Descentrados Chile

Desigualdades, violencias y resistencias en las migraciones LGTBI+: una mirada panorámica

Fotografía:Paulavf

Por  Caterine Galaz, María Fernanda Stang y Antonia Lara

Universidad de Chile y Universidad Católica Silva Henríquez

La trasnacionalización financiera y económica mundial ha sido un proceso fundamental para la generación de transformaciones globales que han incidido en las formas y ritmos de los movimientos migratorios (Benhabib y Resnik, 2009). Las desigualdades geopolíticas y los procesos de exclusión social producidos en ese marco global inciden determinando quiénes son considerados/as como parte de la ciudadanía y quiénes son relegados/as a un espacio secundario, o incluso marginal, en los distintos territorios (Montenegro et al., 2011; Mora, 2008).

En esta configuración global, las políticas migratorias se constituyen como instrumentos que van estableciendo fronteras tanto materiales como simbólicas. Esos procesos de fronterización normativa tienen la capacidad de determinar con eficacia quiénes se transforman en sujetos viables dentro de los Estados y quiénes en cambio se ven expuestos/as a vulneraciones sociales (Stang et al., 2023, Galaz et al., 2021), a expresiones de ciudadanía precarias (Durán y Thayer, 2020), o derechamente a formas de exclusión abierta y deliberada. Pese a que desde hace años asistimos a un cuestionamiento de los Estados-nación en las ciencias sociales, desde las políticas públicas se reproducen sus lógicas de funcionamiento, lo que termina convirtiendo a las fronteras en un filtro social que establece ciudadanías de primera, segunda y hasta tercera categoría.

A pesar de ello, los movimientos migratorios no se detienen, sino que reorganizan, encuentran nuevos caminos, descubren recovecos (materiales y simbólicos), intersticios, generan atajos impensados, en definitiva, cuestionan cotidianamente esas fronteras. Y con ello, minan poco a poco los confines de la ciudadanía. Sassen (2016) enfatiza el carácter incompleto de esta noción, incompletud que deja un espacio para que los sujetos que no son considerados como parte de ella puedan ampliar sus límites en base a acciones sociales y luchas colectivas. Así, no sólo la población migrante está emergiendo con fuerza para cuestionar la clásica idea de ciudadanía, sino también las personas de las diversidades y disidencias sexuales, afrodescendientes, indígenas, entre otros colectivos que, a partir de sus diferencias, y desde un horizonte de igualdad, son interpelados a empujar los contornos de esa categoría. Nuestro interés en este espacio es pensar este cambio, lento, pero al parecer inexorable, al hilo de las migraciones de personas de las diversidades y disidencias sexuales.

Es un hecho de la causa que quienes migran salen de sus países de origen por diversas razones. Esos motivos heterogéneos son además atravesados por ejes de diferenciación como la edad, la clase social, la adscripción étnica, la orientación sexual y la identidad de género, entre otros. La perspectiva interseccional (Crenshaw, 1991; Hill-Collins, 1990), heredera del remezón que produjeron las feministas negras, nos ha brindado herramientas para analizar esos entramados complejos y variables de diferenciación, que nos permiten ver y entender las expresiones específicas de las desigualdades globales, producir conocimiento situado (Haraway, 1997) y corporizado.

El cuerpo, justamente, es otra dimensión importante para entender los procesos migratorios que nos interesa visibilizar con esta columna, los de las personas LGTBI+. Tanto en los estudios migratorios como en las políticas públicas desarrolladas hacia la población en movilidad ha regido en general una mirada des-corporizada (Parrini et al., s. f.) y desexualizada, lo que ha invisibilizado en buena medida esta dimensión de las migraciones, fundamental pero relegada por la ilegitimidad de estos “objetos” de estudio en las ciencias sociales, algo que el feminismo, con su fuerza transformadora, ha estado contribuyendo a cambiar en la última década.

Así, ha ido ganando visibilidad un término con el que algunos/as autores/as se refieren a la migración que se produce centralmente por la discriminación y violencia vividas por la orientación sexual y la identidad de género en los contextos de origen: el “sexilio” (OuJin Lee, 2019; De Asís, 2019). El vocablo es un neologismo acuñado por el sociólogo puertorriqueño Manuel Guzmán, en un trabajo de 1997, y también fue empleado por una cineasta venezolana radicada en Nueva York (Irene Sosa), en un documental titulado “Sexual Exile” [Exilio sexual], de 1999 (La Fountain-Stokes, 2004).

Promediando la década de 1990 es que puede fecharse entonces, de modo aproximado, la emergencia de este tema en el campo de los estudios migratorios, heredera del temprano trabajo de Gloria Anzaldúa, decisivo en la aparición de los estudios chicanos (Anzaldúa, 1987), que vino a tensionar desde su mirada autobiográfica de lesbiana feminista la experiencia híbrida ‒según su perspectiva‒ de la frontera entre México y Estados Unidos. En 1995 Tomás Almaguer publica un ensayo preguntándose por el modo en que estructuran su conducta sexual los homosexuales chicanos, si priorizando la identificación étnico-nacional o la sexual. En 2009 se publica otro hito importante para esta línea de estudio, con el libro póstumo de Lionel Cantú (2009), devenido referente para este ámbito temático, que explora diversos aspectos del rol que juega la sexualidad en el proceso migratorio de hombres mexicanos homosexuales que residen en los Estados Unidos. En ese trabajo, el autor propone, de forma taxativa, que la sexualidad, del mismo modo que el género, es un eje que da forma y organiza los procesos migratorios y la “incorporación” de los migrantes a la formación social de destino. La sexualidad es en efecto un régimen político que organiza los procesos de inclusión social en los territorios, ya que preexiste un orden normativo sexual que establece jerarquizaciones y que incide en las vivencias de personas migrantes de las diversidades y disidencias sexo-genéricas.

Como una deriva del sexilio, una línea de trabajo que ha ganado relevancia en torno al vínculo entre diversidad sexual y migración es la de los procesos de solicitud de asilo en función de la violencia o persecución experimentada en los países de origen a causa de la orientación sexual. Carrillo (2008), por ejemplo, ha llamado la atención sobre los argumentos esencialistas respecto de la homosexualidad a los que se recurre en esos procesos, que tienden a homogeneizar las experiencias de los migrantes LGTBI+ en sus países de origen. En la misma línea apuntan las aproximaciones críticas de varios trabajos reunidos en un libro publicado por Luibheid y Cantú, en los que a partir del tema del refugio en particular, y del análisis de la política migratoria estadounidense en general, se muestra la forma en que las normas sexuales son parte de estos instrumentos de control y regulación de la migración y el acceso a la ciudadanía, que instituyen y reproducen en su operación imaginarios sexuales opresivos y normalizadores, articulados con jerarquías de género, de clase, raciales y nacionales (Luibheid y Cantú, 2005). También advierten sobre el riesgo que encierra el hecho de que estas migraciones se describan como gestas libertarias hacia un homogéneo Norte “civilizado”, cuestionamiento semejante al que se planteó respecto de cierta literatura sobre migraciones y géneros que proponía la misma lectura etnocéntrica en torno a las migraciones de mujeres de países “subdesarrollados” (Ariza, 2000).

Marnell, Oliveira y Hoosain (2020), en un estudio en diferentes países de África, señalaron que los sujetos migrantes no heterosexuales son vistos por los Estados como una doble amenaza: porque por su orientación sexual o identidad de género irrumpen en el orden heteropatriarcal, y porque como migrantes inciden en la concepción de nación. Bhagat (2018), desde un análisis interseccional en el Congo, observó que la migración LGTBI+ aceptada era aquella que encajaba en la categoría “hombre, homosexual, blanco con trabajo”, colocando en espacios de precariedad a la migración forzada, empobrecida y con otras orientaciones/identidades sexuales. Lo mismo planteó Luo (2020) respecto de migrantes homosexuales en China: para el autor es fundamental tener en cuenta la posición socioeconómica de quien migra, ya que de ello se derivarían las formas de insertarse en sus contextos.

Esguerra (2019) y Reyes (2019) coinciden también en que la posición socioeconómica y laboral en que son ubicadas las personas migrantes LGTBI+ en sus nuevos contextos de vida no sólo obedece a su condición administrativa, sino a los imaginarios predominantes sobre las sexualidades legitimadas socialmente. Asimismo, Patel (2019) destaca la importancia de considerar cómo confluyen diversas categorías de diferencia para entender las experiencias de mujeres asiáticas lesbianas en Toronto, que han sido marginadas al quedar en un espacio de no reconocimiento de parte de las comunidades LGTBI+ locales y, a la vez, de los colectivos migrantes activistas. Viteri (2013), en tanto, señala cómo incide en la movilidad social de migrantes LGTBI+ ecuatorianos en Nueva York la vinculación a redes gay nativas, y cómo la menor discriminación sexual que experimentan se opaca con la discriminación étnico-racial. Según Bula y Cuello (2019) es fundamental tener en cuenta que, tanto en los países de origen como en los de destino, predominan matrices machistas, patriarcales y heteronormadas que posibilitan violencias cruzadas, de ahí la relevancia y el aporte fundamental de la mirada interseccional.

Parte importante de los trabajos sobre migración de origen latinoamericano y diversidad sexual coinciden en dos aspectos de relevancia que también nos parece necesario señalar: en primer lugar, como decíamos, la necesidad de comprender la sexualidad como constitutiva de la migración ‒y, a la inversa, la migración como constitutiva de la sexualidad en estos procesos sociales‒ (Luibheid, 2005; Cantú, 2009; Esguerra, 2014). Como explica María Amelia Viteri, esta propuesta implica articular la sexualidad a los estudios de migración “no como una característica demográfica o un componente adicional, sino como un eje de las relaciones de poder que influye directamente en las rutas migratorias y por tanto en las comunidades tanto de origen como de llegada” (Viteri, 2013:269). Eso significa que la sexualidad debe considerarse con independencia de que algún aspecto del proceso de subjetivación sexo-genérico constituya la razón principal que anima la migración.

El segundo aspecto en el que coincide esta literatura es la necesidad de una mirada compleja respecto del modo en que este proceso de subjetivación sexo-genérica es atravesado por el proceso migratorio ‒y también a la inversa‒, complejización en la que es preciso prestar atención a la dimensión étnica, racial, de clase, nacionalidad, entre otros ejes de construcción subjetiva y jerarquización social, poniendo foco además en el modo en que estos ejes se articulan localmente, en cada contexto específico (Viteri, 2008; Parrini et al., 2008, entre otros).

Un último punto que nos interesa poner de relieve, y que ha sido un eje central del proyecto de investigación en el que hemos estado trabajando este último par de años (Fondecyt 1210165 “Trayectorias de personas migrantes no heterosexuales en Chile: desigualdades, violencias y resistencias”), es que estas personas migrantes desarrollan diversas acciones de agencia y resistencia frente a las violencias que les toca vivir. Si bien en la conjunción de sexualidad, nacionalidad y posición económica se producen diversas expresiones de violencia institucional y social, también se generan estrategias de resistencia y de enfrentamiento a estas afectaciones, con diferente alcance, que nos hablan de nuevas luchas de fronteras, entendidas como  “la ‘auto-actividad’ cotidiana de los migrantes [que] suele adoptar las características de una lucha que les permite resistir y negociar los modos en los cuales las fronteras marcan y constriñen sus vidas” (Mezzadra y Nielsen, 2016:398). Esas resistencias, consideradas en una temporalidad extensa (Mezzadra, 2012), son los artífices fundamentales de estos cambios que están experimentando las prácticas ciudadanas.

Referencias

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