Por:
David Felipe Fernández Flórez
Especialista en Pedagogía de los Derechos Humanos – UPTC
Edwin Tovar Briñez
Especialista en Legislación y Políticas Educativas – FUAC
Camilo Torres Restrepo, una figura luminosa en la historia de Colombia y América Latina, no solo fue un sacerdote que se convirtió en guerrillero, fue un sociólogo, educador, un visionario, cuyo legado sigue iluminando el camino de la educación y la justicia social en la región. El “amor eficaz” fue uno de los conceptos más poderosos que marcaron su vida, puesto que no es simplemente una idea abstracta, sino un llamado a la acción guiado por principios que pueden encauzar la causa del quehacer docente en nuestra América tanto dentro como fuera del aula, rompiendo con la lógica tradicional de la práctica docente: tratar de dominar un cierto tema y transmitir lo que van produciendo, pero sin un compromiso personal. Este amor, según Torres, debe ser tangible, visible, palpable; debe ser un amor que se traduzca en hechos concretos, en acciones que transformen la realidad de los más vulnerables. De allí que el amor eficaz es aquel que se traduce en acciones concretas para mejorar la vida de los demás (Herrera, 2022).
En el ámbito educativo, a través del amor eficaz se promueve el trabajo colaborativo, dentro del respeto y la capacidad de escucha para ser más receptivo a la diversidad de ideas; el compromiso social, como instrumento de alta fidelidad, capaz de vibrar al máximo con el dolor y la miseria de las grandes masas oprimidas. Por tanto, podríamos dimensionar la educación como un escenario propicio para cultivar el paradigma del amor eficaz, puesto que conlleva repensarnos la realidad en perspectivas de superar las barreras que se han impuesto de manera hegemónica en la psiquis social sobre las que se ciernen las desigualdades y las injusticias. La educación, en su formulación, no es un problema comparable a dar de comer a un hambriento, pues en ese caso el asunto sería muy sencillo de solucionar. El verdadero problema es hacer comprender las condiciones estructurales del porque hay personas que tienen limitaciones o dificultades para acceder al alimento. la educación debe ser un espacio de cuestionamiento y construcción colectiva, no un mero instrumento de reproducción de la ideología dominante (Zuleta, 1995).
Paulo Freire, otro gigante de la educación latinoamericana, complementa el pensamiento de Torres con su pedagogía del oprimido. Freire anuncia que la educación no es un acto neutral, sino un acto político que puede ser liberador o dominador. “Nadie libera a nadie, nadie se libera solo: los hombres se liberan en comunión” (Freire, 1970). La educación, para Freire, debe ser un proceso de concientización, donde los oprimidos toman conciencia de su realidad y se convierten en sujetos de su propia historia. Este enfoque se alinea perfectamente con el “amor eficaz” de Torres, ya que ambos buscan una educación que transforme la realidad social y promueva la justicia.
Por otro lado, el legado filosófico de Camilo Torres es un canto a la praxis, a la acción reflexiva y comprometida. Su pensamiento, nutrido por corrientes como el existencialismo y la teología de la liberación, nos invita a que los docentes asuman un papel fundamental: ser modelos de compromiso social. “El existencialismo es una doctrina que hace del hombre una responsabilidad”, afirmaba Sartre (1946), y es precisamente esta responsabilidad la que Torres nos exhorta a asumir.
Para Torres, era necesario insistir en la acción debe estar respaldada por la coherencia ética, lo que implica que los educadores no solo enseñen contenidos, sino que encarnen los valores que se desean transmitir. Este principio se compagina con la concepción gramsciana de los intelectuales orgánicos, aquellos que no se limitan a reproducir el estatus quo dominante, sino que se convierten en actores clave en la lucha por la transformación social (Rigal, 2011). Los estudiantes no solo aprenden a pensar, sino a actuar, a ser protagonistas de su propia historia. Por ejemplo, el caso de Gabriel García Márquez, quien, con su magia realista, nos ofrece una visión poética y profunda de la realidad latinoamericana. En sus obras, la educación no es un proceso aislado, sino una parte integral de la vida comunitaria. En “Cien años de soledad”, la escuela de (y es) Macondo refleja la sociedad, la escuela es el pueblo y el pueblo la escuela, un espacio donde se tejen las historias y se forjan los destinos. Gabo nos recuerda que la educación debe estar profundamente conectada con la cultura y la historia de la comunidad, un enfoque que resuena con el pensamiento de Torres y Freire.
Por tanto, la idea de repensar de manera crítica la historia pone en vilo las concepciones tradicionales (verticalistas, abstractas y acríticas) de enseñanza – aprendizaje, pues promueve propuestas dialógicas, con circulación de los roles de educador y educando, basadas en la recuperación y revalorización crítica de los saberes del conjunto de los involucrados en el acto educativo y promueve una mirada crítica de la realidad concreta. Las experiencias del pasado, la memoria de las luchas contra la opresión y la negación de derechos, la represión, son rescatadas en el imaginario colectivo en forma que favorezca la lectura del presente. Es decir, se busca una relación dialéctica que usa lo viejo para erigir lo nuevo.
El docente que adopta el amor eficaz como principio pedagógico no se limita a impartir conocimientos, sino que fomenta el pensamiento crítico, cuestiona las estructuras de poder y promueve la participación activa de sus estudiantes frente la búsqueda de soluciones en la sociedad. Más que un trasmisor de contenidos curriculares, se convierte en el guía que inspira a los estudiantes asumir un papel activo en la construcción de un mundo más justo. Como señala Freire (1970), la educación liberadora solo es posible cuando el docente deja de ser un mejo depositario del saber y se convierte en un facilitador del diálogo y la transformación. De allí que, en las escuelas latinoamericanas, los estudiantes deben trabajar en grupos para resolver problemas y realizar proyectos, lo que no solo mejoraría su aprendizaje, sino que también fomenta la solidaridad y la colaboración. Este enfoque no solo forma mentes brillantes, sino corazones solidarios.
Un docente que practica el amor eficaz busca generar espacios democráticos en el aula, donde cada estudiante se sienta escuchado y valorado, impulsando la formación de sujetos protagonistas y agentes de la transformación social, como sujetos activos de la historia. De esta manera, la educación se convierte en un proceso horizontal, donde tanto el educador como los estudiantes aprenden mutuamente en un ejercicio constante de praxis y reflexión crítica. Su “amor eficaz” nos recuerda que la educación no es solo un medio para el progreso individual, sino una herramienta poderosa para la transformación social. Su compromiso con la justicia social y su visión de una educación comprometida con la acción y la transformación de las estructura social, económica, política y cultural continúan inspirando a educadores y pensadores en Latinoamérica y más allá.
El legado de Camilo Torres es un llamado a la acción, a una educación que no solo replica contenidos curriculares, sino que también fomenta el pensamiento crítico, pero, sobre todo, que tiene una relación dialéctica al partir de la crítica para construir alternativas de poder dentro del campo de la educación, poder que pueda ser puesto en práctica a través del quehacer, y a una filosofía que no solo reflexiona, sino que también actúa. Su pensamiento, junto con el de Freire y García Márquez, sigue siendo una fuente de inspiración para aquellos que buscan una educación más justa y humana. En un mundo donde la indiferencia y la apatía parecen ganar terreno, el “amor eficaz” de Camilo Torres nos recuerda que el verdadero cambio comienza con el compromiso y la acción. Su legado es un faro de esperanza, una luz que guía el camino hacia una sociedad más justa y solidaria.
El amor eficaz, tal como lo planteó Camilo Torres Restrepo, es más que un principio ético; es una herramienta poderosa para la educación emancipadora. Al promover la solidaridad, la conciencia crítica y la acción social, este concepto transforma la manera en que los estudiantes se relacionan con el conocimiento y con su entorno.
Asimismo, los docentes tienen un papel crucial en este proceso de emancipación, pues a través de su quehacer y su ejemplo pueden inspirar a los estudiantes a vivir el amor eficaz en su cotidianidad. Como lo demuestran los planteamientos de Freire y Gabo, la educación es un campo de disputa en el que se define el futuro de la sociedad. Apostarle a una educación como revolución social significa asumir la enseñanza como un acto de resistencia y transformación, en la que cada aula se convierte en un espacio de lucha en donde se debe tener el puño en alto, pero también la sonrisa en los labios; y, sobre todo, la incontenible alegría en el corazón que construye un mundo nuevo, más justo y digno.
Referencias:
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
Herrera Farfán, N. A. (2022). El amor eficaz de Camilo Torres Restrepo: elementos para la discusión. Revista Kavilando, 14(1). ISSN: 2027-2391. ISSN-e: 2344-7125. https://portal.amelica.org/ameli/journal/377/3773733004/3773733004.pdf
Sartre, J. P. (1946). El existencialismo es un humanismo. Editorial Losada.
Gramsci, A. (1981) Los intelectuales y la organización de la cultura.
Torres Restrepo, C. (1965). El amor eficaz y la revolución. Ediciones Tercer Mundo.
Rigal et al. (2011). Gramsci y la educación: pedagogía de la praxis y políticas culturales en América latina. Noveduc.
Zuleta, E. (1995). Educación y democracia: un campo de combate. Planeta.