Por Abanay Quiñones Alonso
Chef de cocina, madre, amiga y apasionada de los sabores con alma. La cocina es historia, tradición, comunidad y respeto por la tierra. Comencé a interesarme por la cocina desde muy joven, participé en talleres, ferias y rescates de productos autóctonos. Formé una experiencia de cocina en Airbnb y soy miembro de slow food. He ido redescubriendo mi fogón y reinventando desde las técnicas de nuestras abuelas con un toque creativo y personal. Me gusta cocinar con los cinco sentidos y sobre todo con el corazón. La comida buena, limpia y justa, no es un lujo, es un derecho de cada uno/a.
Hay platos que llegan a nosotros no solo por su sabor, sino por las historias y enseñanzas que guardan. El garbanzo frito es uno de ellos. Sencillo, humilde y lleno de tradición, es una joya de la cocina española, especialmente de Andalucía y Extremadura, con un origen que se entrelaza con influencias árabes y sus especias ancestrales como el comino y el pimentón.
Este plato nació como una forma de aprovechar los garbanzos cocidos que sobraban, transformándolos en un bocado mágico y crujiente gracias a un toque especial de especias y embutidos. Hoy, es un clásico de las tapas en muchas mesas del mundo, servido con pan y acompañado de vino o cerveza, aunque también brilla como plato principal.
Propiedades nutritivas del garbanzo
Los garbanzos son un superalimento. Son ricos en fibra, proteínas, vitaminas y minerales como hierro, fósforo, manganeso, cobre y magnesio. Su consumo ayuda a estabilizar el azúcar en sangre, siendo ideal para personas con diabetes. Además, su fibra reduce el colesterol malo, mejora la digestión y previene el estreñimiento gracias a su efecto probiótico.
La receta del garbanzo frito: secretos de Pilar
Siempre me gustaron los garbanzos y los cocinaba con frecuencia, hasta que probé los que hacía Pilar. ¡Ay bendito!, como ella diría.
Pilar me enseñó que el garbanzo frito es cuestión de paciencia y cariño.
Con manos ágiles sacó un container de garbanzos ya cocinados y escurridos con mimo, y los espolvoreó generosamente con sal fina.
Primer secreto: la sal antes de freír, no después. Luego los removió suavemente.
Calentó aceite de oliva virgen extra en una sartén.
Segundo secreto: el aceite no debe humear, pero sí estar bien caliente. Para comprobarlo dejó caer un grano: chisporroteó y bailó en el aceite, hasta dorarse.
¡Esa es la música!
Con un gesto casi ritual, deslizó los garbanzos salados en el aceite. El sonido fue un aplauso alegre y constante.
Tercer secreto: No los toques, dijo guiñándome un ojo. Déjalos hacer su magia solos, porque si los mueves se rompen y pierden su gracia.
Los garbanzos se hincharon ligeramente, dorándose y adquiriendo un tono irresistible. Pilar los escurrió, añadió las especias y me ofreció uno recién salido, aún crepitante al morderlo.
Fue una revelación: crujiente por fuera, tierno y mantecoso por dentro, con un sabor intensificado por la sal.
El truco final, me susurró limpiándose las manos, es no tener prisas y ponerle el corazón al hacerlo, que eso lo siente hasta el garbanzo más duro.
Preparación paso a paso
- Usa garbanzos cocidos y bien escurridos.
- Espolvorea con sal fina y mezcla con suavidad para que se impregnen.
- Calienta aceite de oliva virgen extra en una sartén a temperatura media-alta. Para saber si está listo, deja caer un garbanzo; debe chisporrotear y dorarse ligeramente.
- Añade los garbanzos con cuidado y sin moverlos durante la fritura. Déjalos dorar por unos minutos hasta que se hinchen y estén crujientes.
- Retíralos con una espumadera y escúrrelos bien.
- Agrega tus especias favoritas (pimentón, comino o alguna mezcla que te guste) y mezcla suavemente.
Aquella tarde, no solo aprendí a cocinar garbanzos fritos, sino a valorar la paciencia y el respeto por los ingredientes. La cocina se convierte así en un acto de amor y dedicación, transformando lo simple en extraordinario.
Espero que disfrutes esta receta tanto como yo y que pongas tu corazón en cada bocado.