Descentrados Chile

La sociedad chilena hoy: anomia, paranoia y conservadurismo

Fotografía: bcdn-sphotos-h-a.akamaihd.net

Por Juan Pablo Correa Salinas
Psicólogo social. Analista del discurso. Investigador de las relaciones de reconocimiento, violencia y poder y sus efectos en los procesos de subjetivación.

Existen distintas maneras de mapear la situación política de la sociedad chilena en el presente. Probablemente, muchas de ellas son correctas y pueden complementarse con otras que son ciertas también. Voy a presentar aquí una de esas perspectivas, sosteniendo que nuestra sociedad vive hoy una pérdida significativa de racionalidad y pensamiento crítico que le impiden aprovechar y desarrollar sus instituciones liberal-democráticas, cargando con el lastre de la anomia, la paranoia y el conservadurismo.

Las dos características más visibles de la sociedad chilena contemporánea -anomia y paranoia- son perfectamente complementarias. Hablamos de una sociedad anómica cuando su legitimidad normativa ha sido puesta en cuestión por una amplia mayoría de personas. Desde el punto de vista de Robert Merton, las sociedades anómicas son aquellas en las que las metas o fines sociales (dinero, poder, prestigio, etc.) han sido establecidos homogéneamente para todo(a)s sus integrantes, no obstante, los medios que la sociedad considera legítimos para alcanzar esas metas han sido repartidos de manera desigual. Esto presiona a algunas categorías de personas para alcanzar sus metas a través de procedimientos ilegítimos. Con el tiempo la falta de legitimidad en la relación medios – fines puede llevar puede llevar a que una amplia mayoría intente alcanzar sus fines por caminos que no tienen legitimidad en las normas de su cultura.

La situación descrita se ve potenciada por otras prácticas sociales que hemos vivido de manera reiterada en los últimos años. Una de ellas son los discursos que distorsionan de manera expresa la información que se necesita para adoptar decisiones políticas. Las posiciones políticas impostadas (como la auto-victimización y la auto atribución de cualidades redentoras, por ejemplo), las “fake news”, las calumnias, las verdades a medias, el exceso de información irrelevante y la falta de información relevante, etc., son dispositivos que aumentan la desconfianza en las instituciones y normas y, por ende, amplifican la anomia.

Una práctica adicional son las máquinas de defraudación con las que algunos grupos (por lo general privilegiados) se saltan las instituciones y las leyes para obtener beneficios por fuera de la ley. Los casos de Luis Hermosilla y Leonarda Villalobos, junto a una larga cartera de clientes, de Marcela Cubillos y la Universidad San Sebastián, de Andrés Chadwick, de un sinnúmero de alcaldes de diferentes sectores (aunque en su gran mayoría de partidos de derecha), etc., son manifestaciones muy claras de la situación que acabo de describir. Las máquinas de defraudación pueden operar también en forma legal, empleando el dinero de los cotizantes para promover un sistema previsional que, evidentemente, los perjudica, como hacen las AFP en los medios de comunicación pública. A las máquinas de defraudación hay que agregar las formas más violentas del crimen organizado que desafía en forma constante y consistente todo el aparato político, policial, judicial y carcelario existente en el país, ampliando en forma progresiva y sistemática no sólo la variedad de formas de transgredir la ley sino, también, la intensidad de esas transgresiones. Las formas generales de la anomia se unen a las máquinas de defraudación y las formas más violentas del crimen organizado (ej.: el narcotráfico) para promover una cultura del consumo de lujo que, a ratos, parece ser la meta fundamental de la sociedad chilena.

El “todo vale” que inauguró la campaña del rechazo al texto de la Convención Constitucional, se ha proyectado luego en las redes sociales, los discursos periodísticos y las campañas maleficentes de una parte de los actores políticos, convergiendo con la anomia generalizada en buena parte de nuestra sociedad.

Una situación complementaria a la que acabo de describir es la paranoia que se ha ido instalando progresivamente en los sistemas de interpretación con los que la sociedad chilena lee hoy sus relaciones. En un sentido general, podemos entender por paranoia lo que señala el DSM-5 (2022), esto es, los “pensamientos generalizados de desconfianza y sospecha hacia los demás en ausencia de amenazas reales, que llevan a interpretar los acontecimientos y el comportamiento de las personas de forma hostil, humillante y malévola.” La paranoia crea monstruos y enemigos imaginarios.  Una vez más, la campaña del rechazo a la propuesta constitucional de la Convención inició la persecución imaginaria con consignas como “te van a quitar tu casa”, “las mujeres podrán abortar hasta el noveno mes de embarazo”, “con mi plata no”, “los mapuche recuperarán sus tierras desde la novena región hasta el cerro Santa Lucía”, “si tienes un problema jurídico con un indígena te juzgarán por la ley indígena, aunque te desfavorece”  o “con la nueva constitución los pueblos indígenas y los migrantes tendrán mucho más derechos que los chilenos y chilenas corrientes”. La amplificación que los medios de comunicación, en especial la televisión, hicieron de estos lemas, llevó a que una parte importante de los electores pensara que el plebiscito consistía en decidir entre defender la identidad nacional o subordinarla a la de otras naciones, entre prohibir toda forma de aborto o aceptar el infanticidio, entre mantener las AFP o regalar los propios ahorros previsionales al Estado.

Anomia y paranoia se complementaron en la destrucción del pensamiento crítico. El miedo y la desconfianza reemplazaron progresivamente la capacidad de evaluar racionalmente la validez de las afirmaciones circulantes. De este modo, la discusión de ideas fue sustituida por el pensamiento dogmático, apoyado en creencias religiosas, en tradiciones familiares y de clase o en prejuicios.

Hoy la disputa ideológico-política que algunos llaman batalla cultural es, fundamentalmente, una confrontación dogmática entre dos tipos de conservadurismo: el de antiguo cuño (asociado a las tradiciones católicas y los prejuicios de las clases dominantes, con el apoyo político de los partidos de derecha) y el de nuevo cuño (asociado al pensamiento woke[1] que se manifiesta con mucha fuerza en una parte del Frente Amplio y los movimientos sociales con intención política transformadora). Las identificaciones de bando buscan el control de las instituciones, destruyendo el pensamiento crítico y la racionalidad comunicativa. Si no me gusta, lo descalifico, lo persigo, lo funo, lo excluyo o lo elimino. Las identificaciones fraterno-cómplices reemplazan la política y la asociatividad mediada por las instituciones democráticas. Llegamos a desconfiar incluso de las posibilidades que ofrece nuestro sistema democrático. ¿Estará agotado? se preguntan periodistas y políticos que poco antes daban por evidente la necesidad del mismo. Las identificaciones de bando buscan el control de las instituciones. Como si ser católico, evangélico, transexual, emprendedor o de un determinado género fuese una posición política capaz de abarcar el conjunto de la realidad social.

El retroceso de la democracia y de los valores liberales en la ponderación de una parte significativa de la ciudadanía -tanto en Chile como en otros lugares del planeta- ha llevado a que algunos comiencen a hablar abiertamente de un eventual fracaso de la democracia liberal y de la necesidad de buscar un sustituto en un liderazgo autoritario que resuelva los problemas sin consultarlos con nadie. Poco a poco, la valoración de la política -en especial de la política democrática- comienza a ser reemplazada por proyectos políticos de bandos (fraternidades cómplices) que buscan imponerse a como dé lugar en una guerra constante, a ratos abierta, por momentos soterrada. Mientras tanto, la ciudadanía confundida no logra dilucidar las diferencias más significativas que existen entre los proyectos políticos de derecha e izquierda. Tampoco logra conocer las diferencias más significativas al interior de cada sector. Esta situación supone una tremenda dificultad para decidir entre ideas políticas, por lo que muchas veces las personas reemplazan esa decisión por la adhesión a un personaje, la opción entre ofertas populistas y/o terrores activados por equipos de campaña o, lo que es aún peor, la elección entre los productos que se ordenan en las estanterías de las multitiendas, los supermercados o las tiendas de lujo en las que consumen los grupos más pudientes de nuestro país.

Referencias:

Asociación Estadounidense de Psiquiatría (2022).  Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (quinta edición, texto revisado).  https://doi.org/10.1176/appi.books.9780890425787

Merton, R. (1957) “Estructura social y anomia”.  En Teoría Social y Estructura Social (4 estudios), pp.51 – 95.

[1] Por pensamiento woke entendemos aquí un conjunto de creencias que reifican (o naturalizan) las identidades y buscan desarrollar acciones afirmativas en favor de categorías autovictimizadas, ofreciéndoles lugares exclusivos en las instituciones y proponiendo la existencia de inconmensurabilidad entre racionalidades que creen vinculadas a identidades y estilos de vida específicos.