Descentrados Chile

Educar para Transformar: Salud, Comunidad y Poder local

Fotografía: Alexandra Faúndez

Por Camilo Bass del Campo

Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria (Universidad de Concepción) y en Salud Pública. Magíster en Administración de Salud. Desempeño académico en el Programa de Salud Colectiva y Medicina Social de la Escuela de Salud Pública (Universidad de Chile), dedicado a los temas de: Docencia y Atención Primaria de Salud, Talento Humano en Salud, Seguridad Social y Políticas Públicas.

Hoy más que nunca, en un país atravesado por profundas desigualdades estructurales, necesitamos repensar el rol transformador de la educación en salud. No se trata únicamente de formar profesionales para desempeñarse dentro de un sistema que arrastra décadas de segmentación, privatización y exclusión. Se trata, sobre todo, de educar en y desde la comunidad para que las personas recuperen el control sobre sus vidas, cuerpos y territorios. Esta es una tarea urgente si realmente aspiramos a una sociedad más justa, solidaria y saludable.

Desde la medicina social y la salud colectiva, se comprende que la educación en salud debe estar al servicio de la transformación de las condiciones de vida que enferman, no de su administración tecnocrática. No puede limitarse a la transmisión de conocimientos clínicos o técnicos, sino que debe constituirse en un proceso político pedagógico capaz de despertar conciencia crítica, fortalecer la organización comunitaria y promover prácticas emancipadoras. En ese sentido, tanto la formación universitaria como la educación popular en salud deben ser espacios donde se cuestionen las causas profundas de la enfermedad y se reconozcan los saberes ancestrales y populares, como formas legítimas de conocimiento y acción en salud.

Sin embargo, la realidad formativa actual, particularmente en las carreras universitarias de medicina y otras profesiones de salud, dista mucho de este horizonte. La evidencia disponible en nuestro país muestra una formación atrapada en un modelo hospitalocéntrico, biomédico y centrado en la especialización. A pesar de los discursos institucionales que declaran un compromiso con la Atención Primaria de Salud (APS), la experiencia formativa concreta relega este nivel de atención a espacios marginales, generalmente poco valorados, y sin condiciones pedagógicas ni institucionales adecuadas. Esta contradicción entre el perfil de egreso declarado y la práctica educativa reproduce una cultura profesional orientada al exitismo, al saber acumulativo y a la distinción jerárquica de la especialidad frente al generalismo que trabaja en el territorio.

La formación en atención primaria (AP) durante el pregrado, cuando existe, suele estar restringida a pasantías de corta duración, tutorías poco sistematizadas, y contextos institucionales sobrecargados. En muchos casos, las y los estudiantes llegan a su internado de AP con una imagen previamente deteriorada de este nivel de atención: se les ha transmitido que es un espacio de menor exigencia académica, de escasa complejidad clínica y con baja proyección profesional. Lo que no se discute en la formación, es que estas características son producto de décadas de desinversión estatal, precarización del trabajo sanitario y debilitamiento deliberado de la estrategia de APS.

En este escenario, el currículum oculto y el modelaje docente actúan como dispositivos potentes de reproducción del modelo hegemónico. No sólo se enseña lo que se dice, sino lo que se hace y lo que se omite: se naturaliza la desvalorización del trabajo en comunidad, se refuerza la idea de que la medicina “real” ocurre en los hospitales, y se invisibiliza la especialidad de medicina familiar y comunitaria como una opción legítima y necesaria para un sistema de salud centrado en las personas y territorios.

Por otro lado, las políticas públicas en salud, incluyendo iniciativas como la Atención Primaria de Salud Universal (APS-U), han utilizado un discurso de equidad que no se traduce en transformaciones estructurales reales. Uno de los aspectos más preocupantes de esta política es la forma superficial en que se ha abordado la participación comunitaria. Aunque se incorporan estrategias como los “diálogos ciudadanos” o la “cartografía de activos comunitarios”, estas acciones no han sido acompañadas por mecanismos de toma de decisión real ni de poder vinculante para las comunidades. La participación, en estos casos, sigue siendo funcional y consultiva, sin incidir en la gestión efectiva de los servicios de salud ni en el uso de los recursos públicos.

La educación en salud, en este contexto, debe ser una herramienta para transformar esta lógica. Debe formar profesionales capaces de trabajar con las comunidades, no sobre ellas. Y debe habilitar procesos de autogestión comunitaria en salud, en los que las personas sean protagonistas activas en la producción y defensa de sus condiciones de vida. Esto requiere generar espacios formativos donde se integren conocimientos biomédicos con enfoques territoriales, interculturales, ecológicos y de derechos humanos; donde la salud se entienda como una construcción colectiva y donde el vínculo con el territorio no sea una práctica ocasional, sino el centro del quehacer sanitario.

Avanzar hacia una salud transformadora implica recuperar el sentido político de la formación en salud. Implica disputar el relato dominante que reduce el cuidado a una prestación de servicios y al individuo como paciente-consumidor/a, para reemplazarlo por una visión integral, comunitaria y solidaria de la salud. También implica resistir la mercantilización del cuerpo y del conocimiento, y proponer una pedagogía crítica que dignifique la vida, democratice el saber y fortalezca la soberanía de los pueblos sobre sus cuerpos y territorios.

Chile necesita una educación en salud que se enraíce en sus comunidades, que fortalezca la autonomía local y que sirva como base para la construcción de un sistema único, universal, gratuito y sin fines de lucro. No bastan las reformas de escritorio ni las supuestas buenas intenciones institucionales. Necesitamos una transformación educativa y sanitaria desde abajo, desde los territorios, desde la digna rabia de quienes saben, con certeza histórica, que la salud no se delega: se conquista.