Por Mauro Navarrete
Doctor (c) en Sociología. Sociólogo – Magíster en Ciencias Sociales. Universidad Alberto Hurtado
Las hinchadas de fútbol en Chile, conocidas también como “barras bravas”1, han sido durante las últimas décadas una de las expresiones públicas más visibles y potentes de las juventudes populares. Más allá del ámbito deportivo, estas agrupaciones encarnan formas colectivas de identidad, sentido de pertenencia y resistencia que surgen, principalmente, desde los márgenes de una sociedad profundamente desigual. Se trata de jóvenes que, mediante la práctica del aliento organizado y la ocupación activa de los estadios y territorios físicos y virtuales, elaboran un repertorio cultural propio, con códigos, estéticas y sentidos de comunidad que trascienden la dimensión futbolística hacia al ámbito social, cultural y político (Navarrete y Caro, 2020).
En este marco, la presencia de las juventudes populares en el espacio público -a través de las hinchadas, como una de sus expresiones públicas- ha sido sistemáticamente objeto de proscripción y abyección por parte del Estado chileno. La represión policial, la criminalización mediática y las políticas securitarias han configurado un escenario en el que las prácticas culturales de estos jóvenes son vistas como una amenaza al orden instaurado desde el poder. Se configura así una figura del “enemigo público”: el joven popular, organizado, activo y visible, deviene en un sujeto sospechoso, problemático, potencialmente violento y, por ende, perseguible.
Uno de los ejes centrales en esta construcción simbólica y moral ha sido la estabilización del significante “barra brava” como sinónimo de delincuencia (Améstica, 2024). Lejos de ser una categoría neutra o descriptiva, tal como el concepto ‘‘involucrado’’ (Cechetto, Muniz y Monteiro, 2020), esta etiqueta opera como una forma de encuadramiento y esquema de significados que simplifica, califica y estigmatiza a quiénes particulariza bajo su definición. A través de discursos mediáticos, declaraciones institucionales y prácticas policiales, se ha consolidado una visión que asocia a las barras con prácticas delictivas, tráfico de drogas, riñas y crimen organizado. Esta categoría no solo criminaliza a individuos, sino a comunidades y colectivos, y en este caso, a hinchadas en general. Esta categoría, tal como en el caso brasileño (Cechetto, Muniz y Monteiro, 2020), es utilizada estratégicamente por diversos actores estatales y no estatales, para definir, controlar, sancionar y justificar el accionar policial. Así, el solo hecho de vestir una camiseta de un determinado club, como Colo Colo o Universidad de Chile que son los más populares del país, te vincula y asocia a las hinchadas de estos equipos2, las cuales cargan con un historial amplio de criminalización y estigmatización por parte del poder. Lo cual se agrava, en la medida en que se sea joven, de sectores populares y se viva en barrios criminalizados. Esta narrativa, sin embargo, oculta las múltiples dimensiones que configuran la vida barrista: el trabajo territorial, la solidaridad vecinal, las formas de autoorganización y las dinámicas de resistencia frente a la exclusión social.
En este proceso, la agencia de las juventudes populares ha sido sistemáticamente negada. A las hinchadas se las presenta como masas irracionales, como individuos movidos solo por la pasión o por el cálculo delictual. Sin embargo, las prácticas de las y los hinchas revelan formas complejas de acción colectiva, donde se articulan códigos morales, sentidos de justicia y pertenencia, así como una crítica implícita -y muchas veces explícita- al orden establecido. Reconocer esa agencia implica también desplazar las miradas punitivas para dar lugar a enfoques que comprendan las barras como actores políticos y culturales con voz propia. Tal como se presenta en Dayrell (2003), donde en un estudio sobre jóvenes que practican Funk y Rap en Brasil, se da cuenta de la importancia de analizar a los jóvenes como sujetos sociales activos, es decir, como actores constituyentes de lo social y lo cultural, no solo como una etapa etaria transicional pasiva hacia la adultez, sino como una etapa de agencia cultural y política. Al igual que los jóvenes que se dedican al Funk y al Rap (Dayrell, 2003), quiénes son parte de las diversas prácticas de las hinchadas de fútbol, no solo participan desde el goce y el entretenimiento que otorga el espectáculo futbolístico, sino que también como un espacio de sociabilidad, de identidad y resistencia, en donde se construye ciudadanía, por ende, actores sociales y políticos.
La respuesta estatal, sin embargo, ha tendido a reforzar una lógica de control punitivo. Las intervenciones policiales en el contexto del fútbol se caracterizan por su intensidad, frecuencia y uso excesivo de la fuerza. Tal como lo evidenciaron en Chile, Luneke, Dammert y Zúñiga (2022), la represión policial es más severa contra la población pobre y está vinculada a la necesidad institucional de demostrar autoridad y control, es decir, gobernabilidad sobre jóvenes que se asumen caóticos y delictivos. Los operativos policiales en partidos de alto riesgo, los controles de identidad masivos, las detenciones arbitrarias y el uso de la violencia física se han vuelto elementos comunes de la experiencia de las y los hinchas. Estas acciones no solo buscan disuadir ciertas conductas, sino que apuntan a disciplinar y contener una forma de expresión juvenil que incomoda al orden institucional.
Este proceso de criminalización no puede desvincularse de las formas estructurales de exclusión que afectan a las juventudes populares. La marginación en el acceso a la educación, el trabajo y la participación política institucionalizada deja a amplios sectores juveniles fuera del pacto social. Las barras, en ese sentido, se convierten en espacios de reconfiguración identitaria, de afirmación colectiva y de disputa simbólica frente a un Estado que los ha abandonado y que, cuando los reconoce, lo hace bajo la lógica de la amenaza y la persecución punitiva.
Resulta fundamental, entonces, desplazar el foco desde la estigmatización hacia una comprensión más profunda de las hinchadas como expresiones legítimas de las juventudes populares. Esto requiere no solo un cambio en el enfoque institucional, sino también una revisión crítica de los marcos conceptuales y mediáticos que han contribuido a consolidar una imagen unidimensional del barrismo, entendido exclusivamente desde la violencia3. Las juventudes que conforman estas hinchadas no solo habitan el fútbol: lo reinventan, lo politizan, lo transforman en un espacio de resistencia y de construcción identitaria. Y es precisamente esa capacidad de producir sentido desde los márgenes la que el poder busca neutralizar.
Referencias:
Améstica, C. (2024). Hinchadas: Una cultura obstinada. Editorial Universidad Central.
Caruso, H., Silva, J. F., y Guellati, Y. (2021). Juventudes e violências: ¿o que as publicações nacionais e internacionais (2008–2018) têm a dizer? En 20º Congresso da Sociedade Brasileira de Sociologia, Belém, Brasil. Sociedade Brasileira de Sociologia.
Cecchetto, F., Muniz, J., y Monteiro, R. (2020). Envolvido(a) com o crime: Tramas e manobras de controle, vigilância e punição. Revista de Estudos Empíricos em Direito, 7(2), 108–140.
Dayrell, J. (2003). O jovem como sujeito social. Revista Brasileira de Educação, (24), 40–52.
Luneke, A., Dammert, L., y Zúñiga, L. (2022). From social assistance to control in urban margins: Ambivalent police practices in neoliberal Chile. Dilemas: Revista de Estudos de Conflito e Controle Social, 15(1), 1–26.
Navarrete Jerez, M., y Caro Bustos, A. (2020). Del estadio a la calle: Hinchas y barras de fútbol en la revuelta social de Chile. Revista Espacio Abierto, 29(2), 30-52.
- Denominación utilizada transversalmente para referirse a hinchas que desarrollan ‘‘prácticas violentas’’. Diferenciando con ello a hinchas violentos y no violentos, delincuentes y no delincuentes, entre otros dualismos. ↩︎
- En el caso de Colo Colo, su hinchada se llama Garra Blanca y en el caso de la Universidad de Chile, su hinchada se llama Los de Abajo. Ambas surgidas a fines de los años 80, contando a la fecha con una trayectoria histórica de casi 40 años. ↩︎
- Actualmente, estoy por publicar un trabajo de revisión de literatura que sustenta esta afirmación y que se relaciona también con cómo son estudiadas las juventudes a nivel nacional e internacional, como da cuenta, de manera similar, el diagnóstico realizado por el trabajo meta analítico de Caruso, Ferreira y Guelatti (2021), donde se establece que en los diversos contextos empíricos estudiados (EE.UU., Inglaterra, Francia, Brasil y México), hay una prevalencia de estudios que analizan la categoría social de juventud y las sociabilidades juveniles desde la óptica de la violencia y la delincuencia. ↩︎