Por Teresa Pérez Cosgaya
Doctora en Estudios Latinoamericanos.
Es de amplio conocimiento que el acceso prioritario a una carrera académica en la educación superior no garantiza un cambio estructural que impacte en las relaciones de género, convirtiendo la vida académica, en un lugar poco seguro para la diversidad que supone el concepto mujeres. Es decir, la academia -en la amplitud de la palabra- es un lugar donde aún no se puede ser el tipo de mujer que simplemente se es, sino lo que es “esperado” que seamos, cuestión que a pesar de los avances incuestionables en equidad de género, esto ocurre en todos los espacios de desarrollo humano, desde el hogar hasta lo laboral y como ya he dicho, en la academia, la situación no cambia a pesar de los fenómenos sociales de los últimos años, que, sin dudas, han corrido el cerco, pero falta y mucho.
Con Haraway (1995:14), advierto que la principal limitación de este texto puede ser que, sin intención, extreme la mirada “desde abajo”, es decir, desde la posición de mujer como sujeto subyugado históricamente. Hay un dicho conocido en el mundo académico -no de manera peyorativa sino haciendo alusión a una realidad- la peor situación que te puede tocar es, ser mujer, en situación de discapacidad, vivir en sectores de difícil acceso o rurales y pertenecer a alguna etnia. Lo que esto constata es la vulnerabilidad sistemática en la que se encuentran muchas mujeres, lo que hoy se intenta subsanar con programas y/o políticas con enfoque de género interseccional, es decir, que incorpora dicha vulnerabilidad estructural para cualquier acción pública, pero esto será tema de otra reflexión. Retomando el argumento desde la mirada “desde abajo”, también considero que este documento puede ser una muestra del proceso, de la metáfora de la “mirada”, de la misma autora, como un proceso de autoreconocimiento y apertura de foco a la hora de -como investigadora- de observar los procesos.
En mi experiencia, con años de experiencia como docente e investigadora social, la carrera académica no toma en cuenta los plazos diferenciados del desarrollo que hay entre mujeres, disidencias y diversidades de género, respecto a la trayectoria de los varones. La maternidad, los cuidados y las distintas exclusiones impactan fuertemente la trayectoria académica de las diversidades sexo genéricas y de las mujeres. Frente a ello, en los concursos académicos inclusivos que advierten cierta “preferencia” por postulantes mujeres, pareciera subyacer el anuncio de un lugar de trabajo seguro para la diversidad que compone la palabra “mujeres”. Sin embargo, después de retirarme de un empleo y postulado varios cargos similares con esta señal de “preferencia” para mujeres, advertí que, a pesar del anuncio, evalúan con los mismos estándares a mujeres y hombres, sin definir explícitamente y, menos aún, sin considerar, implícitamente, que una mujer tarda mucho más tiempo y tiene lagunas en su trayectoria para lograr esos estándares. Tras llegar en todos los casos a la dupla o terna final, incluso teniendo la preferencia del grupo reclutador, la experiencia y evaluaciones de desempeño sobresalientes para el cargo específico, el cargo fue obtenido por varones y uno solo por una mujer joven, sin hijos, con publicaciones y con quien la entrevista fue una conversación larga, llena de risas y familiaridad.
Claramente, esto advierte, desde el proceso que sucede a la convocatoria, que no se trata de un lugar seguro para la diversidad “mujeres”, sino para mujeres que han seguido una trayectoria académica “parecida” a la de los hombres, en la que las tareas de cuidado se desplazan o postergan. Tanto el desplazamiento como la productividad académica, en el indicador de publicaciones, suponen una de dos cosas, o las dos, financiamiento y redes de apoyo para delegar las labores de cuidado. Por tanto, el proceso del concurso implica una barrera para las “otras” mujeres, aquellas que tienen menos redes de apoyo o menos financiamiento para delegar las tareas de cuidado e investigar. ¿Cómo puedo investigar, si nunca he tenido financiamiento para ello? ¿Cómo puedo delegar si no tengo redes de apoyo, por ser inmigrante y tener un hijo con discapacidad, por ejemplo, y no contar con financiamiento para que -seguramente- “otra mujer” haga las tareas de cuidado?
De este modo, queda de manifiesto la tensión entre los discursos de inclusión, las modalidades de contratación, los diseños institucionales y los contenidos simbólicos y subjetivos que median en las interacciones cotidianas en las prácticas sociales (Guzmán, 2012: 7), en este caso, el proceso del concurso como una práctica social. Esta tensión es la pretendida neutralidad y meritocracia de estas instituciones. Esto es, su incapacidad de mirar “situadamente” las expectativas e ideas, culturalmente construidas, que tiene la sociedad determinada de una mujer, en tanto mujer, es decir, en su rol (Lamas, 1996: 222), que se suman a aquellas de “académica”.
Creo que un lugar seguro para las mujeres es aquel que sea capaz de valorizar “las capacidades de las mujeres para acceder a cargos de decisión por sus propios méritos”, es decir, no como méritos de un académico neutro (masculinizado, sin la trayectoria de tareas de cuidado y reproducción), sino con méritos “propios” de las mujeres académicas, en una sociedad específica que aún tensiona el “rol” conservador, naturalizado y del mundo privado con la inserción y desempeño de la mujer en el mercado laboral. Un lugar con políticas institucionales que establezcan lo que Iriarte (2021) denomina “garantías sexuadas”. Es decir, que “incorporen la subjetividad y la realidad social del sujeto mujeres” y, con ello, el conflicto social de discriminación indirecta – que se define como la ruptura de la igualdad producto de los efectos o a consecuencia de la aplicación de una norma jurídica, la que sin establecer diferencias y siendo formalmente neutra, trae la exclusión de personas- o no intencional, y subordinación hacia las mujeres. Se trataría, entonces, de “políticas destinadas a reconocer el valor del trabajo doméstico y su articulación con el trabajo desempeñado en el mercado laboral” (Guzmán, 2012: 31), como una forma de generar igualdad de oportunidades, reconociendo que las mujeres no disponen del mismo tiempo que los varones para realizar las mismas tareas que exige la academia.
Asimismo, sólo se tratará de un lugar seguro para las mujeres, aquel empleo que admita valore y reconozca distintos estilos de ser mujer. Que la S final que pluraliza adquiera peso y significado. Aquel lugar que dé cabida a la pluralidad como número y, sobre todo, como diversidad.
Referencias
Guzmán, Virginia y Montaño, Sonia. (2012). Políticas públicas e institucionalidad de género en América Latina (1985-2010). Serie mujer y desarrollo. Santiago de Chile
Haraway, D. (1995) “Ciencia, cyborgs y mujeres. La invención de la naturaleza”. Capítulo 7 Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial. Madrid, Catedra
Iriarte, Claudia (2021). Derecho y garantías constitucionales desde la perspectiva feminista, publicado en el libro Constitución Feminista” editorial LOM.
Iriarte, Claudia (2020). Notas sobre la crítica feminista al Derecho, en el libro “Feminismo, Género y Derecho Privado”, editores son los profesores Hugo Cárdenas Villarreal y Natalia Morales. Editorial Tirant lo Blanch.
Lamas, Marta (1996). La perspectiva de género. Revista de Educación y Cultura de la sección, 47.