Descentrados Chile

El hijo de Drácula

Fotografía: Fotograma de la película "El Conde", de Pablo Larraín

Por Gianfranco Rolleri O’Ryan1

 

Cuando el Boris me contó que su papá era un vampiro no supe qué decirle.  Caminamos un par de cuadras en silencio hasta que habló de nuevo:

-Necesito tu ayuda

– ¿Para qué?

-Para matarlo

Lo miré un rato y luego corrí hasta mi casa. El atardecer había dado paso a una noche sin estrellas y la calle estaba lista para recibir a todos los monstruos que el frío de junio pudiera convocar. Respiré aliviado cuando entré a la cocina y encontré a papá riendo por cualquier cosa y a mi mamá celebrando sus tonteras. Le di un beso a cada uno y subí a mi pieza. Y me quedé dormido al tiro sin pensar en nada que tuviera colmillos más grandes que los míos.

Pero al otro día en clases, el Boris no dejó ni un minuto de buscarme con la mirada. Lo evité hasta donde pude, pero me alcanzó a la salida y empezamos juntos el regreso a casa. Le comenté lo difícil que había estado la prueba de matemáticas. Creo que ni siquiera me escuchó.

– ¿Vas a ayudarme o no?

– ¿A qué?

-Ya te dije, a matar a mi papá

Miré hacia el suelo. Mis zapatos estaban desamarrados así que me agaché a anudarlos. El Boris se quedó a mí lado, serio, esperando. 

– Pucha, ¿Pero estás seguro de que… ES? – le pregunté

Su rostro se ensombreció y la voz pareció salirle de ultratumba cuando me contestó:

-Duerme todo el día. Casi nunca lo veo alimentarse. Y trabaja… de noche

Suspiré. 

No había duda. El papá de mi amigo era un vampiro.

-Bien – dije –vamos a matarlo

Nos dimos la mano, apesadumbrados, conscientes del terrible reto que teníamos por delante. Sin embargo, se despidió con una sonrisa y enfiló hacia su casa. Yo seguí hasta la mía. Cuando me faltaba media cuadra sentí pasos a mis espaldas. Ni siquiera hice el intento de darme vuelta y largué a correr. Llegué resoplando y mi mamá me observó como pájaro raro.

– ¿Se está entrenando para el maratón o qué?

-Peor – le dije, rogando que siguiera con sus preguntas y así poder vomitar toda la carga que llevaba encima pero no me hizo ningún caso y siguió mirando por la ventana, nerviosa.

– ¿Pasa algo? – pregunté

-Me preocupa cuando su papá se atrasa – respondió, pero en ese instante lo vio llegar y corrió a abrirle la puerta. Se abrazaron y yo fui contento a la cocina.  Robé dos ajos y partí a abrazar a mi papá también.

Al día siguiente durante el recreo el Boris se me acercó misterioso.

-Todo listo – dijo – le avisé a al viejo que hoy iba un amigo a tomar once después del colegio.

– ¿Tan luego? – pregunté – yo creí que íbamos a tener un tiempo para entrenarnos o algo…

 Miró hacia todas partes y agregó en voz baja:

-Si la matanza de la criatura de la oscuridad demora mucho te quedas a dormir en mi casa y lo agarramos a la vuelta. Total, el toque de queda es la excusa perfecta.

El plan tenía lógica.

– ¿Y mis papás? – pregunté resignado

-Los llamas desde mi casa y se acabó.

Pasé el resto de las clases con un nudo tan amargo en el estómago que cuando salí al pizarrón la tiza temblaba tanto entre mis dedos que tuve que volver a mi banco entre las risas del resto de mis compañeros. Sonó la campana y me preparé para lo peor. Mi compañero se acercó serio y lanzó de sopetón: 

-Primero lo neutralizamos

-Y ¿Cómo hacemos eso?

-Con ajos y cruces. Después cuando lo tengamos en el suelo yo le clavo una estaca…

La idea de no ser yo quien lo hiciera era un alivio, pero igual pregunté:

-Y ¿Por qué tú?

-Es mi deber – respondió – Yo soy el hijo de Drácula.

Y miró al cielo con cara de circunstancia. Luego me pasó una cruz chiquitita y una bolsa con ajos.

-Guárdalos bien – dijo – tu vida… no, tu alma depende de ellos…

Caminamos en silencio y por cada paso que dábamos la entrada de la noche daba dos. Y su casa apareció demasiado rápido y aunque era como cualquier otra en ese instante creí estar en las puertas del castillo de Transilvania. Me hizo entrar y para mí gusto el vampiro disimulaba demasiado bien su oficio, porque la escenografía no era la de una película de terror. Paredes con papel mural celeste y no negro, lámparas de a pie llenas de elefantitos y no velas y un refrigerador con queso y cervezas, sin botellas con sangre a la vista.

-Oye Boris – dije – ¿Estás seguro de que…

-Cállate que ahí viene

Sentí como un golpe en la boca del estómago mientras los pasos se acercaban. Pensé en rezar, pero estaba tan nervioso que no me acordé de ninguna oración así que empecé a cantar en voz baja un tema de Jesucristo Superstar

-Jesucristo… Jesucristo… ¿De qué ha servido tu sacrificioooo?…

El vampiro que resultó ser un tipo bajito, de bigotes y con el pelo corto, por suerte no me oyó. Vestía camiseta sin mangas y calzoncillos largos y salió de su pieza con cara de sueño. Tomó un par de pantalones que estaban recostados sobre una silla, se los puso y saludó con amabilidad. 

-Hola campeón – me dijo y le lanzó una caricia en el pelo al Boris que se movió asustado. El señor del mal caminó hasta la cocina y nos preguntó:

– ¿Qué quieren para la once? Puedo hacer unos huevos revueltos con jamón…

Yo, que estaba muerto de hambre iba a aceptar su ofrecimiento, pero el Boris susurró:

-No comas nada de lo que te ofrezca, o antes de que te des cuenta vas a ser un engendro de la oscuridad como él.

Luego levantó la voz y respondió por mí:

-Un té solo no más, no tenemos mucha hambre

-Pucha los cabros de hoy día. Así nunca van a crecer – se quejó el vampiro e hizo igual los huevos, puso tres tazas en la mesa y nos sentamos en silencio sin saber demasiado bien qué decirnos.

– ¿Cómo les fue en la prueba?

-Excelente – se apresuró a contestar el Boris y volvimos a quedarnos callados.

-Y ahora ¿Tienen que estudiar? – preguntó el mal, hecho carne

-No – respondió el Boris cortante y yo, pese a que el encuentro con el demonio fue harto menos intimidante de lo que esperaba no podía dejar de temblar. De pronto mi amigo me guiñó un ojo y se dirigió a su padre:

– ¿Sabes papá? Mi compañero acaba de hacer la primera comunión…

El vampiro sonrió

-Pero eso está muy bien hombre. Te felicito.

Era una mentira podrida y yo no supe qué decir así que me enchufé la taza de té hasta que se me quemó la lengua. El Boris continuó:

– ¿Por qué no le muestras a mi papá lo que te regalaron? – y volvió a cerrar el ojo

Se refería a la cruz eso estaba claro, pero yo no estaba listo todavía para comenzar el ataque así que negué con la cabeza. Mi amigo abrió los ojos, desesperado y el Rey de los no muertos preguntó:

-Y ¿Por qué no niño?

No tenía respuesta para eso. Así que solté al fin la taza y enterré la mano en el bolsillo hasta agarrar la cruz. Temblando se la alargué al demonio y me preparé para los gritos y la sangre y la lucha contra la oscuridad.

-Es muy bonita. Boris ¿Tú no tenías una igual?

No le había provocado ningún daño y hasta se dio el lujo de ponérsela para ver si le quedaba bien. Con mi amigo nos miramos, perplejos y yo estaba a punto de renunciar cuando él dijo:

-Papá, por qué no nos traes tus fotos de cuando eras chico. Podríamos verlas de nuevo.

El vampiro sonrió y partió contento a su pieza a buscar las benditas fotos. El Boris me dijo:

-Los ajos ¡Pásame los ajos!

Le pasé la bolsita y los sacó rápido y los mezcló en la paila con huevos que comía la reencarnación de Belcebú. Este llegó cargando a duras penas cinco kilos de álbumes llenos de polaroid. 

-Bueno, cabros- dijo – prepárense para ver cómo tiene que lucir un hombre a la edad de ustedes…

Y nos tocó verlo vestido de futbolista, con traje de huaso y como rey feo para no sé qué festividad. Pero estaba tan entusiasmado que los huevos no los tocaba para nada. Y nos pasamos media hora así y mientras más fotos veíamos más se empezaba a desvanecer la idea de que fuera un vampiro y al final hasta se me empezó a pasar el miedo y me reí harto con alguna de sus anécdotas de cuando era chico. Sólo el Boris lo miraba serio y luego veía la paila y parecía bastante desesperado. Al final dijo con cara de pena:

-Papito, cómase los huevos que se le van a enfriar

El vampiro agarró un tenedor y estaba listo para servirse cuando miró su reloj de pulsera

– ¡Chuta! – dijo – esta porquería de nuevo no sonó a la hora. Voy a llegar tarde a trabajar. Y se levantó y tomó su chaqueta mientras el Boris lo miraba nervioso.

-Pero cómase un pancito o le va a dar hambre – le dijo patero y le hizo él mismo un pan con huevo con un ajo gigante en medio. Nosferatu sonrió enternecido:

-Gracias hijito – y le dio un gran mordisco al pan, puso una cara harto extraña, pero se lo terminó de todas formas y se fue luego de pedirnos que no nos quedáramos despiertos hasta muy tarde.

-Fracasamos – dijo el Boris apenas su papá cerró la puerta y tomó algunas fotos y las lanzó contra la pared – sin duda nos enfrentamos a una clase superior de vampiro.

– ¿De qué estás hablando?

-No lo ves. Ni el ajo ni las cruces le hacen efecto. Es sin duda un súper vampiro o algo…

Lo vi un rato. Estaba serio, muy serio y empezó a divagar acerca del agua bendita y las estacas y las balas de plata.

-Las balas de plata son para los hombres lobos

-Sí sé – respondió ofendido – pero este vampiro es especial…

-Yo creo que te equivocaste – le dije finalmente

– ¿A qué te refieres?

-A que tu papá no es un vampiro y se acabó. Ahora voy a llamar a mi casa para decirles que me voy a quedar acá de todas maneras. Pero si sales con más tonteras te juro que me voy.

Me miró un poco serio y otro poco triste.

-Si tienes dudas espera a verlo cuando llegue del trabajo. Pillarlo con la guardia baja es otra cosa. Mi mamá fue la primera en darse cuenta. Y por eso nos dejó. No la culpo.

Pese a que el Boris nunca hablaba de la partida de su mamá preferí fingir que no lo escuchaba

-Claro, claro, como digas…

Y partí a llamar a la casa y aguanté como un valiente los retos por no haber avisado antes. Después fui a la pieza de mi amigo y hojeando sus revistas de monstruos no me di ni cuenta cómo me quedé dormido. Desperté tarde al otro día y lo vi dormitando a mi lado con un madero y una cruz en la mano. Ni siquiera quise avisarle que me iba así que salí de ahí tan rápido como pude. Más tarde, en el colegio ni él ni yo hicimos el intento de acercarnos a conversar por lo que dediqué los dos recreos a jugar a la pelota y parte del camino a mi casa lo hice de la mano con una de las niñas que me gustaba. Cuando entré en la cocina el silencio me pilló de sorpresa. Llegué hasta el living y ahí estaba mi mamá con cara de funeral y mi papá jugando nervioso con el reloj de plata que le había regalado el abuelo.

– ¿Qué pasa? – pregunté

Los dos saltaron asustados cuando me escucharon, pero hicieron todo lo posible por ocultarlo. Fue mi mamá la primera en activar las defensas.

-Voy a prepararle una buena once hijito, mire que hoy día ni almorzó entre la ida al colegio y a la casa de su amigo – y se levantó y partió casi trotando a la cocina.

Me acerqué a mi papá y él me sentó en una de sus rodillas. Pude haber jurado que había llorado. Me miró un rato y luego simplemente dijo:

-Sabes que te quiero mucho ¿Cierto?

Yo asentí con un nudo en la garganta y tuve ganas de abrazarlo. Pero él, recobrando su tono jovial me levantó en andas y gritó:

-Y ahora vamos a ver qué está haciendo la vieja para la once

Y partimos y yo olvidé al rato lo ocurrido, entre tanta risa, tanta broma y tanto pan con tomate y mayonesa.

Pero esa noche no podía pegar un ojo. Aunque el asunto del vampiro ya no era más que un chiste malo no podía dejar de pensar en el Boris ni en lo convencido que estaba del demonio que vivía dentro de su padre. Pero al rato recordaba al vampiro chiquitito y bueno para mostrar fotos y me decía que eran sólo tonteras y que, tanto a mí como a mi amigo, las tardes en el rotativo viendo películas de terror nos había terminado por afectar. Y pese a eso mi pieza ya no parecía el refugio de otras ocasiones y la oscuridad empezó a darme tanto calor que al ratito estaba transpirando helado. Miré la hora y me di cuenta de que aún faltaba mucho para el amanecer. De pronto, sonó el teléfono que estaba en el velador y casi patea mi corazón hasta el techo. Contesté rápido para que no despertara a nadie más.

-Aló

Era la voz del Boris la que estaba al otro lado de la línea. Colgué con brusquedad. No quería saber más ni de él ni de su papá. Traté de pensar en el suave contacto de la mano de mi compañerita, pero todo lo que lograba ver eran los ojos de mi amigo y la sonrisa afable del rey de los murciélagos. Y estaba en eso cuando unos golpes secos a la puerta de calle ahora sí mandaron mi corazón y todo el resto de mi cuerpo a la luna.

– ¡Abran la puerta!

Sentí ruidos en la pieza de mis papás que estaba justo abajito de la mía. Pensé en ir a preguntarles qué pasaba, pero antes quise acercarme a la ventana para ver quién golpeaba a esas horas de la noche, desafiando hasta a los milicos y su toque de queda. Corrí las cortinas y vi a dos hombres que no conocía pateando la puerta como si la pobre les hubiera hecho algo. De pronto una tercera figura salió de un auto que estaba estacionado entre las sombras, justito frente a la casa. Se arrimó a los tipos. Me acerqué más a la ventana hasta achatar mi nariz contra el cristal. Entonces pude mirarlo bien. Vestía ropas diferentes, pero la sonrisa y el bigotito ya los conocía. 

Drácula en persona llamaba a mi puerta. Y podría jurar que por un minuto miró hasta donde estaba y saludó levantando las cejas. Entonces quise gritar, que no abrieran, que había que sacar los ajos y las estacas, que eran los vampiros quienes golpeaban, pero en ese preciso instante salió mi papá y los dos demonios grandes lo tomaron y lo metieron dentro del auto y el demonio chiquitito que parecía ser el que mandaba los siguió con las manos en los bolsillos. Y no sirvió de nada que mi mamá saliera detrás y que les gritara a los vecinos pidiendo ayuda porque nadie se apareció para auxiliarla, nadie se asomó siquiera. Derrotada entró de vuelta en la casa y la escuché tomar el teléfono y empezar a llamar a todas partes. La pobre no sabía con lo que se estaba enfrentando. 

Pero yo sí. 

Me vestí y bajé en silencio por las escaleras y en silencio también llegué a la calle. Empecé a correr. Si me pillaban los milicos mala suerte. Necesitaba llegar luego a la casa del Boris. Necesitaba la ayuda del hijo de Drácula. Jamás había demorado menos y jamás había sentido tan largo el viaje hasta su casa. Cuando llegué, golpeé con violencia para despertarlo. Para mi sorpresa abrió al tiro.

-Pasa – me dijo – te estaba esperando

Entré a la casa. Montones y montones de ajos colgaban desde el techo y las paredes estaban llenas de cruces pintadas con témpera roja. Los muebles se encontraban en el piso, unos arriba de otros y formaban una pequeña barricada. Mi amigo me invitó a que me refugiara tras ella. Estaba ojeroso y miraba de un lugar a otro contemplando el campo de batalla que había creado.

-Boris – le dije – tu papá, el vampiro, se llevó al mío

-Lo sé – respondió con calma

– ¿Cómo? ¿Por qué?

-Hoy revisé entre sus cosas, tratando de pillar una pista que dijera cómo acabar con él. Y encontré una carpeta con sus víctimas. Y otra con las que pronto lo iban a ser. Te llamé para avisarte, pero nadie contestó.

La idea de que pude haberlo salvado y que era mi temor quien lo había condenado terminó por quebrarme. Parpadeé rapidito para que las lágrimas no se arrancaran, tratando de que mi amigo no se diera cuenta. Si él lo notó no dijo nada. Sólo señaló luego de unos minutos:

-No te preocupes, esta noche se acaba

Yo asentí. El vampiro iba a morir.

Me apoyé contra la barricada y el Boris me pasó una de las estacas que tenía amarradas al cinturón. Se sentó a mi lado y esperamos juntos a que la noche llegara a su fin. No nos dijimos demasiado las horas que pasaron. De repente él me preguntaba cómo estaba y yo sólo le respondía encogiéndome de hombros. No quería hablar. Tampoco quería pensar en nada. Sólo rezaba porque estuviese en el lugar que estuviese mi padre conservara su alma intacta. Ya cerca de la madrugada el Boris empezó a correr de la barricada a la ventana y de la ventana a la barricada para que la llegada del demonio no nos tomara por sorpresa.

Y fue justo en una de esas idas y venidas cuando sentimos el ruido de la llave en la cerradura. Mi amigo que estaba a medio camino saltó de vuelta al refugio y se persignó tres veces. Yo apreté tan fuerte la estaca que pensé que se iba a doblar como si hubiera estado hecha de plasticina. 

Entonces la puerta se abrió. Y la ilusión de encontrar al tipo que me había estado mostrando polaroids y ofreciendo pan con huevo se esfumó de un viaje. El papá del Boris estaba pálido, ojeroso y su boca mantenía una extraña sonrisa torcida. Jadeaba y sus puños estaban apretados con rabia. Una gran capa negra cubría su terno gris. Sin embargo, fueron sus ojos los que me hicieron retroceder. Estaban cubiertos de un brillo que gritaba que habían visto sangre. Tardó algunos segundos en reaccionar. Luego, miró el escenario de guerra en el que se había transformado su casa.

– ¿Qué demonios…? – alcanzó a balbucear

Entonces el Boris saltó y se les lanzó a las piernas como un jugador de rugby. El vampiro perdió el equilibrio, sin embargo, se logró reponer y se sacó de encima a mi compañero de una patada. En ese momento entré yo y corrí, estaca en mano, hasta el demonio, pero tropecé con uno de los sillones tirados en el piso. Sin embargo, en la mitad de la caída alcancé a clavarle mi estaca en el muslo.

– ¡Cabro de mierda! – gritó y la sombra, su sombra proyectada por una de las lámparas en el piso creció hasta convertirse en la de una bestia de tres metros. Se abalanzó hasta donde estaba yo. Me levantó con su fuerza sobrehumana del pelo y logró poner mi rostro a la altura del suyo.

-De tal palo tal astilla – susurró – y pude sentir cómo su aliento a sangre empezaba a inundar toda la habitación.

– ¿Qué hiciste con mi papá? – le grité tan fuerte como pude porque el dolor de su garra apretando mi cabeza casi no me dejaba hablar. 

-Tu viejo está bien, lo estamos cuidando

– ¿Ya perdió su alma? – pregunté rezando y el sacudió la cabeza, sonriente.

-Todavía no, pero lo hará. Todos lo hacen.

Sus palabras terminaron por derrotarme. Y estaba listo para acompañar a mi papá al infierno cuando el Boris se levantó desde el lugar en el que lo había lanzado la patada.

– ¡Muere, criatura de la noche! – gritó y le lanzó uno de los vasos con agua bendita. El vampiro lanzó un aullido de dolor y me soltó. Se llevó las manos a la cara y camino desorientado por toda la pieza. Yo corrí hasta el lado del Boris que me pasó otra estaca. Estaba rojo, y jadeaba.

-Toma – dijo – entretenlo cuanto puedas, de lo otro me encargo yo…

-Sí – le dije obediente. Él me miró y puso una mano en mi hombro.

-Gracias por todo. Ya nos veremos

Entonces el vampiro mostró su verdadero su rostro. Sus ojos habían tomado un color amarillo y los colmillos estaban finalmente al descubierto. Se encontraba listo para atacar. Le lancé otro vaso con agua bendita, pero lo esquivó. Le tiré otro y volví a fallar. Se rió y dijo:

-Ahora pego yo

Caminó hasta mi posición con los puños cerrados. Yo agarré la estaca con las dos manos, pero seguro ocupó su hipnosis o algo porque no pude ni moverme y no le ofrecí ni un poquito de resistencia.

Me tomó de la solapa y me lanzó un bofetón que me rompió el labio. Y después otro y otro. Yo ya estaba vencido. Mareado y con las sienes a punto de reventar, lo único que quería era que todo terminara de una buena vez. El vampiro, cuando notó mi boca llena de sangre, se descontroló aún más. Sus colmillos brillaron en la oscuridad y se preparó para el ataque final.

Entonces lo vi. En su muñeca derecha descansaba el reloj de plata de mi viejo, el mismo con el que lo había visto jugar hacía sólo unas horas. Y lo siguiente que supe es que, junto a mi aullido de rabia, la estaca que descansaba en mi mano, se había ido a clavar, firme, certera y sin piedad a su ojo derecho.

Me soltó. Yo, aturdido aún, caí pesadamente al piso sin esperanzas de poder levantarme. El vampiro gritó de dolor, una vez, una sola, pero de manera tan horrible que su alarido, agudo e interminable, parecía ser un llamado a todos sus amigos que desangraban la noche. Tapé mis oídos para no escucharlo y me quedé lo más quieto posible. Él, desorientado, adolorido, pero aún furioso sacó de entre sus ropas una pistola. Y me apuntó. Algo balbuceó en ese instante, manteniendo a duras penas el equilibrio con la estaca aún clavada pareciendo una horrible extensión de madera a su cuerpo chiquito y tan lleno de odio. Disparó una vez y la bala fue a perderse a una de sus lámparas de elefantitos. Disparó otra y esta vez fue uno de los cojines de la barricada quien amortiguó el disparo. Maldijo un par de veces y volvió a apuntar. Y esta vez no parecía que iba a equivocarse. Pensé en mi papá. Apreté los puños y esperé. Descargó su arma. Y el Boris que había volado desde una de las barricadas hasta interponerse entre el demonio y yo recibió la bala de lleno. 

No soltó ni un gemido de dolor. Avanzó hasta su viejo, que lo esperaba perplejo, aún sin entender nada, llorando por el ojo que le quedaba bueno.

-Papito – creo que le dijo

Y el hijo de Drácula sacó la estaca y se la clavó al fin al demonio en el corazón. El vampiro cayó de rodillas, intentó quitarse el madero con el rostro ardiendo de dolor y finalmente se desplomó en el piso. Mi amigo Boris después de mirar su propia herida lo agarró a duras penas y lo sentó contra la pared. Luego él se colocó a su lado, apoyó la cabeza en su hombro y le tomó la mano. De esa forma dejó de respirar. Caminé temblando hasta ellos. Noté que el puño cerrado del Boris escondía una foto de su mamá. Le di un beso en la frente y cerré sus ojos. Pese a todo se veía en paz, un estado que desde ese día ya no podría alcanzar. Busqué en el piso hasta encontrar al revolver. Lo guardé en uno de los bolsillos de mi chaqueta. Luego tomé el brazo del vampiro y recuperé el reloj de mi papá. Lo mantuve entre mis manos algunos segundos como esperando que mi viejo llegara a recuperarlo. Cuando me di cuenta de que seguía solo y que él no iba a aparecer, salí de la casa caminando despacio, un poco desorientado, sin tener muy claro qué había pasado ni qué tenía que hacer ahora. 

Tal vez llorar era un principio. Afuera, empezaba a salir el sol.

Gianfranco Rolleri O’Ryan

  1. Gianfranco Rolleri O’Ryan: Nació en Viña del Mar. Es escritor y guionista. Ha participado en talleres con los escritores Enrique Symns y Poli Délano. Autor de novelas y libros de cuentos: La resaca de la hiena, y las novelas «Los jinetes en el cielo» y «Siete películas antes de matar al señor Scrooge». Ha participado con sus cuentos en las antologías «Hombres con Cuento», «Porotos Granados», «Bitácora Literaria» y «El Cuentero». También escribió «El hijo de Drácula y otros cuentos militantes», «Disparar a matar», entre otras obras. ↩︎