Por Alicia Fuentes Rebolledo
Psicóloga, Magíster en intervención psicojurídica y forense. Actualmente cursando el Magíster en Investigación en Psicología (Universidad Alberto Hurtado), desarrollando estudios sobre justicia participativa y amigable para niños, niñas y adolescentes.
“Alicia Marcela Aguilar Carvajal murió ese día a las 20:15 horas, en Plaza Panamá, por una herida de bala torácica con salida de proyectil, según el Certificado Médico de Defunción del Instituto Médico Legal. El día de los hechos, alrededor de las 17:30 horas, la menor se encontraba jugando en compañía de su hermana en la Plaza Panamá, ubicada en Martínez de Rosas con Maturana, a dos cuadras de su domicilio. Repentinamente aparecieron numerosos vehículos militares, cuyos efectivos dispararon en distintas direcciones. Alicia Aguilar fue alcanzada por uno de estos proyectiles y falleció cuando era conducida hasta un centro asistencial. Considerando los antecedentes reunidos y la investigación realizada, el Consejo Superior de esta Corporación declaró a Alicia Marcela Aguilar Carvajal víctima de violación de derechos humanos, cometida por agentes del Estado que hicieron un uso indebido de la fuerza” (Libro “Rompiendo el silencio de niñas, niños y adolescentes ejecutados políticos durante la dictadura cívico -militar 1973-1990”).
De acuerdo a las cifras señaladas por el denominado Informe Rettig (Comisión Nacional de la Verdad y Reconciliación) se plantea que al menos 307 personas menores de 20 años fueron ejecutadas, de los cuales 75 son detenidos desaparecidos. Asimismo, en este informe se da cuenta de 102 casos de menores de edad detenidos junto a sus padres o nacidos en prisión. Por su parte, la Comisión Valech I (Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura) acredita que la represión ejercida en contra de menores de 18 años asciende a 1.080 testimonios. Posteriormente, con el Informe Valech II las cifras aumentaron significativamente.
Historias como las de Alicia, de 6 años, impactan y sobrecogen. De niños, niñas y adolescentes que fueron víctimas de torturas, apremios y asesinatos. De niños, niñas y adolescentes que nunca volvieron a sus casas, a sus juguetes, a sus colegios, a sus amigos. De niños, niñas y adolescentes que fueron víctimas indirectas de estas mismas acciones en contra de familiares, vecinos y amigos, a quienes nunca volvieron a ver.
Pese a lo anterior, solemos pensar en la infancia como un lugar idealizado, ajeno a conflictos sociales y políticos. Incluso, muchos adultos piensan que los niños y niñas no deben involucrarse en temas políticos u opinar sobre la contingencia social de un país. Más aún, muchos creen que aquellos y aquellas que no vivieron un acontecimiento histórico, no pueden opinar sobre éste – menos aún si el opinante es un niño, niña o adolescente.
Lo cierto es que los niños, niñas y adolescentes que vivieron el período de la dictadura cívico-militar sí tienen algo que contar al respecto. En nuestro país, han existido algunas iniciativas al respecto, destacando el proyecto FONDECYT “Niñez en dictadura (1973-1989): Tácticas de resistencia en la niñez”, de la investigadora Patricia Castillo, el que ha rescatado objetos de aquellos adultos que fueron niños y niñas durante dicho período – como cartas, dibujos y diarios de vida, entre otros-, para conocer de primera fuente sus vivencias, más allá del discurso adulto y de las posiciones políticas.
De esta forma, reconstruir la experiencia de niños y niñas respecto de la dictadura implica rescatar su voz, su opinión, sus puntos de vista y afectos. También nos brinda la posibilidad de conocer sus temores y probablemente en varios casos, los traumas que pueden haber experimentado y cuyos efectos eventualmente se mantienen y recrudecen, dado el hito histórico de la conmemoración de los 50 años desde el Golpe de Estado.
Adentrándonos en las experiencias de las infancias y adolescencias en este período de nuestra historia reciente, podemos considerar diversas formas de violencia, tanto desde la represión directa (sustracción, torturas, asesinatos) como aquellas instaladas en su vida cotidiana, a través de lo que podían observar en sus familias, barrios y en los medios de comunicación, constituyendo un clima de tensión en el cual se desarrolla la infancia de muchas y muchos de los que hoy somos adultos. En los relatos de los niños y niñas de esos tiempos encontramos represión, temor, palabras vedadas en su vocabulario o que se decían en susurro (“degollado”, “torturado”, “desaparecido”) y la sospecha permanente respecto del otro. Por su parte, los centros educativos también fueron objeto de un intenso control por parte de las Fuerzas Armadas, en relación a una vigilancia permanente tanto de la comunidad educativa en general como en contenidos que pudiesen ser contrarios al régimen militar. Además de la desaparición y muerte de estudiantes y profesores, instancias como los centros de alumnos fueron prohibidos, dada la restricción al derecho a reunión.
Como señala Elizabeth Lira (2010) es frecuente que se hagan llamados a la reconciliación, al perdón y al olvido como una forma de superar el pasado conflictivo. Sin embargo, para aquellas personas que fueron víctimas de cruentos crímenes, para familias que perdieron seres queridos, para los niños y niñas que tuvieron una infancia marcada por la tensión, la amenaza y el miedo, para los jóvenes que debieron transitar a la vida adulta en este contexto de desesperanza, no siempre es factible, porque ahí es donde opera el trauma, la huella psíquica que marca la organización del mundo interno de estas personas, cuyas secuelas pueden acompañarlos de por vida. La vivencia de la infancia y/o la adolescencia en un contexto histórico como una dictadura puede constituir una experiencia adversa para cientos y miles de niños, niñas y adolescentes, que finalmente derive en la experimentación de un trauma que puede acompañarlos durante su desarrollo y vida adulta.
Muchas sociedades que han enfrentado conflictos similares se han reconstruido sobre la base del reconocimiento de la violencia experimentada, de las víctimas que la padecieron y de las consecuencias que ello trajo a la sociedad en su conjunto. Esfuerzos de solidaridad, apoyo y reparación son iniciativas que deben sostenerse en el tiempo y que son elementos que favorecen la tramitación mental de las experiencias de trauma.
A 50 años del Golpe de Estado que dio paso a la dictadura civil y militar, tenemos el imperativo de avanzar a convertirnos en una sociedad más tolerante e inclusiva. Si pensamos en las infancias y adolescencias, también nos asiste el deber de brindarles espacios de bienestar y cuidado para su desarrollo. Debemos pensar a los niños y niñas – actuales y pasados – como constructores de su tiempo, de su espacio y de su voz, como actores partícipes en nuestra sociedad.
Referencias
- Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos. Rompiendo el silencio de niñas, niños y adolescentes ejecutados políticos durante la dictadura cívico -militar 1973-1990. Disponible para descarga en https://www.cultura.gob.cl/publicaciones/rompiendo-el-silencio/
- Castillo-Gallardo, P., Peña, N., Rojas Becker, C., & Briones, G. (2018). El pasado de los niños: Recuerdos de infancia y familia en dictadura (Chile, 1973-1989). Psicoperspectivas, 17(2). https://doi.org/10.5027/psicoperspectivas-vol17-issue2-fulltext-1180
- Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (1991). Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (Rettig). Santiago: Instituto Nacional de Derechos Humanos.
- Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (2005). Informe de la comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Valech). Santiago: Instituto Nacional de Derechos Humanos.
- Lira, E. (2010). Trauma, duelo, reparación y memoria. Revista de Estudios Sociales [En línea], 36| Agosto 2010.