Por María José Díaz Nova
Médica salubrista
No son ni el COVID ni la viruela del mono las grandes pandemias (pandemia se refiere a una enfermedad que se extiende a muchos países y continentes, traspasa gran número de fronteras, con un gran número de casos que persiste en el tiempo) a las que nos tenemos que habituar como el único resultado de modificaciones en los procesos infecciosos, sino que constituyen el reflejo de la parálisis de cuidado que vivimos como sociedad. La gran pandemia es otra, y ahí quiero llegar con estas palabras.
Empecemos reafirmando que la risa produce unas sustancias que se llaman endorfinas que provocan placer y bienestar a nuestro cuerpo, fortaleciendo el sistema inmune, ese que nos defiende de cada microorganismo que nos quiere colonizar, así como también la tristeza y la rabia nos deprimen el alma, la energía y los procesos fisiológicos que están involucrados en que podamos vivir de buena manera, sin enfermarnos tanto, mirando el mundo desde el bienestar.
Pues bien, no nos encontramos en un escenario que nos permita estar medianamente sanos. Estamos en un momento histórico en donde el descontento acumulado pesa como un cerro de acero. Un descontento desde la herida de no tener, de no cumplir, de no poder. Décadas durante las cuales la competencia acecha a la vuelta de la esquina, en nuestro trabajo, en nuestra escuela, en nuestras agrupaciones. Los programas de televisión se multiplican mostrándonos personas aspirando a ser los mejores en pastelería, en moda, en maquillaje, recurriendo a artimañas de sabotaje que resultan sabrosas para las y los televidentes, como una especie de gladiadores modernos, en un espectáculo frente a quienes resultan los dueños de las decisiones. La prensa mostrándonos realidades sesgadas para sembrar pánico y balancear hacia un mismo lado nuestras conversaciones, nuestros sentires y nuestras marcas en un papel. Los alimentos y las viviendas tan caros que la deuda parece el único camino al que estamos acostumbrados.
Nos encontramos frente a una especie de “enfermología vertical” funcional a las necesidades productivas y extractivas de un capitalismo que nos segrega y nos limita (Hacia una epistemología de refundación de los sistemas de salud en el siglo XXI: aportes para la descolonización de teorías, políticas y prácticas, Gonzalo Basile, Oscar Feo ìsturiz, 2022)
¿Cómo es posible que esto no nos afecte? ¿Cómo es posible que ese descontento de no poder acceder a los bienes básicos de sobrevivencia y a los derechos que nos otorgan oportunidad no llegue a acumularse en nuestras venas como si fuera colesterol? La ira se despierta como una forma de escape a la frustración y como un cortafuego a la injusticia. La desesperanza derrama sus metástasis. La alegría nos parece lejana e inalcanzable.
La rabia es una emoción que moviliza y que necesita su espacio en nosotros, así como nosotros necesitamos de ella, sin embargo, cuando se acumula frente a tanta mentira evidente, a tanto esfuerzo sin retribución, a tanta burla de la clase dominante sin tener un espacio donde expresar y ser escuchados, genera un malestar inmenso que nos deja expuestos y expuestas a sufrir aún más bajo el estrés dominante, perpetuando la odiosidad y el dolor permanente en nuestros cuerpos, así como el deterioro de la salud mental.
En ese contexto se empieza a segregar el cortisol en cantidades impensadas y silenciosas (El cortisol es una hormona que se acumula en nuestros tejidos corporales como respuesta al estrés a la necesidad de estar alerta, de estar atentos al ataque, por lo que si esto se extiende en el tiempo nos enfermamos), incluso hay una diferencia de género en respuesta a esta cadena de eventos corporales : En el hombre habría una puesta en marcha predominante del cortex prefrontal del cerebro: es lo que favorecería el comportamiento de ” fuga o de combate” mientras en la mujer, la reacción sería una puesta en marcha predominante del sistema límbico que activaría un comportamiento “de ayuda y de protección” (Neurobiología del estrés, Fabrice Duval MD, Félix González MD y Hassen Rabia MD Dic, 2010) Esto por supuesto bajo la lógica de mixturas en los comportamientos de cada quien y lo más importante, generando una toxicidad permanente a nuestras neuronas (las neuronas son las células que funcionan en nuestro cerebro y que nos permiten ejercer muchas funciones) sin distinguir entre las personas.
Por eso no hablo sólo de una pandemia mental y situacional sino también biológica. Con más hipertensión, más diabetes, más cáncer, que se disparan y descompensan con estas formas de vida, en donde se mezcla lo que recibimos a nivel social y la respuesta desde nuestros propios organismos. Nada tiene una sola causa. Sin ir más lejos resulta escalofriante enterarnos de la violencia que se genera hacia, desde y entre los equipos de salud. El daño es estructural y acumulativo, y se ha potenciado desde los confinamientos, las crisis y tanto más. Aumento de consultas, ausentismo, suicidios, mala calidad de vida que no puede seguir creciendo.
Quizá existimos tantas y tantos que desde una mirada soberbia de mesías pretendemos solucionar lo urgente en salud, y con muy buenas intenciones, pero quedándonos entrampados en la inmediatez de sueños que muchas veces son más propios que colectivos. Aquí me detengo. En la necesidad urgente de políticas públicas y cuidados que nos permitan mirar y reparar el daño histórico de los equipos de salud. Porque no es sólo atender, es cuidar a otras y otros, desde lo que somos y como estamos. Si estamos mal ¿Qué podemos entregar? A una sociedad que además está hiperactiva ¿y cómo no estarlo?
Lo más urgente es nuestra salud mental, es que como sistema sanitario nos acompañemos y seamos acompañados en el proceso de velar por la salud de todo un país. Desde cambios en la manera de medir procesos que sólo burocratizan, hasta identificar esa frustración que a veces se filtra y se ve, y que daña permanentemente.
Es lo que me he dado cuenta en el camino. No se puede acompañar para sanar sin estar acompañados en sanarnos también, aunque queramos resolverlo todo de una vez.
Es la puesta en escena de algo que es más que un párrafo que se queda en la papeleta, es dejar de luchar siempre y detenernos a simplificar y dignificar las herramientas que tenemos. Así avanzaremos, o al menos nos quedaremos un buen rato donde mismo, pero sanando en profundidad, para dar el siguiente paso a conciencia.
Difícil tarea, derecho y deber. ¿Reflexión utópica?
Qué más da, vamos juntos.