Por Sara Herminia Zelada Muñoz1
Agua y piedras, arena gruesa, algas rojas filamentosas, ondas líquidas dibujando suaves paisajes en la superficie casi estática del mar y un cangrejo que camina al revés y no sabe que lo observo. Es pasado el mediodía, el cielo ha sido ensombrecido por algunas nubes pardas.
Yo estoy quieta, sólo veo mis pies bajo el agua que a ratos es verde turquesa, celeste, gris.
Estiro el brazo lentamente, y con la mano abierta lo atrapo de una de las pinzas entre mis dedos índice y pulgar. Él se debate, como corresponde a una criatura de vida libre, se encorva, se agita, patalea, presiona el anverso de mis dedos con sus patas.
Lo observo con distancia, sin amor, y hasta me parece un ser desagradable, una alimaña, pero no sería capaz de quitarle la vida. Hay un secreto en su armazón, sus vísceras, su cerebro primario, el mismo secreto que encierra mi existencia.
¿Somos hermanos? …
De pronto se libera y quedo con su pinza entre los dedos.
Se ocultó bajo unas piedras arrastrando su cuerpo mutilado. Ya no lo veo. Escarbo en la arena, la remuevo, levanto algunos guijarros. Es su destreza contra la mía, ambos estamos atentos, ambos razonamos. Pero él tiene más pericia, es más astuto y conoce muy bien su medio.
Mis pies se han enfriado, salgo del agua y camino hacia la cabaña. Oscurece y en mi mente se confunden las imágenes del agua, las piedras, los apéndices del cangrejo. Hay silencio, es un atardecer en calma, quiero olvidar la escena violenta entre nosotros, él me espera.
Si yo hubiese podido desprenderme, aquella vez, de mi mano, cuando Julio me la retuvo con fuerza hasta causarme dolor, y yo tiraba de ella sin poder zafarme y le gritaba:
—¡Suéltame! ¡Suéltame!
—¡No quiero vivir más contigo! ¡Déjame en paz! ¡Ya no te quiero!
La puerta está entreabierta, la empujo sin hacer ruido, no quiero que él me sienta entrar, no quiero que él se me acerque, he decidido que será ésta la última noche compartiendo la vivienda. Hay silencio, estará en el dormitorio leyendo quizás, ¡cuánto alivio me produce no hallarle! Pero unas manos me cogen por detrás, sujetan mis hombros, son pesadas, me aprisionan.
Estaba afuera y no me di cuenta, me esperaba escondido en el antejardín para darme una sorpresa.
—¡Suéltame! — grito una y otra vez.
Me contorsiono, él cruza los brazos sobre mi pecho, me inmoviliza, sólo tengo mis pies para defenderme y lo pateo, Pero él aprieta mi cuerpo entre sus piernas y con los pies. Sacudo la cabeza con fuerza, es inútil.
Entonces lloro, con profundos sollozos y él me libera. Corro hacia la pieza y me arrastro bajo la cama como un cangrejo.
- Sara Herminia Zelada Muñoz: Profesora de Biología (U. de Chile), Magister en Ciencias (UMCE), Dra. en Comunicación (UNIACC) y acuarelista. Nacida en Puerto Montt, ha sido premiada en concursos regionales en la X Región. Participa en el Taller de Poli Délano y lo hizo en el Taller que dirigió Martín Faunes Amigo. ↩︎