Por Leandro Espinoza Rodríguez
Psicólogo, Magister en psicología social. Psicólogo en comunidad educativa.
El pasado 5 de mayo, la Organización Mundial de la Salud determina que el COVID-19 ya no constituye una emergencia de salud pública de importancia nacional [1]. En el contexto nacional, el 9 de mayo, la ministra de salud Ximena Aguilera nos entrega una buena noticia, señalando que luego de 1.444 días, dejan de haber muertes a causas del COVID-19[2]. Ambas noticias alentadoras después de 3 años de vivir en el clima de un peligro viral nos posibilitan respirar con alguna cuota mayor de alivio.
Sin embargo, al remitirnos al inicio del decreto de la Pandemia, diversas opiniones de grupos de expertas y expertos en el ámbito de la salud, instituciones gubernamentales y no gubernamentales, y estudiosas y estudiosos de las humanidades, proyectaban que las consecuencias de los 3 años de la Pandemia a nivel mundial y a nivel local iban a ser críticas.
Entre las que más se repetían estaban las económicas, desempleo, aumento de la pobreza, rupturas de los vínculos sociales, mayor marginación de grupos ya excluidos, vacíos escolares entre la población Infanto juvenil y un largo etc.
Estas consecuencias pandémicas son factores de riesgo que amenazan con vehemencia la salud mental. Todos estos factores interconectados provocan condiciones inminentes para el desajuste de nuestro bienestar y que nos afectan a todas y todos en nuestras relaciones y convivencia social, familiar, laboral, escolar, etc.
Particularmente para las niñas, niños y jóvenes, estas consecuencias pandémicas han significado múltiples problemas a la hora de enfrentarse al retorno a una “vida normal”. La falta de socialización con sus pares, los retrocesos académicos, las situaciones de violencias vividas en el encierro con sus familias y/o cuidadores, les hacen vivir diferentes crisis en su salud mental, las que en sus espacios educativos son enfrentadas de múltiples formas, en un contexto donde han tenido que acomodarse a compartir espacios y lugares comunes que cambiaron al igual que ellas y ellos.
Como psicólogo educacional, me desempeño en un colegio emblemático con una larga historia, en el cual uno de sus valores principales y más destacados es la participación dentro y fuera de la comunidad educativa. Este valor, potenciado en todo el desarrollo de la comunidad, se ha convertido en una herramienta espontánea y muy provechosa para enfrentar las consecuencias de la crisis de salud mental generada por la Pandemia Covid-19 en la escuela.
He identificado que las y los estudiantes tienen diversas estrategias para abordar sus problemas de salud mental. En primer lugar, vemos que identifican y quieren enfrentar los problemas de su salud mental. Las niñas, niños y jóvenes tienen la claridad, cuando “se sienten mal” de hablar y requerir ayuda y compañía. Necesitan dar cuenta de lo que les pasa, de las emociones que sienten (tristeza, rabia, no sentirse escuchados por sus familias, etc.), por ejemplo, algunas y algunos dan cuenta que no son aceptados, aceptadas o aceptades por su orientación sexual, cuando indican que “les gustan las personas del mismo género” y temen la respuesta al interior de sus hogares.
Otro aspecto importarte a destacar, tiene que ver con la asociación de algunas y algunos estudiantes para socializar lo que les pasa o les ocurre, y que les “hace mal”. Conversan entre sí, se dicen lo que les pasa y señalan que lo hacen para que estos problemas no les generen “traumas”. Tienen la claridad de que hablar es el principio de un camino que les permitirá mejorar y entender lo que les ocurre.
Esto me hace reflexionar acerca de la importancia de la participación en la salud mental de las y los estudiantes, porque vemos que está presente, que son capaces de organizarse, pedir ayuda, solicitar apoyo, saben que están pasando por un mal momento y que su bienestar depende del apoyo que otras personas pueden entregarles, el mensaje explícito e implícito de esto es que, sin el otro, sin lo colectivo no podemos estar bien, y ellas y ellos lo hacen posible.
La participación no es solo lo que conocemos de forma tradicional y adulto céntrica. Hoy las niñas, niños y jóvenes nos enseñan que pueden participar de diversas formas y una de ellas, es organizarse en torno a su bienestar.
A raíz de esto, una reflexión compartida con mis colegas es ¿Cómo podemos facilitar esos espacios de participación que ellas y ellos requieren, crean y habitan? Sobre todo, cuando vemos que en un contexto post pandémico ha servido como una herramienta propuesta por ellas y ellos para enfrentar la crisis de salud mental. Solo queda seguir reflexionando, actuando y, sobre todo, aprendiendo de las formas que crean las infancias y juventudes a nuestro alrededor.
______________________________
[1] https://www.who.int/es/news/item/05-05-2023-statement-on-the-fifteenth-meeting-of-the-international-health-regulations-(2005)-emergency-committee-regarding-the-coronavirus-disease-(covid-19)-pandemic
[2] https://www.minsal.cl/por-primera-vez-desde-el-inicio-de-la-pandemia-chile-no-reporta-fallecidos-por-covid-19/