Descentrados Chile

Simulacro y puesta en escena 

Fotografía: Pinterest

Por Álvaro Quezada Sepúlveda

Profesor y Magíster en Filosofía, mención axiología y filosofía política, Universidad de Chile. Editor de Acta Bioethica y Anales del Instituto de Chile

Contacto: alvaroque@gmail.com

 

La metáfora que describe la vida como un escenario es sumamente popular. Sirve para toda intención y argumento. Todos somos actores en el escenario de la vida y actuamos nuestro papel de la mejor manera posible. Lo que sea esa “mejor manera” depende de lo que queramos mostrar a los demás, lo que queremos que vean de nosotros. Según su desempeño seremos juzgados, absueltos o condenados.

En el mundo humano todo es actuación y simulacro. Me siento tentado a afirmar que todo no es sino eso: puesta en escena, representación de personajes. No es deshonestidad, no es hipocresía, pues no hay una autenticidad que se oponga a la actuación; solo otra máscara de representación, otro personaje con otro guión.

No llegamos a conocer al Otro; no sabemos cuándo estamos ante él. Es otro Otro, siempre en representación. Y me atrevo a decir que ni siquiera el Otro conoce al actor que lo representa, que siempre se encuentra en representación, actuando un rol. 

Quienes habitan socialmente se sienten obligados a representar un papel que los identifique como un determinado personaje, y que los demás puedan reconocer sus características, aun si ha pasado mucho tiempo. Así, definir a un sujeto consiste en describir los rasgos del personaje que este sujeto se ha esmerado en representar, en ese momento, en ese lugar.

Las personas construyen desde sí mismas un personaje. Un constructo identitario asociado con conductas, actitudes, usos y creencias, ideas y valores. Su discurso expresa ese personaje y, de modo variable, en algunas el personaje tiende a prolongarse en el tiempo, mientras que en otras se modifica constantemente. Nadie tiene certeza de conocer al “verdadero” Otro —el auténtico, si existe—, ni siquiera de conocer al sí mismo. 

Es siempre un simulacro, una puesta en escena. Representamos el papel de un personaje con todos los que nos rodean. Ni el más cercano conoce qué hay efectivamente detrás de los papeles que representa cada actor con su personaje; y hay, según sea el espectador, diferentes personajes. 

Saber cómo es el actor detrás de su personaje es tarea difícil, y hasta imposible me atrevo a decir. Un buen actor buscará la manera de ser fiel a su personaje, para que el espectador no reconozca en él al actor que lo representa. El buen actor se oculta eficazmente tras su personaje, y lo que digan de su personaje lo dirán en realidad de él.  

La vida política, ya que hablamos ahora de eso, en una puesta en escena. Todos los personajes políticos actúan siguiendo un guión, e improvisando cuando es necesario. Hay quienes deciden representar papeles de “buenos”, de moralmente intachables, y han debido hacer ingentes esfuerzos para seguir representándolos aun cuando otros guiones, representados por otros actores en otros personajes, los han puesto en aprietos. Entonces, aquellos descalifican al acusador, pero no enfrentan las acusaciones. Prefieren construir otros relatos que empalmen mejor con el personaje: ser víctimas de persecución o conspiración.

Pero hechos hay —eso creemos—, solo que muchas veces es difícil saber acerca de ellos. Por ejemplo, alguien muere y es difícil negarlo (más fácil ocultarlo, empero). Pero el hecho existe: se está vivo o se está muerto. Sin embargo, al saber de ello, al vivirlo socialmente, hay relato, guión, representación, es decir, siempre hay mediación.

Los medios representan, ponen en escena, revelan de un modo específico siguiendo un guión (instrucciones). Los medios son teatro aparte. La mirada ingenua cree que solo informan y creen “de pie juntillas” lo que los medios transmiten (“lo vi en la tele”, es prueba de verdad). Muchos medios, hoy, han decidido sincerar eso y abiertamente opinan y juzgan, es decir, superponen su propio guión.

El mundo social y político es un escenario. Es la metáfora repetida por los intérpretes para referirse a cualquier suceso o fenómeno de ese carácter. Hay un escenario y hay actores, pero poco se piensa en el significado profundo de esa descripción. Si hay actores en un escenario, entonces hay guiones, que cada uno de ellos actúa. Esos guiones dan cuenta de personajes que tienen una identidad, la que se despliega en acciones y discursos.  

En esta puesta en escena política los guiones —y por tanto las identidades— cambian. El espectador ya no está dispuesto a oír lo que no quiere oír; el guión debe cambiar de acuerdo con el espectador. Pero el espectador tampoco sabe cuál es el guión que prefiere: es necesario que lo persuadan de lo que le gusta. Cuando el espectador ya está en condiciones de elegir lo que le gusta, el actor representa entonces a un personaje que satisface las preferencias del espectador. El espectador debe enterarse respecto de lo que prefiere y actuar en consecuencia. 

La puesta en escena es variable y no respeta “principios” ni “verdades”. Lo que ayer era preferible hoy es desdeñable; lo que ayer era el centro del relato hoy es periférico y no esencial. El actor se adapta para representar el guión actual de su personaje. “Principios” y “verdades” son solo declaraciones en el guión, de acuerdo con las preferencias del espectador.

Simular y disimular son dos caras de la misma acción de representar. Se simula lo que no se tiene, pero se desea tener; se disimula lo que se tiene y se desea ocultar. La simulación y el disimulo son el espectáculo. Los espectadores siempre disfrutan con un buen simulacro, los debates son prueba de ello. El debate es un espectáculo, los conductores son también actores que representan un personaje y su guión cambia según quien conduce el teleprompter. El asesor más importante de un candidato es el asesor de imagen, la manera como el espectador del debate percibe al personaje determina adhesión o repulsa. No han mensaje en el discurso —salvo en lo formal—, sino en la apariencia, en la imagen.

Un candidato (un actor) ha representado este mismo papel por cinco elecciones consecutivas, y siempre es otro personaje —o el mismo, solo que con distinto guion—. Su virtud (o su defecto) consiste en el no compromiso, en la distancia con su personaje, de modo que puede rehacerlo a voluntad y permanecer siendo el mismo (solo que nunca sabemos quién es).  Siempre es simulacro. 

Hay candidatos que adquieren dignidad y carisma desde el apellido, como si solo llevarlo asegurara un guión prestigioso a su personaje. Un personaje superpuesto produce adhesión, pero también confunde al espectador: puede ser una vulgar copia del original, que sí era un personaje.

Por otro lado, hay personajes que, a su vez, representan un nuevo personaje. El guión les obliga a actuar representando un otro personaje. Está una “abuela”, que debate agitando una pluma rosa; el empresario exitoso que quiere aplicar su fórmula en el Estado; el cantante de moda, la tarotista o el animador popular. 

Lo decepcionante es sentirse parte de esta puesta en escena, siendo actores y espectadores de un mismo espectáculo en el que todos son solo personajes al servicio de un guión. Y, claro, no hay sustancia, no hay trasfondo, todo es “líquido”. No hay base sólida que genere confianza y compromiso. Pero los escépticos son también parte del espectáculo.

Obligados a “decidir de acuerdo con nuestras preferencias y a elegir a quienes serán nuestros representantes de opinión y legislarán para nuestro beneficio”, los espectadores queremos saber antes: ¿qué dan hoy en la televisión?