Por Hans Provoste
Estudiante de pregrado en Psicología. Universidad Alberto Hurtado. Buscador innato, apasionado por lo humano y su encuentro en la diversidad.
Hablar de nuestra sexualidad, ciertamente es complejo. Los avatares propios de las relaciones humanas nos arrojan a un territorio, del que siempre se dice mucho, pero poco se hace para desarticular aquellos referenciales simbólicos, que han propiciado la entrada de la moralidad en la comprensión de las prácticas sexoafectivas. Las transformaciones de las sociedades contemporáneas invitan a situar desde luego, las coordenadas histórico-culturales que han dado forma a los juicios y órdenes establecidos de la sexualidad. Desde allí, se hace posible comenzar a desfigurar los bordes del supuesto esencialismo normativo, que, en más de alguna ocasión, ha dotado de legitimidad a los discursos institucionales y sociales que determinan aquello de lo que está permitido hablar o debatir en el campo de la opinión pública (Araujo, 2005).
De acuerdo con esto, para poder hablar de VIH, es necesario primero, hablar de aquello que circunda a cada persona en su cotidianidad, es decir, el encuentro mismo con lo alterno, o lo que es preciso, el cruce con aquello de lo que se suele renegar, eso que incomoda. Se implica aquí un primer andamiaje hacia la apropiación de lo ajeno, no el sentido de la usurpación, sino más bien, en el sentido de la integración. Una suerte de refugio, en el que el miramiento – tal como dijera Fernando Ulloa (2005) –, instituye un considerado interés hacia otro ser humano. En otras palabras, se trata de un necesario afecto amoroso que permite entender mejor, aquello que se reconoce como distinto. Algo de la dignidad y la empatía, sin duda alguna, se vislumbra en estos márgenes. El escrito aquí presente, es justamente una revisión – o una reflexión más bien – de aquello que, a muchos, muchas y muches nos ha interpelado en diversas situaciones. Se trata de la mirada curiosa y caprichosa de aquello que observamos, las más de las veces con recelo, y que quizás, no aceptamos como realidad posible. Es ese algo que nos sigue hasta en nuestras relaciones más profundas. Ante todo, lo que se deja entrever, es el recordatorio de lo profunda que puede llegar a ser la crudeza del sufrimiento humano cuando se interseca con el estigma, con los alcances que tiene la caducidad de los propios cuerpos y, sobre todo, la insuficiencia que entrañan los métodos con los que se cuenta, para intentar regular las relaciones humanas (Freud, 1930/1992).
Por esta razón es que hablar de VIH, es también hablar de la vida, a fin de cuentas. Es evocar sus desencuentros, sus añoranzas, pero también, habilitar la calidez del abrazo amoroso en el que la vulnerabilidad de otras y otros, encuentra una nueva salida. Es la posibilidad de erigir nuevos horizontes, aún más honestos en el contacto vital con la diferencia. Lo que se insta a desarrollar aquí, es la apertura a las experiencias de todas, todos y todes quienes, en algún punto, nos hemos visto envueltos en esas verdades, a veces, indecibles, otras veces insoportables. Vivamos o no con el virus en el cuerpo, siempre está con nosotros; a una vuelta del examen médico, al recordar las noches entregadas al placer, o simplemente, al encontrar en otro(s) – parteneire, amig@, familia – un camino nuevo que recorrer. En este sentido, no es por ningún motivo aceptable el acto discriminatorio, menos cuando se trata de la sexualidad humana.
El largo debate que ha surgido a propósito de la educación sexual y el abordaje de las perspectivas de género (Fundación Iguales, 2021; Neut et al., 2020), ha configurado una mirada particular sobre lo que ocurre en nuestra sociedad. Por ejemplo, el hecho de que el 80,8% de las personas que viven en Chile acepte la homosexualidad como una forma válida de vivir la sexualidad (Ministerio de Salud, 2023), no nos absuelve de los prejuicios y los alcances valóricos que entraña la aceptación de aquello que se presenta, en último término, como algo indeseable. Lo que se produce es justamente la puesta en acto de un pavor, que retorna como corolario de esas metafóricas imágenes mortuorias, impregnadas de fragilidad e indefensión que rodearon al VIH/SIDA, desde su emergencia en el horizonte de una sexualidad eminentemente abyecta y excluida. Susan Sontag (2012) se sirve de esto para describir a ese invasor que, aunque minúsculo, se adentra en el cuerpo, como contaminado un espacio que escapa al registro de lo somático, instalándose en un cuerpo otro, diferente, imbuido muchas de veces de vergüenza y culpa, sólo por el hecho de expresarse en los lindes de una supuesta perversión. La mirada enjuiciadora de aquellos que se vuelcan para castigar y señalar a otro, solo por ser distinto, se mezcla con lo violento de la exigencia médica y social que constriñe para salvaguardar el bienestar de las personas. Se abre un espacio en el que cada uno de nosotros, tiene una responsabilidad por cumplir, desbaratando la dicotomía ilusoria de lo enfermo versus lo sano.
En virtud de las contingencias epocales, se puede llegar a entender que las enfermedades infecciosas de tacha sexual despierten un miedo al contagio fácil (Sontag, 2012). Ahora bien, lo que se hace necesario relevar, es que lo que aparece como una verdad indecible, no puede sostenerse si no es al alero del sobrecogimiento y la admisión del ser en sus distintas dimensiones. Eso que aparece en la enunciación del VIH positivo, va más allá del diagnóstico: es la antesala de una instancia ética muy bien definida por Ulloa (1988) en el marco de la ternura. Es a ese componente, al que se puede tributar cada vez que nos enfrentamos al escenario culposo del estigma. La ternura es lo que cimenta aquellas habilidades del miramiento y la empatía que mencionaba al comienzo del escrito. A partir de ahí, es posible situar la legítima diferencia de lo que nos parece ajeno, y de paso, aceptarla desde su origen. El efecto que se produce es un giro hacia la autonomía de cada persona, o lo que es lo mismo, a la confianza de que el mundo puede albergar la contrariedad del daño, ya no sólo en función de lo que otros me hacen, sino también en la consciencia acerca de que cada uno puede ser causa externa de sufrimiento para otros.
El VIH, por lo tanto, ya no responde necesariamente a la etiopatogenia del intercambio de fluidos corporales, las agujas, la sangre o el sexo mismo. No hay culpa en ningún sentido moral. Más bien, lo que hace es convocarnos para desandar los pasos de la indiferencia y el señalamiento de una sociedad que suele desmentir los recorridos de la alteridad, pues, para poder abrazar lo ajeno, es necesario también abrazar lo que cada uno porta en su interior. Quienes se escandalizan por la verdad, tan personal y a la vez tan compartida del diagnóstico, deben atender necesariamente a las vicisitudes de la vida, para dilucidar por fin que el virus o la enfermedad, jamás han sido señal de castigo o de un mal previsiblemente dado hacia algo o alguien que es pecaminoso o pervertido. No es la práctica sexual, ni el acto amoroso de la entrega lo que está mal. Ante todo, es la desconfianza hacia el otro, lo que fundamenta la discriminación. No debe olvidarse que, en gran medida, es a través del afecto que cada persona puede atravesar sus propios infiernos, y en el camino, encontrarse también con otros para construir así un mejor porvenir. La salida ciertamente es hacia el afecto amoroso frente a los, las y les demás. Personas distintas que en su trayectoria han abierto nuevos espacios para poder enternecernos, cuidando de aquellos momentos, rostros y nombres a los que el VIH ha dado lugar. Resulta fundamental entonces, cobijar esas memorias, pues a la larga, es también albergar un poco de nuestras historias personales, restituyendo en ellas, el valor de la diferencia. Abrazar para crecer, esa es la labor que nos queda. Amar y solo amar.
Referencias:
Araujo, K. (2005). “Sobre ruidos y nueces: Debates chilenos en torno a la sexualidad”. Ibero americana. 5(18), pp. 109–125.
Ministerio de Salud. (2023). Encuesta Nacional de Salud, Sexualidad y Género (ENSEXX) 2022/2023 [Conjunto de datos]. Dirección de Estudios Sociales (DESUC). Instituto de Sociología. Pontificia Universidad Católica de Chile. https://aprofaeduca.cl/wp-content/uploads/2024/02/Encuesta-nacional-de-salud-sexualidad-y-genero.-Primeros-Resultados.pdf
Freud, S. (1992). El Malestar en la Cultura. En Sigmund Freud Obras Completas: Vol. XXI. (pp. 85-129). Amorrortu Editores. (Trabajo original publicado en 1930 |1929|).
Fundación Iguales. (2021). Educación Sexual en escuelas. Una mirada desde el personal educativo en Chile. Informe-Educaion-Sexual-en-las-escuelas-Iguales-2021.pdf
Neut, S., Luque, D., y Méndez, D. (2020). Política e ideología en el sistema escolar de la transición a la democracia en Chile en sus debates sobre género y sexualidad. Izquierdas, (49), 1571-1596.
Sontag, S. (2012). La enfermedad y sus metáforas| El sida y sus metáforas. Buenos Aires: De Bolsillo.
Ulloa, F. (5-8 de abril de 2005). Sociedad y crueldad [Discurso principal]. Seminario internacional La escuela media hoy. Desafíos, debates, perspectivas. Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, Argentina.
Ulloa, F. (septiembre de 1988). La ternura como contraste y denuncia del horror represivo [Discurso principal]. Jornadas de reflexión de Abuelas de Plaza de Mayo. Buenos Aires. Argentina