Por Shirley Ruiz
Artista, Costa Rica
A pocos meses de elegir nuevo presidente o presidenta en Costa Rica, vemos cómo las aguas están en tempestad y cómo algunos políticos -como pirañas oportunistas- intentan cazar a la mayoría de los votantes a su favor, usando endulzantes estrategias y planes de gobierno que a primera vista parecieran mejorar la condición del país.
Cuando menciono “la nueva derecha”, no me refiero a un fenómeno reciente. En 1970 el historiador argentino José Luis Romero publicó: El pensamiento político de la derecha latinoamericana, donde menciona: «Sería una abstracción peligrosa realizar el examen de la derecha en términos exclusivamente teóricos, evitando la puntualización de las correlaciones entre las doctrinas y los grupos sociales, o sorteando el análisis de las relaciones entre el pensamiento de la derecha y el de las demás corrientes políticas». Agregaba: «ningún movimiento ideológico o político puede entenderse sino dentro del juego de situaciones reales y controversias en que surge y se desarrolla».
Podemos relacionar las palabras del historiador con el poema de Jorge Luis Borges que dice:
No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo.
Nos explica Verónica Giordano, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, que el énfasis del poema radica en la temporalidad histórica o, dicho de otro modo, en la historicidad inherente al fenómeno y concepto de «nuevas derechas».
En estos días, a raíz de tanto discurso político maquillado de una y mil formas, leía el libro: La nueva derecha en Costa Rica, publicado este año por la Fundación Friedrich Ebert América Central que nos lleva a analizar ciertas preguntas:
¿Cómo es la nueva derecha de Costa Rica?
¿Cómo se explica su surgimiento y qué la inspira?
¿Cuáles son sus apoyos económicos, políticos y sociales?
Durante la campaña electoral de 2018, en Costa Rica emergió un discurso que radicalizó la derecha política, coincidiendo con la cuarta ola mencionada por Cas Mudde, donde nos hablan de las peligrosas tendencias en las democracias del mundo.
En ese momento electoral, después de más de 55 años gobernados por los dos principales partidos políticos en el país, surgen otras agrupaciones que, en algunos momentos de la campaña, se posicionaron como las de mayor preferencia entre los costarricenses, según las encuestas preelectorales del Centro de Investigación y Estudios Políticos. Encuestas que luego se supo habían sido manipuladas, algunas de ellas engordando las cifras para poner al pueblo en un momento de alta tensión política.
Así surgen grupos como: el Partido Integración Nacional (PIN) y el Partido Restauración Nacional (RN). Ambos pueden identificarse como partidos populistas, conservadores, de derecha, que fueron radicales con ideologías nativistas, autoritarias y populistas. La mayoría de costarricenses nos vimos arrinconados para elegir entre dos partidos políticos, uno conservador (RN) y otro que se hacía pasar por “socialdemócrata” (Partido Acción Ciudadana: PAC). A raíz de esto, la mayoría de los ciudadanos salió a votar por el PAC, aunque sin pertenecer a él y teniendo en cuenta que veníamos de cuatro años gobernados por ellos mismos donde no hubo avances significativos para el país y gobernaron medidas y leyes propias de la derecha liberal. En medio de la disyuntiva entre el partido conservador cristiano de derecha (Restauración Nacional) o continuar con el PAC, pues elegimos de nuevo a éste.
Tenemos claro que los gobiernos de derecha o ultraderecha en América Latina representan un desprecio por la democracia y por los derechos humanos, pero ahora necesitan votos, necesitan llegar a ocupar sillas presidenciales o curules en la Asamblea Legislativa; entonces -contradictoriamente- se presentan como “derechas democráticas”, se visten de discursos democráticos que en el pasado no usaron los partidos de derecha de los años 1970, cuando realmente eran autoritarios e incluso relacionados con el terrorismo de Estado.
Hoy, los discursos de las nuevas derechas tienen que ver principalmente con un modelo anti-bienestar, es decir, una crítica profunda a los modelos de bienestar, un ataque y descalificación al papel del Estado como agente principal en la provisión, tanto a nivel individual como colectivo. Además, mostramos cómo los movimientos anti derechos y nuevas derechas tienen una crítica profunda al papel del Estado en las mencionadas dimensiones de la vida cotidiana de todos y todas, que permiten esa idea o construcción de este modelo. Y lo hacen por medio de la defensa de un modelo económico, esto es, un modelo de corte neoliberal.
El neoliberalismo de estos tiempos no es neoliberalismo de los 90’, pero tiene una premisa común: la disminución del gasto público por medio de la reducción en la participación estatal, el aumento en las privatizaciones de aquellos bienes comunes o públicos y la apertura de los mercados en las áreas básicas.
En Costa Rica, recientemente surge el “Partido Progreso Socialdemócrata”, que actualmente nos gobierna; fue fundado en 2018, con una ideología “socialdemócrata” y ubicado en el aspecto político centro derecha. En el ámbito económico, el partido nació bajo la idea de que el Estado, en conjunto con el mercado, no son excluyentes y deben trabajar en equipo. Cree en que pueden converger los principios de un sistema económico capitalista y las demandas genuinas de los habitantes de Costa Rica. Cree que se puede trabajar en un marco de pleno respeto y apego a la institucionalidad democrática.
Historiadores como Olga Echeverría y Ernesto Bohoslavsky, en las ediciones del Taller de Discusión sobre las Derechas en el Cono Sur, siglo XX, han convocado a estudiosos que se han centrado en las coyunturas más visitadas en los análisis sobre el tema, ubicándose desde 1920 hasta 1980, donde exactamente las derechas latinas aparecen como abanderadas de la democracia representativa.
La revista Nueva Sociedad publica un trabajo de Franz J. Hinkelammert titulado: Democracia y nueva derecha en América Latina, donde precisamente habla sobre “la nueva derecha latinoamericana” y señala como novedad la defensa que ciertos grupos herederos de las dictaduras militares de los años anteriores hacían de la democracia “instrumental” y la totalización del mercado, el control de los medios de comunicación y la utopía de una democracia dialogante.
Por lo tanto, Centroamérica y en este caso específico Costa Rica, no se libran de estos fenómenos, los cuales -a diferencia del Sur- ya se venían presentando años atrás. Como una ola: nos llega el turno de transitar y ser parte de las eventualidades históricas en las que las derechas y la democracia vienen mezcladas.
La radicalización de la derecha en el espacio político costarricense se hace visible a través de temas culturales y de derechos humanos con acento neoliberal; abrazan teorías conspirativas de extrema derecha pro-Trump, donde temas de inclusión y valores éticos y morales conservadores se vuelven el centro de atención y alejan al pueblo de los ejes principales por donde deberían transitar las verdaderas problemáticas del país.
Partidos o Gobiernos como el actual, poco a poco han ido desmantelando el Estado de Derecho, afectando políticas públicas en la educación, la salud, la distribución de energía y de agua potable. Han dejado desempleadas a muchas personas, sin importar la afectación que estas tendrán. Cada vez más, en sus discursos se fortalece la privatización de las instituciones públicas y la explotación laboral, en ellos predomina un discurso popular, pobre y de baja calidad, pero que logra convencer a las clases más vulnerables con la mentira de que el gobierno está “por y para el pueblo”.
En resumen, y como nos describe el libro de La nueva derecha en Costa Rica, el principal reto del progresismo consistirá en preservar los avances en materia de derechos humanos y de protección social del Estado, frente a estos nuevos proyectos políticos desestabilizadores, mientras encuentra la manera de volver a la ofensiva. El panorama -a ocho meses de las elecciones presidenciales y parlamentarias- nos muestra un alto porcentaje de costarricenses que abrazan los discursos de las “nuevas derechas”.
En esta coyuntura vienen a mi mente las palabras de Eunice Odio, escritora costarricense que -decepcionada de la democracia que se vivía en 1930- dijo: “Si me dieran a elegir, entre formar parte de los poderosos de la Tierra y ser parte de los que pueden dar vida nueva a la palabra, ni un momento vacilaría…”. Me quedo con la pregunta y el reto: ¿Dónde están los costarricenses que podemos dar vida nueva a un país?