Descentrados Chile

La violencia ginecológica y obstétrica sí existe.

Ilustración de Julia Kuo: https://www.elpartoesnuestro.es/

Por María José Díaz Nova
Médica Salubrista

Existen diversas maneras de expresar la violencia de género, una de ellas tiene que ver con la atención en el ámbito de la salud. Es en este espacio íntimo- en el cual se espera un contacto de confianza y protección- donde muchas veces se replica el trato vertical o jerárquico, en vez de construir un intercambio sanador.

Probablemente hemos escuchado acerca de la violencia obstétrica en el contexto del embarazo y parto, sin embargo, y lamentablemente, este tipo de opresión se encuentra presente en más momentos de la vida de una mujer, durante los cuales se busca ayuda y apoyo sanitario.

Es así como en muchos países, la mirada (y acción) en torno a la sexualidad y al diagnóstico, acompañamiento y tratamiento de consultas ginecológicas y obstétricas, se convierte en una sombra amenazante para las mujeres, quienes finalmente dudan al querer preguntar, proponer e incluso decidir por sus cuerpos.

Chile no es la excepción.

Si bien durante los últimos años han florecido corrientes de atención respetada y vinculante, -e incluso abiertamente feministas- aún vemos, por ejemplo, alta resistencia a la participación del sector educación en temas de sexualidad temprana como estrategia preventiva e inclusiva en una realidad que nos sigue mostrando embarazos adolescentes y altas tasas de Infecciones de transmisión sexual. Esto ya constituye en sí mismo un acto represivo para el desarrollo de una salud pública que necesita alinearse a la situación que viven las personas en los diferentes territorios.

Si observamos a lo largo del ciclo vital de una mujer, se identifican diversos hitos, algunos muy visibles y aceptados, otros muy invisibilizados y estigmatizados. A todos ellos les atraviesa la sexualidad, y también importantes decisiones de vida, que no siempre son acompañadas.

Es en el comienzo, antes y durante la menarquia (primera menstruación) que ya se vuelve necesaria la educación sexual que nombramos en el párrafo anterior, y no sólo desde al área sanitaria sino desde todos los sectores y ambientes. Luego, durante la vida sexual y reproductiva de una mujer se tiende a decidir por ella en los ámbitos anticonceptivos y también de comportamiento, desde comentarios clínicos hasta negación de métodos o procedimientos.  Para qué hablar de la pequeña red de soporte a los cambios que significan la menopausia y climaterio en los caminos femeninos -es casi inexistente- y se nutre por sobre todo de la cultura popular y la tribu que abraza y aconseja.

Así, nos encontramos entonces con preguntas frecuentes en las redes sociales o en nuestros chat personales con amigas o conocidas consultando constantemente por ginecólogos/as de buen trato para que le sean recomendados/as, o con historias de nuestras madres o vecinas en donde no sólo le sugirieron una cesárea cuando no era necesaria, sino que se la impusieron y la programaron sin preguntar.

Otra arista muy importante de la violencia ginecobstétrica es la invisibilización del rol de los hombres en las infecciones de transmisión sexual como el Virus de Papiloma Humano (VPH) ya que son los principales portadores. Si bien es una infección muy frecuente en toda la población, hay dos tipos de virus Papiloma que pueden producir cáncer cérvicouterino en las mujeres (segundo cáncer más frecuente en Chile dentro de la población femenina entre 15 y 44 años) y que no ha sido estudiado ni presentado como una situación crítica en la población masculina, para así prevenir el contagio hacia las mujeres.

Es importante manifestar que, si bien hemos avanzado gracias al trabajo, políticas públicas y lucha de muchas mujeres y trabajadores/as de la salud que nos antecedieron, es de suma relevancia seguir identificando las violencias y ser capaces de visibilizarlas con apoyo colectivo y profesional para lograr en conjunto políticas de erradicación.

Esta columna es sólo una pincelada, que quizá sirve para no olvidarnos. Podríamos seguir mucho rato esta conversación escrita, como por ejemplo para hablar del trato y el cariño en la atención, sobre todo en situaciones de desamparo, incertidumbre o pérdida, que no siempre es el mejor. Existen relatos desgarradores de compañeras que lo han pasado mal y más aún con el juicio y la desidia desde la atención que recibieron.

Lo esperanzador de todo esto, es que cada vez se abren más espacios para contar y para compartir. Así mismo espero que también existan más instancias donde poder denunciar y evitar el daño.

Cada vez -aún con grandes resistencias del sistema- más profesionales y terapeutas de salud (principalmente mujeres) ponen a disposición sus conocimientos, su compañía, su escucha y también su corazón a otras mujeres que lo necesitan.

No claudiquemos en la lucha por la salud que merecemos. Nos queda mucho por andar, mejorar, erradicar y reparar. Pero por sobre todo nos queda mucho por vivir juntas.

Nos tenemos, y eso, nos hará construir la voz necesaria para avanzar.