Por Nicolás Villablanca Valenzuela
Psicólogo Clínico. Magíster en Psicodiagnóstico e Intervenciones terapéuticas.
Desde principios de la modernidad (mitad del S.XX en adelante), la sociedad ha experimentado grandes cambios, afectando a gran parte de esta, fundamentalmente al ámbito de las relaciones sociales -lazo social- como también desarrollos en el ámbito científico y el avance tecnológico. Esto ha provocado modificaciones en torno al imaginario social, es decir cómo el sujeto concibe sus relaciones y a sí mismo.
El avance científico ha provocado, además, una acumulación de saber respecto a los diferentes aspectos de la vida humana, formando una especie de autoridad tanto imaginaria como real que todo lo sabe, por lo que posee un conocimiento sobre el sujeto; un Otro experto que organiza cómo podemos entender la salud mental, la educación, nuestro trabajo y, sobre todo, cómo debemos relacionarnos y lo que significa ser un sujeto. Nos encontramos ante un Otro que evalúa todos los fenómenos sociales mediante un estándar de producción y rendimiento que desubjetiviza la vida humana.
Lo anterior puede ser pensado bajo una lógica capitalista en torno al Otro experto que genera saber científico sobre cómo debe comportarse un estudiante dentro de una escuela, un ser silente, quieto para ser recipiente de una educación estandarizada; o un saber sobre cómo ser padres y criar de la manera “correcta”, cuáles son los hitos del desarrollo esperables para cada niño a cierta edad. Acumulación de un saber sobre los modos de ser y comportarse bajo el alero de la ciencia y el desarrollo.
Sigmund Freud, durante mitad del siglo XIX en adelante, identificó la histeria como la manifestación de un saber subjetivo que puso en jaque al saber científico-médico de la época, otorgando un lugar al síntoma, relacionando este síntoma con una forma de recuperar una satisfacción perdida, reprimida por el ingreso a la cultura y la necesidad de una ley simbólica que regule el lazo social, siempre en riesgo.
Es decir, al sujeto se le supone una renuncia como condición del lazo social. Esta renuncia, consecuentemente, conlleva a generar una forma de recuperar lo perdido y se podrían pensar como las formas excesivas del padecer actual: las formas de violencia, el consumo de sustancias, el aumento de las patologías asociadas a la atención y concentración escolar. Son problemáticas asociadas a una resistencia a esta ley Otra, de la regulación del lazo social que desubjetiviza al sujeto y plantea soluciones estándar, mediante un Plan Nacional de Salud Mental que ofrece una solución del “para todos”, centrada en la prevención y promoción en salud mental, sin embargo forcluye la escucha de la singularidad, lo que finalmente genera un moldeamiento de los sujetos a los tratamientos que se ofrecen, poniendo un ejemplo clásico en educación como los estudiantes que se resisten a este modelo neoliberal del aula y los modelos de aprendizaje y son diagnosticados como TDAH (Trastorno de déficit atencional con hiperactividad) o los adolescentes oposicionistas-desafiantes, en quienes mediante, la escucha, se constata que hay algo que resiste al modelo, sintomatología que se puede leer como resistencia a una lógica epocal, productiva.
Este discurso -científico- un rechazo del discurso del sujeto, asignándole al saber una especie de prótesis de eso que se niega a escuchar, que no viene del sujeto sino del Otro, de la ciencia, de la lógica moderna intentando suturar al sujeto, y en palabras de Lacan (1965): “El sujeto en cuestión sigue siendo el correlato antinómico puesto que la ciencia se muestra definida por el no-éxito del esfuerzo para suturarlo”.
Este malestar respecto al discurso político y la constante disconformidad en cuanto a las políticas públicas, ponen de relieve la impotencia de los saberes científicos en tanto niegan al sujeto, poniendo de manifiesto la incomprensión de los síntomas actuales.