Descentrados Chile

Mi hermano astronauta

Fotografía: Francisca Ahumada Zúñiga

Por Francisca Ahumada Zúñiga[i]

El 2020 era nuestro año para iniciar una nueva etapa con Rodrigo. Luego de cumplir diez años decidimos casarnos y buscar un nuevo embarazo desde una vereda más consciente, en especial, considerando la gran responsabilidad de formar un ser humano que aporte a este mundo como ya lo veníamos deseando para nuestra primogénita.

El resultado de un test positivo venía a iluminar nuestras vidas en plena Pandemia: un embarazo disfrutado semana a semana junto mi esposo e hija. Violeta con cuatro años podía asistir a cada ecografía, que luego plasmaba en dibujos y cantaba la canción de cuna que usaríamos para mecer a Lucas en nuestros brazos. Estaba todo listo, su corazón latía muy fuerte… pero jamás vimos esas alas que lo harían regresar al cielo. Que muriera en mi vientre a sus treinta y nueve semanas nos destruyó… es como si le hubiesen arrebatado su vida sin poder hacer nada, dejándonos sin voz, sin respiración con el corazón roto y los brazos vacíos, sin tener la más mínima idea de cómo seguir.

Nosotros como padres y adultos no podíamos entender lo que ocurría, cuanto más difícil era para una niña de cuatro años. El sueño de ser la hermana mayor se le destrozaba en mil pedazos. Si bien era afortunada de conocer a su hermano durante la hospitalización, al mismo instante se estaba despidiendo de él, ese es y será el día más triste de nuestras vidas.

Aunque faltaron cosas por hacer estando con él, con el tiempo hemos podido atesorar ese encuentro porque iba a ser el único recuerdo de los cuatro. En menos de veinticuatro horas del alta médica, estábamos sepultando a nuestro hijo, al llegar al cementerio estaban los amiguitos del jardín, nos esperaban vistiendo de blanco con globos en sus manos. Lo detallo porque estábamos en Pandemia. Fue un funeral con aforo, que se completó con nuestra familia, los que asistieron sin tener la certeza de poder ingresar. Fue una muestra de cariño enorme que nos conmovió demasiado: recibir abrazos tan cálidos, la inapreciable compañía en la dulce espera que tuvo ese inesperado final y el poder reunirnos después de un año de confinamiento… fue un verdadero oasis en medio de ese desierto.

Los hijos son únicos e irremplazables. En cada espacio de nuestro hogar quedó un trozo de Lucas: un coche, la cuna, su mochila y sus mudas de ropa, pero también un vacío que nada ni nadie podrá llenar.

Violeta justo en esa época, había entrado a prekínder y empezar el día con una madre adolorida de un postoperatorio, que dormía poco, que se levantaba llorando… pero que debía cumplir con la rutina escolar, junto a un padre que debía ir al trabajo, se volvía cada día más desafiante. Lamentablemente el mundo continuaba pese al fallecimiento de nuestro hijo. Los días iban pasando, nos costaba separarnos durante el día, en la cabeza de Violeta rondaban muchas preguntas sin respuestas, la más dura: ¿por qué su hermano tuvo que morir?

Pensaba cómo me gustaría que explicaran o acompañaran en esta tremenda adversidad. Busqué mucha ayuda, fuimos a hablar con un capellán, concreté diferentes terapias holísticas, un poco de psicoterapia para darle un sentido a lo que comenzábamos a vivir. Me sentí desesperada porque los médicos jamás me pudieron entregar una causa. Para ellos fue un embarazo normal “con mala suerte”. Y ahondar en ese tema no era más que profundizar el dolor, la angustia y la culpa.

Sinceramente, alguna justificación médica, nunca llegó. El sistema de salud nos dejó abandonados, sin aplicar un seguimiento por falta de protocolos, detectamos grandes falencias en la atención, un trato distanciado, desensibilizado e indolente hacia la muerte del bebé. Al pasar los días nos dimos cuenta de que recibimos violencia obstétrica previa y durante el parto, una desidia y apatía hacia el padre que pasó a ser un sujeto que firmaba documentos y hacía trámites, recibiendo sólo llamadas para saber cómo estaba su mujer y su hija.

Si la sociedad se incomoda al ver a una persona llorar, cuanto más una persona en duelo. Nadie sabe qué decir, y en esa búsqueda de acertar con una palabra de aliento, muchas veces recibimos frases más dolorosas, como: “son jóvenes, lo pueden seguir intentando”, “mejor que ocurriera ahora, a cuando fuera más grande”, “Dios sabe por qué hace las cosas”.

Siempre apostamos por una crianza transparente. Pasaban los meses y teníamos a nuestra pequeña, que se involucró desde la confirmación del embarazo hasta el funeral, teníamos un motivo para levantarnos y luchar pese a la gran tristeza. Vivíamos el día a día de manera muy intuitiva en cada paso que dábamos, prometiendo seguir educando a nuestra niña, reconstruyendo cada parte rota. Vivir este proceso juntos fue una buena decisión, quizás cuestionada en un principio, pero aislarla de la muerte y del dolor era absurdo.

Por mi parte, siendo madre y esposa sentía que nuestra familia se desmoronaba de pena, de rabia, de injusticia… pero un día, después de tanto llorar, vi la oportunidad de crear un refugio seguro para nosotros, un espacio para expresar cualquiera de las emociones sin ser juzgadas, buscar instancias para conversar de lo que nos sucedía, pese a no tener todas las respuestas. Le prometí a mi pequeña hijita que “transformaríamos todo ese amor” (que no le pudimos entregar a Lucas), busqué formas de expresarlas, desde el trazo que hacía con su mano, de esos besos que tiraba al cielo, leímos cuentos para ir descifrando lo que nos sucedía, pasamos el tiempo haciendo manualidades, encendíamos una vela cada noche cuando rezamos el ángel de la guarda.

Pese a esto, nos vimos envueltos en varios espacios vacíos que le pertenecían al bebé, que prometimos no regalar, así que decidimos guardar todo, sin ninguna expectativa. Evitamos cuestionarnos si lo hacíamos bien o mal, si era lo correcto o no, dejamos fluir lo que nos hacía sentido, permitiéndonos transitar este sendero desconocido y silenciado llamado duelo. Poco a poco fuimos observando cómo esta pérdida es un camino completamente inédito y misterioso, requiere prudencia el conversar acerca de la vida y la muerte, que hasta ese entonces era un tema tabú, poco explorado y con escasos referentes de cómo sobrellevarlo.

Poco a poco surgió esa necesidad de escribir como una manera de trabajar ese torbellino de sensaciones. La fragilidad de la vida había tocado nuestra puerta: aprender a vivir con la ausencia de un ser amado y tan esperado y qué hacer con este suceso se volvía una gran labor. Sin expectativas me comprometí a sanar y trabajar arduamente en repararnos. Fue así como surgió la idea de crear una narrativa: Miré nuestra historia, Lucas visibilizó los bebés y niños que habían fallecido en nuestro árbol genealógico, fuimos conociendo otras historias similares que habían sucedido años y décadas pasadas, se nos repetía constantemente la frase “a nosotros también nos pasó”. Por lo tanto, cada vez ratificaba que la muerte gestacional siempre ha ocurrido, sin embargo, lo que ha cambiado es que hoy es transparentada en la sociedad. Fue así como por los escasos recursos para abordarla, sentí la necesidad de visibilizar a todos estos niños que viven en las estrellas. Concebir un cuento para concientizar la muerte perinatal, pero al mismo tiempo honrar el fugaz paso de Lucas en nuestra vida, dejar una huella en este mundo de cómo fuimos transformando ese dolor y amor.

Necesitaba establecer un nuevo vínculo con este ser que no podemos ver, ni tocar. El libro ya tiene un año, ha sido un proceso enriquecedor poder acompañar a las familias en duelo transparentar la muerte con los hermanos, poder exponer una realidad que se vive a nivel mundial… pero es aún más especial porque su mirada es de una niña.

Mi intención con el libro “Mi hermano Astronauta” es incorporar el concepto de vida y muerte de manera más cercana y educativa.

Mi sueño es que se transforme en un elemento pedagógico que los profesionales del área de la salud y la educación puedan utilizar como un recurso nuevo para transmitir el sentir de una familia que fallece un bebé durante el embarazo y éste se transforma en una estrella luminosa del inmenso cielo, guiando y acompañando desde otro lugar.

[i] Francisca Ahumada Zúñiga: Junto a mi esposo Rodrigo somos padres de tres hijos en esta vida:

Violeta 7 años acá en la tierra.
Lucas 39SDG que nació al cielo en marzo 2021.
Emilio 1a 10meses bebé arcoíris.
Kinesióloga con formación en Geriatría y Salud Mental Perinatal.
Integrante comisión organizadora Día del recuerdo Chile.
Autora del cuento infantil “Mi hermano Astronauta”.
Blog Instagram @destellosdefran