Descentrados Chile

El papel de las organizaciones económicas populares en la reproducción de la vida: Una gran olla común para el avance de la soberanía alimentaria.

Fotografia: Karin Berlien

Por Juan Corrales
Trabajador Social e investigador de la economía popular, social y solidaria. Coordinador del Paisaje de Conservación en la comuna de Ancud, Chiloé.

 El 18 y 19 de octubre de 2019 en Chile se abrió un proceso que está lejos de cerrarse, menos aún considerando la siguiente herida abierta por la Pandemia y que develó con profunda claridad las desigualdades latentes en este país. Digo claridad porque nos acechan sombras que persisten en oscurecer ese despertar, que quedará claro una vez que el domingo 4 de septiembre se apruebe la primera Constitución elaborada en forma democrática. ¿Creen posible que gane el rechazo en un país lleno de ollas comunes? ¿cuya mejor y a veces única respuesta como pueblo ante una crisis sigue siendo su propia inventiva y tenacidad?

El modelo económico que hoy rige prácticamente todos los ámbitos de nuestra existencia terrenal no es el único existente, ni capaz, ni mejor. No es así para los 4 quintiles de familias chilenas que viven endeudadas y al margen de los beneficios de un país OCDE. Un país condenado a pagar, a trabajar para pagar arriendos, deudas, estudios, deudas, alimentación, deudas, salud, deudas… a cada paso, una deuda. Claro que se puede ahorrar, pero ¿a qué costo? Alimentarse mal, dormir menos, trabajar más y enfermarse. Seres humanos en edad productiva con enfermedades cada vez más catastróficas, degenerativas y altamente costosas para el sistema de salud pública. Nos quieren deprimidos, desmoralizados y dóciles, así al menos nos tuvieron hasta antes del 2019.

Ese renacer, aquel estallido, irrupción, cataclismo, rebelión o como quiera llamarse, desencadenó toda una serie de mecanismos ocultos en la memoria colectiva que casi instantáneamente dieron fruto a múltiples expresiones soberanas que se regaron por todo el país. Una de ellas, de las más significativas, es la olla común. Y, como con otros fenómenos que resurgen cada cierto tiempo o para determinados momentos históricos, había cierta expectación sobre cuándo sucedería que las ollas comunes retomarían su lugar en la organización de la vida colectiva. La pregunta no era si sucedería o no, sino cuándo sucedería. Y algunas personas fuimos en su búsqueda y volvimos a aprender de este dispositivo de resistencia, de emancipación, de organización y conciencia colectiva.

Al llegar la primavera ya conocíamos el sabor de la olla común y sus saberes poco a poco irrigaban nuestro quehacer, no sólo el colectivo, sino también desde un hogar sencillo que se organiza tal y como lo hace una organización económica popular. La olla común era nuestra forma de investigación acción participativa y militante, nos adentrábamos en la memoria de un país herido mediante una labor socioeducativa y popular para fomentar la organización del mundo de los pobres, pero no cualquier organización. Este dispositivo que nos permitía alimentarnos para resistir también era nuestra unidad productiva y desde allí trabajamos colectivamente, vendiendo lo que producíamos y compartiendo el alimento con quien no podía acceder.

Cuando en Chile la crisis estalla en la década de los 80’, y los programas PEM y POJH del Estado entregaban 1/3 del sueldo mínimo a cambio de trabajar en condiciones que denigraban el potencial humano, en paralelo, la movilización económica de los pobres hizo surgir desde la clandestinidad un complejo entramado de grupos que habitaban la marginalidad de las ciudades en medio de una represión asfixiante. A estos grupos los caracterizarán y el PET acuñará el concepto de organizaciones económicas populares gracias a las investigaciones de sus asociados y asociadas, además de sugerir el tránsito de una economía popular a una economía de la solidaridad. Dos formas distintas de enfrentar la crisis, complementarias por quienes se ven afectados y afectadas, que revelan la desigualdad de una sociedad que ha decidido ser menos que la suma de sus partes.

Para trabajar, para producir, esta refinada y costosa máquina que llamamos cuerpo humano necesita alimentarse, contar con combustibles y no de cualquier calidad. Al igual que otras máquinas puede funcionar con “alternativos” o “suplementos” que amortiguan principalmente la fatiga, no así el hambre que trae consigo la ausencia de justicia e igualdad. A la larga aparecen la enfermedad, luego el remedio y nuevamente la enfermedad. Negocio redondo del capitalismo.

Por lo tanto, alimentarnos para un buen vivir implicará la toma de conciencia y voluntad de transformación de muchas esferas tanto individuales como colectivas, es decir, un cambio cultural que necesariamente debe estar asociado con nuestros hábitos diarios. ¿Por qué? Porque como se señaló, la oscuridad se cierne y acecha el despertar de un país en deuda de amor propio, entonces “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.

Si el primer momento fue la experiencia de comer juntos y juntas, la segunda fue integrar las ollas comunes a las redes de abastecimiento y comprando juntos en un acto de memoria colectiva al acceder a saberes que se encuentran en latencia a la espera del estímulo indicado. Las mujeres que lideraron la resistencia del mundo popular en dictadura lo hicieron con la olla y la cuchara, también a través de múltiples expresiones culturales, pero cristalizada en la figura de la cocinera. Otra figura que aparece con fuerza entre la juventud a pesar de la distancia generacional con sus orígenes rurales es la imagen campesina. Las múltiples explicaciones alimentan la riqueza de variables que nos llevan a este momento histórico donde campo y cocina estarán por largo tiempo en la palestra porque los cambios han llegado para no irse tan fácilmente.

En nuestra experiencia la olla común nos permitió volver a practicar la sobremesa y allí planificar nuestra propia canasta de alimentos, no aquella que dicta el estado y que parece lista de supermercado. No. Más bien una lista de feria, de mercado, de abastos y de productores locales, con alimentos de temporada, frescos, sanos, de baja demanda hídrica y huella de carbono, producido por campesinas/os y pobladores que también eran campesinos. A esas familias de Limache, Quilpué, Colliguay, San Pedro, Quillota, Casablanca y La Ligua compramos parte de su producción bajo un acuerdo que perduró hasta que el voluntariado alcanzó, y así como en tantos otros casos, la falta del reconocimiento de estas economías y de una política pública de desarrollo no subsidiaria, deja escurrir la oportunidad de mayor bienestar para la comunidad local.

El camino hacia el ejercicio de la soberanía alimentaria desde una olla común es posible, completamente. De hecho, es necesario que exista una revolución culinaria desde las ollas comunes y comedores populares, con un gran recetario de resistencia y conectando redes del campo y la ciudad que conviven en igualdad practicando otros tipos de intercambio económico que sí son posibles, necesarios y duraderos. Porque las herramientas que se van a requerir para enfrentar, mitigar y adaptarnos al cambio climático pueden provenir de la creatividad popular en solidaridad con otros, o del saber campesino multiplicando el alimento y cuidando el agua.

Así de importante es la alimentación. En la agricultura y la gastronomía nos jugamos el destino de todos y todas.

 Referencias

Jané, Jordi., Ruggeri, Andrés., Señoriño, Ana. (2012). Autogestión y economía solidaria. Red de economía alternativa y solidaria de Euskadi – REAS

Nyssens, Marthe. (1997). El germen de una economía solidaria: otra visión de la economía popular. El caso de Santiago de Chile. CIRIEC-España, N°25, pp.63-82

Lomnitz, Larissa. (1975). Cómo sobreviven los marginados. Siglo XXI Ed.

Quintanilla, Rosa (s.f.). Yo soy pobladora. Taller PIRET.

Razeto, Luis., Calcagni, Rodrigo. (1989). Para un proyecto de desarrollo de un sector de economía popular de solidaridad y trabajo. Programa de Economía del Trabajo PET. Fundación solidaria Trabajo para un hermano.