Reflexión sobre la identidad nacional en Chile
Nota para lectores/as De Letras
Por Cecilia Aravena y Eduardo Contreras Villablanca.
Chile es un país que no termina de reconocerse en el espejo. Su rostro está hecho de pedazos: uno mira hacia el norte luminoso del progreso, mientras otro permanece hundido en la sombra de la precariedad. Entre el Chile del primer mundo y el del tercero hay un abismo que se disfraza de cordillera, de frontera invisible entre quienes habitan la abundancia y quienes sobreviven.
Las voces de los pueblos originarios siguen hablando en lenguas que la nación prefiere no oír; su memoria late bajo la tierra, como un corazón enterrado. En las ciudades, los bordes crecen como heridas abiertas: barrios cautivos del miedo, del polvo, del tráfico de drogas y la violencia. En los campos, el silencio de lo rural se confunde con la ausencia de oportunidades y la espera interminable.
Y mientras tanto, los recién llegados —los migrantes— buscan un lugar en este territorio que aún no sabe convivir con su propia diversidad. Chile parece multiplicarse en fragmentos que no se miran, en rostros que no se reconocen. Tal vez la tarea pendiente sea aprender a mirar el mosaico completo sin temerle a sus grietas, sin negar ninguna de las voces que lo habitan.