Descentrados Chile

Banalización del mal en la TV y la política chilenas

Fotografía: A Clockwork Orange (1971) Stanley Kubrick

Por Juan Pablo Correa Salinas

Psicólogo social. Analista del discurso. Investigador de las relaciones de reconocimiento, violencia y poder y sus efectos en los procesos de subjetivación. 

 

En estos días, Televisión Nacional de Chile (TVN) anuncia una nueva temporada de su programa “Mi nombre es”1. Lo hace por medio de un video promocional en el que se mezclan fantasiosamente tres historias: la del programa, la de los integrantes del jurado y la de la represión realizada por la dictadura de Pinochet. 

Los canales de televisión habían informado previamente tanto de la cancelación de la visa de residencia de Luis Jara en los Estados Unidos, como de la detención de Gonzalo Valenzuela en Chile por manejar en estado ebriedad. Ambos son jurados del programa. 

El video promocional aprovecha publicitariamente las situaciones vividas por sus jurados mostrando a Jara y Valenzuela siendo detenidos y secuestrados, no por la policía sino por personajes siniestros caracterizados estereotipadamente como integrantes de la policía secreta de la dictadura (la DINA y la CNI): con terno y zapatos negros, llevando anteojos oscuros, con una actitud temible, dispuestos a amarrar y encerrar a los secuestrados en el maletero de un auto y conducirlos a un lugar de detención clandestino. 

Los mismos “agentes” detienen luego en una sala de maquillaje a María Luisa Godoy (tercer jurado del programa) y la hacen “desaparecer”, llevándola amarrada a una habitación oscura donde están sus compañeros. La situación nos recuerda las sesiones de tortura a las que fueron sometidas muchas personas en dictadura. 

El video muestra los zapatos y pantalones negros de alguien que se aproxima lentamente al lugar en el que están los detenidos, provocándoles terror. Se trata de Jean Philippe Cretton, el animador del programa. Una vez que entra en la habitación, Cretton da a los jurados la bienvenida a “Mi nombre es 2”, indicándoles lo que tienen que hacer. Es el mismo Jean Philippe Cretton que, cuando se cumplieron cuarenta años del Golpe de Estado, realizó largas entrevistas en televisión a personas que experimentaron sesiones de tortura, violación y diferentes tipos de abuso durante la dictadura. En el video los detenidos respiran aliviados. Luego caminan junto al animador en actitud festiva por una especie de túnel oscuro. Se han cambiado de ropa. Los tres hombres visten de negro, Luis Jara tiene puestos anteojos oscuros, María Luisa Godoy lleva un vestido blanco, de fiesta. La oscuridad ya no simboliza el terror sino la elegancia y la vida nocturna. Una luz difusa los ilumina desde atrás2, suena la canción “El ritmo de la noche” (“The Rhythm of the Night”).

El video no nos produce miedo. Sabemos que se trata de una parodia. Pero una parodia ¿de qué exactamente? De las experiencias vividas por los jurados del programa cuando violaron la ley y tuvieron que enfrentar a las instituciones policiales y judiciales. La parodia funciona aquí como una forma de exculpación. Pero también es una parodia de nuestras propias experiencias y las de nuestros conciudadanos en dictadura. Un período en el que la violación de la ley y los derechos humanos (DDHH) era una práctica común de la policía secreta, la que arbitrariamente secuestraba, torturaba, violaba, amedrentaba, asesinaba y hacía desaparecer personas. Sin exculparlas, el video quita importancia a esas prácticas horrorosas. 

Entre los enfoques contemporáneos de análisis de discurso (AD) se encuentra la identificación de estrategias de validación y socavación de las formas de interpretación de la realidad a través del discurso3. Una de esas estrategias es la banalización. Banalizar, dice el diccionario de la RAE, es “dar a algo carácter banal”, definiendo “banal” como “trivial, común, insustancial”. La RAE identifica como sinónimos de “banalizar” los verbos “trivializar, frivolizar, minimizar, suavizar, infravalorar, subestimar, subvalorar”. Como estrategia discursiva, la banalización socava algunos discursos y, simultáneamente, otorga validez a otros.

Cuando Hannah Arendt asistió como reportera al juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén4, acuñó la expresión “banalidad del mal” para sostener que el comportamiento de Eichmann en la planificación y ejecución concertada del exterminio de judíos durante el régimen nazi fue el resultado de su integración burocrática en un dispositivo institucional de exterminio. En este sentido, el holocausto judío puede ser considerado el resultado de la implementación de ese dispositivo, más que la expresión de una pulsión maligna alojada en la mente de sus autores. Independientemente de la polémica que suscitó -y sigue suscitando hasta nuestros días- la interpretación propuesta por Arendt permite sostener que la existencia banal del mal es el resultado de un proceso de banalización previa, desarrollado colectivamente a través de una cultura que desvaloriza y deshumaniza a determinadas categorías de personas, reproduciéndose en los discursos de los medios de comunicación de masas y en las interacciones cotidianas de personas comunes y corrientes

El video de TVN construye una parodia que banaliza el comportamiento irrespetuoso de la ley de dos integrantes de uno de sus programas estrella y, para hacerlo, ubica a la institución (TVN) en el lugar de un poder de facto, capaz de detener, secuestrar y amedrentar a quienes deben participar en la tarea descrita por Cretton en el video: “tenemos que encontrar al mejor”5. En otras palabras, todo está permitido con tal de realizar el propósito del programa. Cuando el propósito es relevante, solo vale la ley del más fuerte, nos dice TVN. Como versiones nacionales de Eichmann, Jara, Valenzuela y Godoy actúan en representación de sí mismos, mientras obedecen bajo amedrentamiento el fantaseado poder omnímodo de la institución. Y sería esa obediencia, justamente, la que los redimiría, al volver a formar parte de la institución que los amedrenta6. Algo parecido sostuvo Eichmann en su juicio: “La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un Gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia”. 

A mediados de abril, Evelyn Matthei, candidata presidencial de Chile Vamos, sostuvo en Radio Agricultura que “probablemente al principio [de la dictadura], en 1973 y 1974, era bien inevitable que hubiese muertos”. Y luego agregó: “Pero ya en 1978, en 1982, cuando siguen ocurriendo (las muertes), ahí ya no, porque ya había control del territorio. Hubo gente que hizo mucho daño, loquitos que se hicieron cargo7 y que nadie los frenó a tiempo”. Una vez más nos encontramos con la banalización de comportamientos espantosos. Esta vez con el argumento de su carácter inevitable. Pero ¿cómo es posible sostener la inevitabilidad de las muertes por tortura, las ejecuciones sin juicio, los asesinatos concebidos sólo para causar terror (como la “caravana de la muerte”), la desaparición de personas detenidas, los cuerpos de los asesinados arrojados al mar amarrados a rieles, la muerte en cautiverio de personas que se habían entregado a los golpistas obedeciendo un bando que les aseguraba el respeto de su vida y sus derechos? Las palabras de Matthei trivializan todo eso y más. Porque sostener que los asesinatos cometidos en fechas posteriores a 1974 son obra de unos “loquitos que se hicieron cargo y que nadie los frenó a tiempo” es desconocer la organización e institucionalización del aparato represivo de la dictadura, su funcionamiento jerárquico y la participación directa en los mismos de Augusto Pinochet y la Junta Nacional de Gobierno. Junta de la que formó parte el general Fernando Matthei, padre de Evelyn, entre 1978 y 1990. Pero también sostiene que quienes realizaron esos asesinatos no son responsables de los mismos: de ahí la categorización de los asesinos como unos “loquitos” a los que “nadie frenó a tiempo”. Nunca voy a olvidar uno de los titulares del diario La Cuarta en sus inicios (cuando era prensa amarilla, no periodismo de espectáculos): “Bestia humana violó niñita”. De entrada, parecía que el diario quería subrayar la condena del hecho, pero si avanzamos en la interpretación del titular advertimos que las bestias no van a juicio ni a la cárcel, porque no tienen responsabilidad moral. Lo mismo ocurre con los “loquitos”. Los más de 1000 años de condena acumulados por Krasnoff por violaciones a los DDHH en dictadura, no tendrían ningún sentido en la perspectiva asumida por Matthei, pues sus actos no serían más que un arrebato de locura. 

En una entrevista realizada por CNN Chile en julio de 2012, el general Fernando Matthei intentó desmarcarse de las violaciones a los DDHH cometidas por el régimen en el período en el que formó parte de la Junta Nacional de Gobierno: “Lamento profundamente y me siento avergonzado de que nosotros, siendo gobierno militar, y siendo yo una parte importante del gobierno militar, se haya violado Derechos Humanos. Yo no puedo decir que no sabía. Yo por supuesto que sí sabía. Pero tampoco tenía la capacidad de arreglar eso, ¿por qué? porque en las fuerzas armadas cada uno responde de su propio sector. Yo era comandante en jefe de la Fuerza Aérea y no parte del gobierno ni los aparatos de inteligencia. No tenía ninguna posibilidad de ejercer tuición”8. En numerosas oportunidades el general Matthei sostuvo que aceptó la comandancia en jefe de la Fuerza Aérea de Chile y la participación consecuente en la Junta Nacional de Gobierno para evitar que esa rama de las FFAA fuera absorbida por el ejército después de la destitución del general Leigh. Matthei padre argumenta de un modo inverso al de su hija. Para él no se trataba de unos “loquitos” a los que “nadie frenó a tiempo”. Más bien se trataba de un aparato represivo que comprometía por completo al gobierno. A tal punto que él mismo, siendo comandante en jefe de la Fuerza Aérea, no tenía ninguna posibilidad de detener las violaciones a los DDHH. 

Pero hay un punto en el que los Matthei -padre e hija- coinciden: no dan un significado moral fuerte a su participación pasiva o activa en la violación de DDHH. Ambos se justifican argumentando la necesidad de controlar el territorio una vez producido el Golpe de Estado (Evelyn) o la necesidad de salvar a la Fuerza Aérea de su anexión al Ejército de Chile (Fernando).

Si bien la banalización del mal puede ser considerada como un dispositivo discursivo de socavación y/o validación de un punto de vista político, también puede ser concebida como una de las formas cumbre de la sociedad anómica. Si los grandes narcotraficantes son venerados hoy por razones económicas, religiosas, políticas o morales como verdaderos reyes entre su pueblo es, justamente, porque la realeza (en Europa particularmente) esconde la historia de violencias, abusos y crímenes que le entregó el poder económico y político que hoy ostenta. Es decir, si los más grandes criminales aspiran hoy a ser reyes es porque las actuales monarquías tienen antepasados criminales. 

Con el esplendor de su riqueza y poderío las monarquías visten de honorabilidad los crímenes con que fueron construidas. En las mazmorras del palacio de Versalles hay salas de tortura y prisionización. La banalización del mal no sólo puede transformar al criminal en un ser venerable, también puede dar a sus crímenes un aura de heroísmo y/o refinamiento que los haga respetables y deseables. Es lo que el AD llama una estrategia de validación.  Estrategia complementaria a la socavación del discurso de los DDHH en los que se afirma el régimen democrático liberal.

La derecha iliberal emplea hoy la estrategia de las monarquías para validar sus prácticas antidemocráticas dentro de la institucionalidad de las democracias contemporáneas. Si la mona se viste de seda…entonces puede ser una reina. Es el sentido del gesto fascista de Elon Musk al asumir un puesto preferencial en el gobierno de los EEUU después de comprar votos para apoyar la campaña de Trump. Y es el significado de los discursos y prácticas impúdicos de Trump cuando sugiere la posibilidad de anexar a su país territorios que forman parte de otras naciones, o transformar Gaza en un megaproyecto inmobiliario, después de expulsar al pueblo palestino de ese lugar.

En Chile, la banalización del mal toma fuerza en la música urbana vinculada a la cultura del narcotráfico, alabando el consumo de lujo, la violencia criminal, el abuso sexual de la mujer y la exhibición de una masculinidad delincuencial. También en los discursos delirantes de Johannes Kaiser cuando afirma que habría que condecorar a los violadores de mujeres feas y dejar de respetar los DDHH humanos de delincuentes presos por sicariato y violación (cuándo las víctimas no son feas, supongo)9. Banalizar el mal es destruir por completo la ética que da lugar a la vida democrática. Es entender que todas las estrategias de consecución del poder son moralmente equivalentes. Llamar a Pinochet “presidente” aunque nunca ganara una elección, y se hiciera del poder político destruyendo el palacio presidencial con bombas y cañones. “Fue justo y necesario” dijo Johannes Kaiser al juzgar el Golpe de Estado de 1973. Tanto él como Kast -ambos candidatos presidenciales de la derecha iliberal chilena- reivindicaron como propias las palabras de Evelyn Matthei sobre la inevitabilidad de los muertos tras el Golpe de Estado.

El video promocional de “Mi nombre es 2” es sólo la guinda de la torta. Algo anda muy mal en la conversación pública chilena.

  1. Se trata de “Mi nombre es 2”. El video citado se encuentra disponible en la dirección electrónica https://www.youtube.com/watch?v=SSnoCLD8IZk y en la página web de TVN. ↩︎
  2. La situación nos recuerda esa famosa escena de la película “La naranja mecánica” en la que Alex y sus amigos golpean a un mendigo debajo de un puente. Todo está oscuro y sus cuerpos son iluminados por la espalda por un gran foco de luz blanca.  ↩︎
  3. Ver, por ejemplo: Potter, J. (1996) La representación de la realidad.  Discurso, retórica y construcción social.  Barcelona: Paidós, 1998.

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  4. Hanna Arendt es una filósofa judía de nacionalidad alemana primero, apátrida luego y, finalmente, estadounidense. Su obra ha sido ampliamente reconocida, en especial por su comprensión del totalitarismo y la violencia en las sociedades humanas.
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  5. La expresión alude al propósito del programa: encontrar buenos imitadores de cantantes conocidos por los telespectadores.
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  6. Entre el “síndrome de Estocolmo” y la traición a lo “flaca Alejandra”, los personajes de los jurados anulan su existencia ética en la complicidad que la institución les propone.
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  7. Por supuesto, también cabe preguntarse: ¿de qué “se hicieron cargo”? Con estas palabras Matthei da por descontado el tratamiento del adversario político como un enemigo. Sus palabras validan indirectamente la necesidad de la guerra sucia.
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  8. La contradicción de Fernando Matthei es evidente. En un mismo párrafo afirma que formaba y no formaba parte del gobierno.
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  9.  Impresiona la cantidad de comentarios sin fundamento, descalificadores, estúpidos y obscenos que ha realizado el diputado y precandidato presidencial Johannes Kaiser en los últimos años. Pero es aún más impresionante la validación que su figura política tiene hoy en la televisión. Como ha ocurrido con los reyes, narcotraficantes, grandes delincuentes, etc., al alcanzar su poder económico y político un nivel suficiente, los medios de comunicación olvidan, borran e, incluso, esconden, su historia política anterior. Sus declaraciones y afirmaciones antidemocráticas, inmorales o contrarias a la ley, son aceptadas como errores u opiniones asertivas o vehementes de un candidato que intenta decir verdades e interpretar el malestar social con crudeza. El ejemplo más evidente fue su participación reciente en “Tolerancia cero”, programa político de CNN Chile, dónde no le recordaron ni una sola de esas opiniones suyas. A pesar de haberse sumado a las palabras de Evelyn Matthei sobre los muertos inevitables en el Golpe de Estado, haber amenazado con un nuevo Golpe de Estado la eventual aprobación de la constitución propuesta por la Convención y haber señalado en “Sin filtros” (programa político televisivo tipo cloaca dónde es un panelista estable) que las movilizaciones sociopolíticas del año 2019 (el “estallido social”) fue un intento de Golpe de Estado contra el gobierno de Sebastián Piñera. La anomia en la política y los medios de comunicación chilenos alcanza hoy niveles alarmantes.   
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