Descentrados Chile

La ciencia que queremos

Foto: Elise Servajean Bergoeing

Por Elise Servajean Bergoeing
Directora de Fundación Chilena de Astronomía.

Cada comienzo, ya sea de año, de gobierno o incluso de constitución, nos hace revivir esas añoranzas de un país o de un mundo, que nos guste un poco más. Y en este momento, en el que esta larga pandemia nos ha enfrentado a nuevas realidades que la mayor parte de nosotros nunca imaginamos tener que enfrentar, esas ilusiones se sienten increíblemente reconfortantes.

Y es que el desarrollo de la ciencia también requiere de nuevas ilusiones. De nuevas formas de conectarse con las personas, nuevas ideas y proyectos, nuevas formas de hacer ciencia. La pandemia requiere, sin ningún tipo de duda, de una ciencia empoderada, vinculada con diferentes ámbitos de la sociedad, diversa, interdisciplinaria y disruptiva.

Todas estas características son deseables para enfrentar los desafíos del futuro, pero son difíciles de lograr sin el financiamiento y políticas públicas adecuadas. En un país donde soñamos con que el Estado invierta al menos el 1% de su Producto Interno Bruto (PIB) en ciencia, tecnología, conocimiento e innovación, también esperamos atentamente las nuevas políticas enfocadas en desarrollar este ámbito. Para lograr los avances necesarios requerimos de una institucionalidad fuerte, que tenga objetivos claros y que los defienda en un mundo político donde la ciencia no ha sido acogida. Porque la investigación es increíblemente necesaria para los desafíos que enfrentaremos como sociedad, y el poder de argumentación con la esfera política jugará un rol clave en las decisiones que tomaremos como país.

Por ejemplo, durante la pandemia, ha habido múltiples iniciativas científicas que lograron ser implementadas a nivel nacional, pero muchas otras no fueron absorbidas por el sistema gubernamental, o no contaron con el financiamiento para ser desarrolladas. Esta es una clara muestra de la necesidad de que el Estado y la ciencia estén conectados, que el diálogo sea continuo y que existan canales de comunicación en los que se declaren las problemáticas que enfrenta el país como las soluciones propuestas por especialistas. Una institucionalidad más empoderada, que escuche activamente a la comunidad de investigadoras e investigadores, proporcionará un espacio de diálogo mutuo que mejorará las oportunidades de superar grandes dificultades.

Por otro lado, es innegable que el rol de la industria en el desarrollo de la ciencia es clave, y la promoción desde el Estado de colaboración entre academia y empresa es importante. Pero no debemos olvidar que esta interacción no se logrará en forma forzada en el corto plazo, sino que requiere de grandes cambios culturales y estructurales. Basados en una industria más compleja, con interés en I+D que se abra a encontrar problemas comunes en los que, junto con la academia, se desarrollen proyectos de transferencia tecnológica que marquen la diferencia.

De la misma manera, es necesario un cambio desde el mundo de la academia para que abra sus puertas a nuevos actores y cree un diálogo con la sociedad, vinculándose efectivamente con su entorno y abrazando el hecho de que el conocimiento es para beneficiar a todas y todos, y que no debe quedar solo dentro de la comunidad especializada de cada área, sino que debe ponerse al servicio de la sociedad.

En términos de diversidad territorial, no debemos olvidar que vivimos en un país muy centralizado. Aproximadamente la mitad de las investigadoras e investigadores que trabajan en universidades lo hacen en instituciones de la Región Metropolitana. Si queremos que se desarrolle más conocimiento fuera de la capital, no basta con tener científicas y científicos en regiones, sino que hay que lograr que los grupos de investigación emergentes en ciertas zonas del país crezcan y se consoliden. Que tengan acceso a la infraestructura necesaria para desarrollar la ciencia en la que se especializan y los recursos necesarios para poder colaborar con todas las otras zonas del país y otros países del mundo. Se trata de promover las capacidades que están instaladas y hacer crecer la investigación a lo largo del país de una forma orgánica que permita los mejores resultados. Reconociendo que ciertas zonas pueden además aprovechar su ventaja comparativa por la presencia de laboratorios naturales, que hace que sean primera línea en ciertas temáticas de investigación, como pueden ser la astronomía, microbiología, u oceanografía, entre otras muchas disciplinas.

No debemos tampoco olvidar el diálogo interdisciplinar, dejando de lado las dinámicas que tendemos a observar en este mundo del conocimiento donde las disciplinas alejadas no comparten, y que hoy más que nunca necesitamos que conversen. En 1963, C.P. Snow escribió: “Es peligroso tener dos culturas que no se comunican. En una época en la que la ciencia determina gran parte de nuestro destino, es decir, si vivimos o morimos, es peligroso en los términos más prácticos”. Esta cita, que se refiere a la distancia entre las artes y humanidades y las ciencias exactas, sigue vigente, y es una brecha disciplinar que debemos reducir. La investigación interdisciplinaria es fundamental para un desarrollo sostenible como sociedad y para resolver grandes problemas complejos, en los que un enfoque disciplinar logrará únicamente una solución parcial o incluso poco exitosa.

No puedo dejar de pensar en cómo habríamos enfrentado la pandemia si hubiésemos tenido un sistema con todas estas cualidades deseables. Porque aún con un sistema de conocimiento lejos de ideal, la pandemia nos mostró nuevas formas de ver a la ciencia. Una ciencia que día a día ha estado ahí para nosotros. Para ayudarnos a salir adelante, salvar nuestras vidas, proteger a nuestros seres queridos, y en pocas palabras, para ayudarnos como sociedad a través del conocimiento. Mantengamos ese optimismo de los nuevos comienzos y apoyemos a que el sistema de CTCI de la próxima década esté a la altura de los grandes desafíos del futuro.