Por Dra. Nicole Darat
Académica y filósofa. Directora Fundación Territorios Colectivos.
Hace una semana cuando me invitaron a escribir esta columna, una reflexión del proceso constituyente posterior al plebiscito, desde el feminismo, esperaba hacerla evaluando los avances que implicaba la aprobación del nuevo texto constitucional en términos de derechos reproductivos y sexuales, en términos de representación política, de reconocimiento de la diferencia y de la disidencia, descentralización y derechos sociales. Sin embargo, lo que toca hacer es un análisis de una derrota que, si bien se consideraba posible, sigue siendo dolorosa, principalmente por el alto margen por el que se impone la opción del rechazo y la pérdida de votos respecto del plebiscito de entrada de octubre del 2020.
Si bien es demasiado pronto para un análisis en detalle sobre cómo y por qué perdimos la ventaja que teníamos en 2020, creo que el feminismo puede darnos algunas luces sobre qué aspectos estaban en juego en la propuesta constitucional, y desde dónde podemos repensar una estrategia feminista.
Para empezar a entender esta derrota, es imprescindible tener en cuenta la continuación de la Pandemia durante 2021 y el paso de la crisis provocada por la pérdida de empleos durante el confinamiento, a la crisis económica provocada por la inflación producto tanto de factores internos, como externos. Desde el comienzo de la revuelta del 2019 hemos tenido que soportar altos niveles de incertidumbre, la que fue intensificada por la Pandemia y a la cual el proceso constituyente añadía también, cuestión que la derecha supo aprovechar y amplificar, con un discurso que muchas veces eclipsaba la influencia de otros factores. Lo cierto es que la incertidumbre se fue traduciendo lentamente en una desactivación de la radicalidad que había producido la revuelta. Esto quedó claro en la primera vuelta presidencial que le dio el triunfo parcial a un candidato de ultraderecha.
Es evidente el rol que cumplieron las noticias falsas, y el escaso compromiso de los medios para enfrentarlas decididamente en el momento en que estas eran puestas en circulación en los debates o en las entrevistas. Sin embargo, se logró contrarrestar la influencia de estas para la elección presidencial en segunda vuelta, pero ahora aparecen apuntadas como una de las principales razones del triunfo del rechazo. Cuál fue el real efecto de estas sobre el voto, es algo que probablemente sepamos mejor más adelante, a lo que sí nos obliga desde ya la necesidad de hacer una autocrítica es a reparar en qué aspectos del Texto Constitucional no les hicieron sentido a las mayorías y por qué y dejar de insistir en que solo han sido las noticias falsas las que produjeron la desafección respecto del texto.
Desde el feminismo esta crítica puede abordarse a partir la distinción entre redistribución y reconocimiento articulada por Nancy Fraser en los 90, para definir lo que estaba en disputa en el avance de los nuevos movimientos sociales a fines del siglo XX. Fraser denomina demandas de redistribución a aquellas que tienen que ver con el escenario socialista típico, donde el foco está puesto en la clase y el trabajador aparece como sujeto histórico y político y el sindicalismo como estrategia preferente; mientras que las demandas de reconocimiento son señaladas por Fraser como demandas identitarias vinculadas a la nacionalidad, etnicidad, la “raza”, el género y la sexualidad.
Frente a las demandas de clase, que ponían el foco en lo económico, las demandas de reconocimiento pondrían, de acuerdo con Fraser, el énfasis en lo cultural (resulta interesante revisar el debate con Judith Butler sobre este punto). La conclusión de Fraser es que las demandas de reconocimiento acaban, por un lado, generan divisiones entre la clase trabajadora y, por otro, acaban siendo serviles al capitalismo en tanto pueden ser cooptadas fácilmente. Para la autora estadounidense, la injusticia que denuncian las demandas asociadas al género y la raza pueden entenderse en ambas dimensiones, la cultural y la económica; el reconocimiento y la redistribución. Pero es finalmente la redistribución la que dará la pauta de la justicia para ella. En 2012, después de responder las críticas que recibió tanto de Judith Butler, como de Iris M. Young, Nancy Fraser afirmará que una teoría crítica del reconocimiento debe identificar y defender solo aquellas versiones de la política cultural de la diferencia que pueden ser combinadas coherentemente con la política de la igualdad (la redistribución). Algunas versiones de la “política de la diferencia” o de las diferentes identidades que buscan reconocimiento, socavarían la política de la igualdad. ¿Ha sido este el caso de la propuesta de Nueva Constitución que acaba de rechazar la ciudadanía? ¿Tiene razón Fraser y han sido las políticas de la diferencia (derechos sexuales y reproductivos, derecho a la identidad de género, reconocimiento de los pueblos originarios y de las personas neurodivergentes y en situación de discapacidad) terminaron minando la oportunidad de establecer derechos sociales a través del texto constitucional?
Parte de la batalla la habíamos perdido cuando quienes defendían el rechazo comenzaron a llamar a la política de la diferencia “política identitaria”, en lugar de discutir directamente con el concepto de igualdad sustantiva y la necesidad de la acción afirmativa ante grupos que han sido históricamente dominados. Pero también parte de quienes defendían el texto de la propuesta con ciertas reservas, se guardaban reservas respecto de esto mismo, incluso quizá el mismo lenguaje en que dichas demandas fueron planteadas puede haber contribuido a su reducción a cuestiones identitarias y a desplazar la discusión de la igualdad sustantiva que era en suma el puente que debía tenderse entre la redistribución y el reconocimiento.
Creo que este es un tema punzante y al que las feministas deberemos enfrentarnos en el corazón de las izquierdas, disputar contra el discurso y las prácticas que buscarán culpar a los grupos subalternizados de la derrota electoral, y seguir profundizando en el sentido de la igualdad sustantiva como parte fundamental de los discursos de las izquierdas. Pero esta disputa no puede darse simplemente desde el marketing electoral, sino que debe hacerse desde un compromiso a largo plazo con el horizonte igualitario que hoy vemos ensombrecido. En qué consista este compromiso, no es una respuesta que pueda dar alguien desde la soledad de su escritorio, sino una que debemos elaborar colectivamente, sin romanticismos, pero sin perder la esperanza.