Por Carla Núñez Matus
Psicóloga. Máster en psicología social y childhood studies. Educadora La Caleta.
La Caleta, como organización comprometida con el trabajo comunitario y la promoción de los Derechos Humanos, se sitúa en un momento histórico en el que la defensa de la democracia adquiere una relevancia urgente. En un contexto marcado por el descrédito de las instituciones, la desafección ciudadana y el avance de discursos autoritarios, el desafío de sostener y revitalizar la democracia no es solo un asunto político, sino también ético y cultural. Frente a esta realidad, La Caleta asume que su acción territorial no puede desvincularse de una reflexión profunda sobre qué significa hoy defender la democracia y cómo hacerlo desde las prácticas cotidianas, comunitarias y educativas, que incluyan en un diálogo horizontal a las niñeces.
Defender la democracia no se reduce a la protección de un sistema electoral o institucional, sino que implica cuidar los espacios donde la ciudadanía se forma, se expresa y se organiza. En ese sentido, el trabajo de La Caleta se inscribe en una concepción amplia y viva de la democracia: aquella que se construye en los barrios, en las escuelas, en los espacios culturales, y que se expresa en la capacidad de las personas para deliberar, participar y transformar sus propias condiciones de vida. Así se reivindica la dimensión comunitaria y participativa de la vida democrática.
Sin embargo, esta apuesta se desarrolla en un escenario de profunda tensión. La expansión del neoliberalismo, con su énfasis en el individualismo, la competencia y la fragmentación social, ha erosionado las bases de la vida democrática al debilitar los vínculos colectivos y las nociones de bien común. Las comunidades donde La Caleta actúa no son ajenas a estos procesos: la violencia estructural, la desigualdad, el narcotráfico y la desconfianza en las instituciones conforman un terreno adverso para la participación ciudadana y el ejercicio de los derechos. En este contexto, nos enfrentamos a la tarea de reconstruir la confianza, revalorizar la palabra colectiva y abrir espacios para que las personas puedan volver a reconocerse como sujetas de derechos y protagonistas de lo público.
Defender la democracia, para La Caleta, es también resistir a la lógica del miedo y de la exclusión. Allí donde la violencia y la precariedad buscan clausurar los espacios de encuentro, la organización apuesta por la creación de espacios seguros, participativos y plurales. Este ejercicio, aunque modesto en apariencia, constituye una forma concreta de contrarrestar las tendencias autoritarias que buscan reducir la política a la obediencia y la ciudadanía al consumo. Promover el diálogo, la escucha y la participación —especialmente de niños, niñas y adolescentes— es un modo de sostener la posibilidad misma de lo democrático en los territorios, una práctica cotidiana de respeto, diálogo y corresponsabilidad se convierte en un modo de hacer institucional.
La defensa de la democracia requiere, además, una lectura crítica del vínculo entre Estado y sociedad civil. La tendencia a la mercantilización del trabajo social y la competencia por fondos públicos tienden a debilitar el tejido asociativo y a subordinar la acción comunitaria a lógicas de eficiencia y resultados medibles. Frente a ello, La Caleta reafirma la necesidad de sostener una autonomía ética y política que le permita actuar con libertad y fidelidad a sus principios, construyendo alternativas de sostenibilidad coherentes con una democracia viva, participativa y no subordinada al mercado.
En este marco, el trabajo en red y la articulación con otras organizaciones cobran un valor esencial. Defender la democracia implica también construirla colectivamente, a través de alianzas que fortalezcan la voz de la sociedad civil y promuevan una ciudadanía activa. La cooperación interinstitucional, basada en la confianza y el reconocimiento mutuo, se presenta como una estrategia política para enfrentar la fragmentación y recuperar el sentido de lo común.
La Caleta entiende la democracia como un proceso inacabado, en permanente construcción. Por eso, su trabajo en los territorios no busca imponer una visión, sino abrir espacios de encuentro donde diversas voces y saberes puedan dialogar en igualdad. Reconocer la pluralidad cultural, de género, generacional y territorial es parte esencial de su compromiso con una democracia inclusiva, que no tema a la diferencia, sino que la acoja como fuente de riqueza colectiva. El contexto migratorio, la diversidad cultural y las nuevas formas de organización social interpelan constantemente a la institución, obligándola a repensar sus metodologías y a aprender de los otros. En ese intercambio, La Caleta encuentra la oportunidad de actualizar su mirada y de fortalecer su papel como mediadora y facilitadora de procesos democráticos desde abajo, sostenidos en el respeto, la escucha y la dignidad.
Defender la democracia, no es solo resistir al autoritarismo, sino también cultivar las condiciones para que las personas puedan vivir con dignidad, confianza y esperanza. Es afirmar que la política, entendida como cuidado de lo común, sigue siendo posible, y que el trabajo comunitario, lejos de ser una práctica del pasado, es una de las formas más concretas y vigentes de sostener la vida democrática en los territorios junto a las niñeces como sujetos políticos del hacer cotidiano.

