Por Carolina Giaconi Moris
Psicóloga, Mg. En Ciencias Sociales. Red de Investigación en Interseccionalidad, Género y Prácticas de Resistencias, Universidad de Chile.
Muchas veces escuchamos a nuestras madres, abuelas y otras familiares diciendo “yo no trabajo, soy dueña de casa no más”, una frase que da cuenta de la profunda invisibilización de los trabajos domésticos y de cuidado.
En las sociedades modernas, históricamente han predominado dos modos de trabajo, el que se realiza a cambio de una remuneración y el trabajo que se realiza sin remuneración. El trabajo con remuneración tiene lugar en el mercado laboral y representa la principal fuente de ingresos monetarios de las familias, por su parte, el trabajo no remunerado se realiza principalmente en los hogares y conlleva actividades como el cuidado de niños/as, personas mayores y personas enfermas, así como de preparación de comidas, aseo, compras del hogar y otras labores domésticas, todo eso que han hecho históricamente las “dueñas de casa”.
Tradicionalmente han sido los hombres quienes asumen los trabajos remunerados, mientras que las mujeres se encargan de las labores del hogar. Esta asignación de roles entre “hombres proveedores” y “mujeres cuidadoras”, es lo que conocemos como división sexual del trabajo. Una distinción que, si bien es útil teóricamente, sólo se utiliza para identificar a los que han sido indicados como “responsables” de cada trabajo, pues como sabemos hace varios años, muchas mujeres combinan la realización de trabajo remunerado y no remunerado.
La división sexual del trabajo ha sido perpetuada en el campo de la economía, pues ésta tradicionalmente ha definido su objeto de estudio centrado en el mercado y desde allí en el trabajo mercantil, convirtiendo el trabajo en sinónimo de empleo, es decir, se ha referido al “trabajo” considerando sólo a aquellas actividades remuneradas (Carrasco, 2006). Con el fin de hacer frente a la economía clásica, surge la economía feminista, la cual propone un cambio radical en el análisis económico, desarrollando una economía que integra y analiza la realidad de mujeres y hombres, y cuyo principio básico es la satisfacción de las necesidades humanas. Esta economía ha planteado que el sistema socioeconómico, para lograr su funcionamiento y continuidad, requiere de diversas actividades que en muchas situaciones quedan fuera de los límites señalados por la economía tradicional, y por ello, ha puesto como uno de sus temas centrales durante las últimas cuatro décadas al trabajo doméstico y de cuidados (Carrasco, 2013).
De este modo, la economía feminista ha centrado su crítica a la economía tradicional, indicando que ésta piensa el proceso productivo sólo en términos de una entrega de salario y la posterior obtención de bienes y servicios, omitiendo gran parte del proceso reproductivo necesario para mantener el proceso productivo y el empleo. La pregunta central a la que se apunta entonces es, ¿Qué se hace con el dinero ganado? Y más importante aún, ¿Quién lo hace? Así, la economía feminista nos permite comprender que la obtención del salario, y por tanto, el trabajo remunerado, no es suficiente para reproducir a la población, pues se requiere contar con otro tipo de trabajo destinado a transformar los bienes adquiridos en el mercado y además, realizar servicios de limpieza, gestión y de cuidados (Carrasco, 2013).
Como gráficamente lo explica Silvia Federici en su libro el Patriarcado del Salario:
“El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. (…) Es la crianza y cuidado de nuestros hijos -los futuros trabajadores- cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que, tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinal o minas” (Federici, 2018).
En Chile, producto de la economía feminista, los movimientos y las resistencias de diversos grupos de mujeres, en los últimos años los trabajos de cuidados han tomado protagonismo en la política e investigación nacional. En términos de investigación, un importante avance se realizó el año 2015, cuando se llevó a cabo la primera, y hasta ahora única, Encuesta Nacional de Uso del Tiempo, la que evidenció que las mujeres dedicaban más del doble de tiempo semanal que los hombres a actividades de trabajo no remunerado (42,3 versus 19,8 horas semanales), y que estas diferencias se mantenían independiente de si las personas contaban o no con un trabajo remunerado (Instituto Nacional de Estadísticas, 2016). Es decir, las mujeres realizan trabajos de cuidado de forma no remunerada como actividad principal, o bien, como actividad secundaria. Sea cual sea la realidad, las mujeres siguen desarrollando el trabajo del hogar.
Otro estudio de gran relevancia para la valorización del trabajo doméstico y de cuidados lo realizó Comunidad Mujer en el año 2019, el estudio ¿Cuánto aportamos al PIB?, tuvo por objetivo estimar el valor económico de las tareas de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. En dicho informe se concluyó que estos trabajos equivalían al 22% del Producto Interno Bruto (PIB) ampliado, porcentaje que superó a la contribución de todas las ramas de actividad económica (Comunidad Mujer, 2019). Con esto se evidencian varias verdades que siempre han existido, pero han permanecido ocultas o poco reconocidas: El trabajo de las mujeres es un trabajo que genera riquezas, el trabajo reproductivo es el que permite el trabajo productivo y que el trabajo que realizan las mujeres dentro de sus hogares no es amor, es trabajo no pago.
Actualmente en Chile nos encontramos en un momento crucial para los trabajos domésticos y de cuidados, donde la economía feminista ha sido una gran impulsora, pues se están generando avances para visibilizar y valorar estos trabajos, avanzando con ello en superar la subordinación y subvaloración del trabajo que muchas mujeres aún realizan de forma invisibilizada.
Uno de los avances se dio recientemente en la Cuenta Pública anual, el presidente de la República se comprometió a establecer el Sistema Nacional de Cuidados, el cual, ya tiene su primer avance con el Registro de personas cuidadoras, el que fue lanzado hace pocos días en la conmemoración del Día del Trabajo Doméstico no Remunerado. Dicha identificación y registro se realizará por medio del Registro Social de Hogares y estará disponible desde noviembre del presente año. Este Registro permitirá conocer e identificar todos los hogares que cuentan con personas que realizan trabajo de cuidado, con el fin de cuantificar cuántas personas ejercen trabajo de cuidados no remunerado de forma permanente a personas con condiciones de larga duración, sean parte o no del hogar de la persona sujeta de cuidado. Este registro propone identificar a las personas cuidadoras para crear una oferta programática pertinente a su realidad y necesidades.
Otro de los avances sustantivos del último tiempo, tiene relación con la incorporación en la propuesta de Nueva Constitución del artículo 49 sobre reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados, en éste se define que el Estado reconoce los trabajos domésticos y de cuidados como trabajos que son socialmente necesarios e indispensables para la sostenibilidad de la vida y el desarrollo de la sociedad, es decir, las labores “del hogar” como se han descrito, son reconocidas como un trabajo, necesario y fundamental para el país. Se les reconoce como trabajos que generan riquezas y aportan a las cuentas nacionales, por lo cual deberán considerarse en la elaboración de políticas públicas. Asimismo, se declara que el Estado deberá promover la corresponsabilidad social y de género e implementar mecanismos para redistribuir estos trabajos.
Este reconocimiento es muy importante para todas las mujeres, pues viene a visibilizar el trabajo gratuito que históricamente han desarrollado, lo que permitirá avanzar en políticas públicas para llevar estadísticas constantes del tiempo que dedican las mujeres al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, seguir avanzando en cuantificaciones como las propuestas por Comunidad Mujer y generar políticas que avancen en la corresponsabilidad, generando acciones para que los hombres se integren de manera más activa en los trabajos de cuidados y que no sean sólo las familias y las mujeres las responsables de cuidar de las personas. El Estado, las familias y la sociedad en su conjunto, hombres y mujeres, deben responsabilizarse por el cuidado de las personas y por la sostenibilidad de la vida y la sociedad.
Estamos entonces en un momento fundamental, en el que las resistencias y luchas que por años han tenido las mujeres, desde el mundo privado y público, han logrado generar avances. Un momento que podría permitirnos escuchar más pronto que tarde a nuestras abuelas y madres frente a la pregunta ¿Cuál es su actividad principal? diciendo fuerte y claro, Soy trabajadora, realizo trabajo doméstico y de cuidado”.
Referencias
Carrasco, C. (2006). La paradoja del cuidado: Necesario pero invisible. Revista de Economía Crítica, 5, 39-64.
Carrasco, C. (2013). El cuidado como eje vertebrador de una nueva economía. Cuadernos de Relaciones Laborales, 31(1).
Comunidad Mujer (2019). ¿Cuánto aportamos al PIB? Primer Estudio Nacional de Valoración Económica del Trabajo Doméstico y de Cuidado No Remunerado en Chile.
Federici, S. (2018). El patriarcado del salario. Críticas feminista s al marxismo. Traficantes de sueños.
Instituto Nacional de Estadísticas. (2016). Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo ENUT. Documento de Principales Resultados ENUT 2015. Departamento de Estudios Sociales Instituto Nacional de Estadísticas.