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Educación en salud y cultura: pilar fundamental en la construcción de conciencias críticas

Fotografía:Chamille

Por Camilo Bass del Campo
Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria (Universidad de Concepción) y en Salud Pública. Magíster en Administración de Salud. Desempeño académico en el Programa de Salud Colectiva y Medicina Social de la Escuela de Salud Pública (Universidad de Chile), dedicado a los temas de: Docencia y Atención Primaria de Salud, Talento Humano en Salud, Seguridad Social y Políticas Públicas.

La educación en salud no se debiera limitar a la transmisión de conocimientos médicos o promover hábitos saludables. Es un proceso integral que requiere incorporar el contexto social y la cultura de las comunidades, permitiendo la formación de una conciencia crítica que empodere a las personas y colectivos para actuar en favor de su bienestar y el de su entorno. Abogando por una visión integral de la salud enraizada en las realidades sociales y culturales.

Autores como Jaime Breilh y Vicente Navarro han destacado que la salud debe entenderse como un proceso social, y no únicamente como un fenómeno biológico. La educación en salud, en este sentido, debe ir más allá de lo biomédico, abordando su determinación social y reconociendo la cultura como un factor fundamental en la manera en que las personas entienden y experimentan la salud.

La cultura influye profundamente en la percepción de la salud y en las prácticas relacionadas con el bienestar. Las creencias, valores y tradiciones de una comunidad deben ser consideradas al diseñar programas educativos. Un enfoque culturalmente pertinente, no solo respeta la diversidad, sino que también facilita la apropiación del conocimiento y la acción transformadora por parte de las comunidades.

La educación en salud que incorpora la cultura contribuye a la formación de conciencias críticas, un concepto central en la medicina social. Esto significa no solo entender la salud en términos individuales, sino también en términos colectivos y estructurales. Una conciencia crítica permite cuestionar las desigualdades y las injusticias que afectan la salud y movilizarse en contra de ellas, promoviendo una praxis transformadora.

Tras la dictadura en Chile, la promesa de participación social fue parte de los supuestos cambios en el sistema, aunque los avances aún siguen siendo muy limitados. En la década de 2000, con la reforma del sistema de salud, se volvió a enfatizar la participación social como un principio orientador, aunque en la práctica, no se ha convertido en un mecanismo real de empoderamiento de la población. La Ley de autoridad sanitaria y la Ley de derechos y deberes de las personas en salud son cuerpos legales que buscan fomentar la participación ciudadana en salud, estableciendo aspectos como el acceso a la información y la participación de los/as usuarios/as en la toma de decisiones. Sin embargo, los esfuerzos para promover la participación real en salud han sido tímidos y poco efectivos, restringiéndose a una participación consultiva dentro de un sistema altamente jerarquizado.

Es fundamental avanzar hacia una verdadera democratización del sistema de salud, promoviendo la triestamentalidad en la toma de decisiones. Esto implica la inclusión equitativa de trabajadores/as de la salud, usuarios/as y representantes del Estado en las instancias de decisión, permitiendo que todos los estamentos involucrados en el sistema de salud tengan una voz efectiva y puedan influir en las políticas y prácticas que los afectan. Sin esta triestamentalidad, las decisiones seguirán reflejando solo las perspectivas de un grupo reducido, perpetuando las inequidades existentes.

La falta de conocimientos de cuidados de la salud en la ciudadanía genera dependencia hacia el sistema de salud, que se ve reforzada por el enfoque biomédico predominante. Esta dependencia limita la capacidad de las comunidades para tomar decisiones autónomas y enfrentar sus problemas de salud de manera efectiva. Por ello, es crucial fomentar una conciencia crítica que promueva la autogestión de las comunidades en la resolución de sus necesidades de salud, alejándose del modelo médico hegemónico y buscando una comprensión más amplia de la salud, como buen vivir o sumak kawsay, conceptos que integran el bienestar individual, comunitario y ambiental.

Este cambio no puede lograrse sin transformar también la formación de los/as trabajadores de la salud. Actualmente, la educación en salud está dominada por los intereses del complejo médico-industrial farmacéutico, que margina otras formas de conocimiento. La formación debe ser más integral, incluyendo enfoques de medicina social, salud colectiva y saberes ancestrales, para preparar a los/as profesionales de salud a comprender y responder a las realidades complejas y diversas de las comunidades. Solo así podremos avanzar hacia un sistema de salud que realmente sirva a las necesidades de la población, y no a los intereses económicos de un sector.

El respeto y fortalecimiento de los saberes ancestrales y populares en salud es otro pilar esencial para una educación en salud transformadora. Según Eduardo Menéndez, la integración de estos saberes es crucial para entender y abordar los procesos de salud-enfermedad desde una perspectiva más holística. Incorporar estos conocimientos en los programas de salud no solo reconoce la diversidad cultural, sino que también fortalece la identidad y la cohesión comunitaria, promoviendo una salud integral y sostenible.

Para construir una sociedad más justa y saludable, es imprescindible que la educación en salud se enfoque en la formación de conciencias críticas, integrando los contextos culturales de las comunidades y promoviendo una participación social efectiva. Avanzar hacia la triestamentalidad en la toma de decisiones, respetar y fortalecer los saberes ancestrales y populares, y transformar la formación de los trabajadores de salud son pasos necesarios para empoderar a las personas y convertirlas en agentes de cambio en sus sociedades. Este enfoque es clave para transformar el sistema de salud y hacerlo verdaderamente inclusivo y equitativo, alineándose con un modelo de desarrollo que priorice el bienestar humano y la sostenibilidad planetaria por sobre el crecimiento económico.