Por Juan Pablo Correa Salinas
Psicólogo social. Analista del discurso. Investigador de las relaciones de reconocimiento, violencia y poder y sus efectos en los procesos de subjetivación.
Una de las situaciones más significativas de la política nacional de los últimos días -que no fue comentada en los medios de comunicación- ha sido la poca coincidencia entre Fernando Chomalí, arzobispo de Santiago y cabeza de la iglesia católica chilena, y José Antonio Kast, líder y uno de los candidatos presidenciales de la derecha iliberal en el país (condición que comparte con Johannes Kaiser). Habríamos esperado que un fundamentalista católico como Kast apoyara con entusiasmo las palabras críticas de Chomalí sobre los proyectos de legalización de la eutanasia e interrupción del embarazo hasta las catorce semanas, presentados recientemente por el gobierno. Pero no fue así1. A las preguntas de los periodistas después del Te Deum, Kast respondió diciendo: “Hoy día hay un debate parlamentario que es legítimo”. Y agregó: “Ustedes saben cuál es nuestra posición como partido, como familia. Aquí nos acompaña el diputado Romero, nosotros tenemos una posición clara. Pero hemos señalado que los cuatro próximos años son años de una emergencia nacional, donde tenemos que enfrentar realidades tan duras como el narcotráfico, el crimen organizado, el terrorismo, la inmigración irregular, la pobreza, la falta de trabajo. Eso es lo que nosotros queremos plantearle a la ciudadanía”.
Kast sabe que su oposición a toda forma de aborto y eutanasia no es mayoritaria en el país. Y sabe también que centrar la discusión presidencial en esos temas podría reducir significativamente sus posibilidades de pasar a segunda vuelta e, incluso, impedirle ganar la elección presidencial. El debate entre quienes promueven la legalización del aborto y la eutanasia y quienes se oponen a ello podría quitar protagonismo a los problemas de seguridad pública (crimen organizado, narcotráfico y terrorismo) e inmigración irregular, que han dado a Kast una ventaja respecto a sus competidores. Sin embargo, el cálculo resulta extraño. Si Kast considera auténticamente que con la interrupción temprana del embarazo no se abortan embriones sino niños y niñas inocentes, personas humanas dotadas de un alma inmortal, no podría pensar que se trata de una realidad menos dura que la del crimen organizado, el terrorismo o el narcotráfico. La impostura del candidato se revela así en toda su magnitud.
La estrategia electoral de Kast es construir monstruos para aterrorizar a la población, y luego ofrecer protección desde una posición de privilegio en el poder ejecutivo. La autoridad presidencial, ejercida más allá de toda regulación legal y reglamentaria o en el límite de estas, habría de permitirle controlar a sus adversarios por medio de la represión policial. En particular, le ayudaría a detener y reprimir la manifestación política de una ciudadanía crítica, a la que descalifica a priori como “delincuencial”, “terrorista” y “antipatriota” (en el más puro estilo de Donald Trump y Javier Milei). En todas partes del mundo la extrema derecha ofrece protección a cambio de subordinación. Y en esa promesa, relativiza la democracia y los derechos humanos (DDHH). Un discurso de mafias y cafiches adaptado a las instituciones democráticas. En el programa de Kast, la adaptación se realiza a través de un “gobierno de emergencia”, esto es, un gobierno diseñado para saltarse procedimientos y normas regulatorias para enfrentar lo que -en medio de la revuelta de 2019- Sebastián Piñera llamó “un enemigo poderoso”. Se trata de un discurso “terrorista” en sentido estricto: amedrenta a la población con todo tipo de mentiras, exageraciones y descalificaciones, para conseguir los objetivos que busca2.
La forma que asume el discurso de Kast es abiertamente proyectiva, en el sentido psicoanalítico de la expresión, esto es, “arrojar fuera lo que no se desea reconocer en sí mismo” (Laplanche y Pontalis, 1967, p.311). La proyección no consiste entonces en un “no querer saber” sino en un “no querer ser”. Proyectar es ubicar aquello que pertenece a la propia condición de ser, en un lugar distinto -experiencial y discursivamente- porque no se lo quiere reconocer como propio. En la jerga de Freud, se trata de un “mecanismo de defensa”. La proyección es:
“(…) el medio de defensa originaria frente a las excitaciones internas que por su intensidad se convierten en excesivamente displacenteras: el sujeto las proyecta al exterior, lo que le permite huir (precaución fóbica, por ejemplo) y protegerse de ellas.[…] Tal beneficio tiene como contrapartida el hecho de que, como hizo observar Freud, el sujeto se ve obligado a conceder pleno crédito a lo que, en lo sucesivo, queda sometido a las categorías de lo real” (Laplanche y Pontalis, 1967, p.309).
De este modo, el sujeto no experimenta su proyección como una realidad pulsional, como una creación de su afectividad sino, más bien, como una característica de aquello que existe fuera de su mente.
“El país se está cayendo a pedazos”, repiten Kast y sus colegas del Partido Republicano. Pero no entregan datos ni buenas razones para validar esa idea. Si en un comienzo no buscaban más que meter miedo a una población emocionalmente debilitada y así conseguir su apoyo electoral, ahora parecen comenzar a creer en un diagnóstico que les permite ofrecer una vía de salvación que no explicitan, mientras preparan el gran zarpazo presidencial.
El 11 de septiembre, las organizaciones de DDHH, el gobierno y los partidos de izquierda y centroizquierda, organizaron diversas conmemoraciones del Golpe de Estado de 1973. Pusieron el acento en la figura de Salvador Allende, destacando el esfuerzo del presidente mártir por ampliar y profundizar la democracia a través de lo que llamó la “vía chilena al socialismo”.
El lema elegido por los organizadores del acto conmemorativo en el estadio nacional (uno de los principales centros de detención, tortura y asesinato después de ocurrido el golpe) fue: “A 52 años del golpe de Estado civil y militar. No + fascismo, negacionismo ni genocidio. Por la vida siempre”. Con este lema se buscó ir más allá del recuerdo del horror vivido con el golpe y la dictadura que con él se instaló. La amenaza de un gobierno de derecha iliberal que minimice nuestra democracia y desconozca la necesidad de aplicar universalmente los DDHH es una realidad con las candidaturas de Kast, Kaiser y Parisi y no se ve descartada con un triunfo de Evelyn Matthei. La unidad de la derecha en segunda vuelta podría validar un discurso iliberal que, además, asuma una lectura negacionista de las violaciones a los DDHH en dictadura, buscando indultar criminales de lesa humanidad, como ya han advertido Kast y Kaiser que intentarán hacer. Ese es el sentido del rechazo a cualquier forma de fascismo (incluidos los de izquierda) en el lema elegido. Pero la consigna va más allá. La expresión “no más negacionismo ni genocidio” conecta la conmemoración con las violaciones a los DDHH en otras partes del mundo. En especial, con las acciones criminales del Estado de Israel en Gaza, buscando la aniquilación total del pueblo palestino.
“Lo dijimos ayer cuando se violaban los Derechos Humanos en Chile, lo decimos hoy con la misma convicción: la vida humana siempre es un bien intocable y nadie tiene el derecho a arrebatarla ni a disponer de ella” dijo Fernando Chomalí en su homilía, conectando los crímenes de lesa humanidad realizados por los golpistas de 1973 con las diferentes formas de aborto y eutanasia. “Por la vida siempre” dijeron las organizaciones de DDHH y los partidos políticos de izquierda y centroizquierda en la conmemoración del estadio nacional. Si bien ambos sectores coinciden en una parte de la interpretación, mantienen diferencias significativas en otra. Para el gobierno y los partidos que lo apoyan es posible legalizar la interrupción del embarazo hasta las 14 semanas. Un embrión humano contiene genoma humano, pero no es una persona humana. Todavía no tiene un sistema nervioso autónomo capaz de sentir, pensar y, eventualmente, ejercer derechos. Proteger la vida y los derechos de la persona humana no implica garantizar el nacimiento de todos los embriones. Por el contrario, si los derechos de un embrión humano entran en colisión con los de la mujer que está embarazada del mismo, la decisión respecto a continuar o no con ese embarazo sólo puede ser adoptada por ella. Y en el caso de la eutanasia, toda persona en su sano juicio debe tener el derecho a decidir su muerte en determinadas circunstancias. La perspectiva de Chomalí y la iglesia católica es diferente. Ellos conceden al Estado el poder de obligar a toda mujer embarazada a continuar con su embarazo hasta el final, aún si su vida está en riesgo. Y lo mismo respecto a la propia muerte. El Estado debe obligar a una persona a mantenerse viva si ésta elige terminar con su vida.
Kast, Kaiser y Matthei, las tres candidaturas más fuertes de la derecha en la elección que se avecina defienden el derecho de las fuerzas armadas golpistas a asesinar compatriotas tras el Golpe de Estado de 1973. En una entrevista radial, Evelyn Matthei lo planteó de la siguiente manera: “Mi posición es que no había otra. Que nos íbamos derechito a Cuba. Yo lo que quiero señalar es que probablemente al principio, en 1973 y 1974, era bien inevitable que hubiese muertos”.
Por otra parte, Kast, Kaiser y Parisi han relativizado el respeto a los DDHH de criminales convictos, migrantes ilegales y manifestantes que protestan en la calle ante la policía. La seguridad del resto de la población bien vale esa relativización, dicen.
Cada vez es más explícita la confrontación ético-política entre la izquierda y la derecha en nuestro país. Desgraciadamente, aún no logramos profundizar en las formas de interpretación que organizan las ideas y posiciones de cada sector. La descalificación es la norma en este punto. En especial de parte de la derecha iliberal. Donde Kast y Kaiser ven la amenaza de la antigua Unión Soviética o del régimen de Maduro, e intentan identificarla con la candidatura de Jeannette Jara, aparecen las matanzas realizadas en Paine después del Golpe de Estado. Matanzas de las que la familia Kast no ha logrado ser exculpada. Aparece también la amenaza de Golpe de Estado que Kaiser formuló en un discurso público, rechazando violentamente las transformaciones que en ese momento proponía la Convención Constitucional. Los mismos que apoyaron el Golpe de Estado en 1973, acusan a la izquierda de haber intentado derrocar el gobierno de Sebastián Piñera en 2019 por medio de una acusación constitucional que forma parte de las atribuciones parlamentarias establecidas en la Constitución del 80.
Las paradojas y los monstruos surgen en todas nuestras discusiones políticas, en especial las que abordan los DDHH y las instituciones democráticas. La campaña presidencial acaba de comenzar. Ojalá nos permita abordar estas discusiones con la serenidad, autenticidad, información, reflexión y respeto que el tema requiere.
Referencias:
Laplanche y Pontalis (1967) Diccionario de psicoanálisis, Barcelona: Paidós, 1996.
- Algo que sí hizo Johannes Kaiser: “vamos a seguir defendiendo la vida en todas sus etapas y vamos a seguir de todas maneras impulsando una agenda de reconstrucción valórica. Creemos que, en ese sentido, estamos de acuerdo con lo que ha planteado el cardenal”. ↩︎
- Los “enemigos poderosos” son un recurso retórico reiterado en los discursos de la derecha chilena. Augusto Pinochet hablaba del “marxismo internacional”, Gustavo Leigh del “cáncer marxista” y José Toribio Merino acuñó la expresión “humanoides” para enfatizar el carácter monstruoso de sus enemigos políticos. Para detener el proceso de sustitución constitucional, la derecha buscó la manera de descalificar la propuesta de la convención motejando su texto de “mamarracho constitucional”, y ofreció descripciones falsas de la misma (“se aceptará el aborto a los nueve meses de gestación”, “le quitarán su casa”, etc.) para que su carácter monstruoso resultara evidente. ↩︎

