económico y mediático. Como advierte Manuel Antonio Garretón (2000), Chile atraviesa una “crisis de proyecto histórico” donde las estructuras políticas han perdido su capacidad de conectar con las aspiraciones de la ciudadanía. En vez de representar, gestionan. Y en esa gestión, las élites redefinen los márgenes de lo posible.
La idea de que existen poderes que operan tras los escenarios visibles no es nueva. Charles Wright Mills (1956) analizó cómo las democracias modernas tienden a ser gobernadas por una “élite del poder” que articula los intereses empresariales, militares y políticos, moldeando las decisiones nacionales según sus conveniencias. Hoy, esa lógica se expresa en un entramado mediático y financiero que define la agenda pública y administra la percepción ciudadana del cambio.
En este contexto, el pensamiento de Pierre Bourdieu (1973/2019) resulta iluminador. El autor señalaba que la opinión pública no es una expresión espontánea de la sociedad, sino una construcción mediada por instituciones que imponen significados legítimos. Las encuestas, los medios y las campañas electorales no solo informan: producen consenso. Así, el voto se despoja de su potencia transformadora y se convierte en un gesto que reafirma la hegemonía simbólica de quienes controlan el discurso.
El espectáculo político, como observó Guy Debord (1967), sustituye la realidad por su representación. En la política chilena contemporánea, esa sustitución se hace evidente: los candidatos no dialogan con el país, sino que compiten por visibilidad. Se discuten imágenes, no ideas; se promueven emociones, no proyectos. Las redes sociales y los medios masivos amplifican la sensación de participación, pero lo que realmente producen es una ciudadanía espectadora.
La homogeneización del discurso público también ha sido advertida por Noam Chomsky (1990), quien mostró cómo los medios de comunicación filtran la información y restringen el debate dentro de los límites tolerables para las élites. La diversidad aparente de voces encubre una estructura que reproduce los mismos intereses, generando una ilusión de pluralismo que vacía la democracia de su contenido deliberativo.
A este agotamiento simbólico se suma un desgaste emocional. Byung-Chul Han (2012) ha descrito la “sociedad del cansancio” como una era en la que la sobreexposición a discursos vacíos genera un agotamiento colectivo. En Chile, esa fatiga democrática se manifiesta en la desconfianza y en el deterioro del bienestar mental. Según la Encuesta Nacional de Salud Mental del Ministerio de Salud (2023), casi la mitad de los chilenos presenta síntomas de ansiedad o depresión, y gran parte de la población percibe un declive sostenido en su bienestar emocional. El malestar no es solo psicológico, sino también político: una respuesta a la sensación de impotencia frente a estructuras que no se transforman.
El Centro de Estudios Públicos (2024) constató que más del 70 % de los ciudadanos declara tener poca o ninguna confianza en los partidos políticos. Este dato revela que la desafección no proviene del desinterés, sino de una comprensión lúcida del sistema. La ciudadanía percibe que el voto carece de consecuencias reales, y esa conciencia erosiona el sentido de pertenencia democrática.
Sin embargo, la democracia no se reduce a sus instituciones. Jürgen Habermas (1998/2023) sostiene que la esfera pública cobra vida solo cuando los ciudadanos se reconocen mutuamente como interlocutores válidos. Esa posibilidad, hoy debilitada, podría renacer si la política vuelve a las calles, a los sindicatos, a los territorios donde el diálogo aún conserva un pulso vital. Reencantar la democracia no implica idealizarla, sino reconstruirla desde abajo, en espacios donde el reconocimiento y la palabra sean nuevamente posibles.
La crisis democrática chilena no es un final, sino un síntoma. El desencanto, más que una renuncia, puede ser una oportunidad para imaginar nuevas formas de participación que desborden las estructuras heredadas. Recuperar el sentido del voto requiere volver a vincularlo con la esperanza, no con la rutina; con la comunidad, no con la propaganda. Solo así, las urnas dejarán de ser la anestesia del tejido social para transformarse otra vez en un gesto de emancipación colectiva.
Referencias:
Bourdieu, P. (1973/2019). La opinión pública no existe. En Cuestiones de sociología (pp. 222–235). Siglo XXI Editores.
Bourdieu, P. (1991). El sentido práctico (Vol. 78). Taurus.
Chomsky, N., Herman, E. S., & Castells, C. (1990). Los guardianes de la libertad: Propaganda, desinformación y consenso en los medios de comunicación de masas. Gedisa.
Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Black & Red.
Garretón, M. A. (2000). La sociedad en que vivi(re)mos: Introducción sociológica al cambio de siglo. LOM Ediciones.
Habermas, J. (1998/2023). Facticidad y validez: Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso. Trotta.
Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.
Mills, C. W. (1956). The power elite. Oxford University Press.
Centro de Estudios Públicos (CEP). (2024). Estudio Nacional de Opinión Pública N.º 90. Santiago de Chile.
Ministerio de Salud de Chile. (2023). Encuesta Nacional de Salud Mental: Bienestar emocional y síntomas asociados 2023. Gobierno de Chile.

